El Inicio del Reino Lycan (reescribiendo)

Capítulo 27

 

Juego de Lobos

 

 

 

Usando cada cantidad de fuerza en mis extremidades débiles, continúe en rumbo al destino planeado que tenía.

No importaba lo débil que me sentía. No importaba como mi alrededor giraba con cada paso. Ni tampoco la sangre que se manchaba en las vendas de mi brazo por heridas reabriéndose, ante el duro esfuerzo que estaba obligando a mi cuerpo. Que importaba todo eso.

Que importancia tenía el maltrato que me estaba ejerciendo, cuando apenas al despertar, escuché la conversación de Marck fuera de la habitación en la cual me mantuve por al menos dos días inconsciente. Siendo la noticia más divulgada entre el palacio después de haber sido encontrada a las afueras de los muros; arrastrándome hasta el limite de bosque y colapsando sin fuerza.

Solo sabían eso. Pero no sabían la razón de ello.

No sabían nada.

 

Detuve mis pasos abruptamente, al mismo tiempo que extendí mi brazo hacia la pared, apoyando mi peso y posteriormente todo mi cuerpo, más el cierre momentáneo de mis ojos por el vertiginoso mareo atacando y la neblina nublando mi mente.

 

Estaba al tanto de la terrible idea que era levantarme con solo un minuto de abrir los ojos. No era adecuado moverme con todo el descanso que exigía mis extremidades, pero… pero necesitaba ayuda.

La ayuda que nadie más que alguien podría darme en un instante. Sin tener que esperar. Sin tener que tener paciencia.

No tenía paciencia. No para estas alturas.

 

Gruñendo, sacudí mi cabeza con rudeza, golpeando la pared con mi puño, obligando a mi cerebro y cuerpo a continuar. Desmayarme ahora no serviría de nada.

—¿Preciosa? —reconocí la voz a unos metros de mi acercándose— ¿Qué estás haciendo aquí? No sabía que ya despertaste, ni tampoco que podías levantarte en ese estado.

Tomé fuertes bocanadas de aire, ante un dolor agudo en mi costilla y alguno de mis huesos simulando vibrar.

No importaba. Nada sobre mi estado importaba No ahora.

 

—El Rey… —tomé otra fuerte respiración— Necesito ir… con el Rey.

El pronto agarre a un lado de mi cintura y el sostener mi brazo, ayudó más de lo que podía imaginar. —Minerva, no entiendo lo que dices, pero estás muy mal. Lo mejor es llevarte de regreso a…

Interrumpí su sincera preocupación sosteniendo uno de sus brazos, girando para darle la cara. —Sí quieres ayudarme llévame con Demetri, si no vas a hacerlo: te puedes largar y dejar de estorbarme —Fuera de si misma lo empujé al otro lado de la pared en la que aun me apoyaba, bajando la cabeza para ocultar el dolor latente en mi columna.

Ómar no tenía la culpa de mi arrebato, pero yo tampoco tenía la culpa de que apareciera justo ahora cuando no estaba bien.

También sabía que este último era un error.

Solo… solo él no era el culpable.

 

Maldiciendo mi carácter me propuse continuar, aunque sea arrastrándome por las paredes hasta el salón. Llegaría de cualquier forma. Con ayuda o sin…

El mismo agarre de hace apenas segundos reapareció, y el alivio de sentir un apoyo estable hizo que me lamentará más por haber empujado a Ómar. Debería disculparme.

 

—No te asustes pero... —interrumpió tan rápido como pensé hablar primero— preciosa, tus ojos están literalmente rojos.

Detuve la caminata en la que me ayudaba a continuar, incrédula a lo mencionado. —¿Qué?

—Lo que oíste —avanzó hasta casi estar delante de mi, aún sin soltarme—. Te ves intimidante.

 

En otro instante pude haberme cuestionado un largo instante del porqué tenía este cambio sin mi propio consentimiento, pero en este momento… —Continuemos —Me animo más de lo debido que no hiciera más comentarios y se dedicará a solo ayudarme a seguir en un agarre seguro y sin cuestionamientos a lo que me había sucedido.

 

Así fue como avanzamos varios pasillos, topándonos con alguno que otro soldado a estas horas del ocaso.

Justo unos minutos antes de que el sol se ocultara por total, estuvimos frente a las puertas del salón del trono, precisamente delante de dos guardias interponiéndose y mostrando incredulidad al vernos… o verme fijamente a mi en realidad.

Debía lucir lamentable. Posiblemente también un poco amenazante por tener los ojos al rojo.

No era una amenaza la que pretendía hacer pero tampoco tenía idea del porqué el cambio de color. No entendía, ni tampoco quería hacerlo ahora.

 

—Necesito hablar con su Majestad —pronuncié ronca ahora que lo notaba.

Ambos guardias se observaron entre ellos para luego mirarme, siendo solo uno el que respondió: —Debe solicitar una audiencia primero.

—Bien, solicito una audiencia.

Volviéndose a observarse entre ellos no sé si fue lo que más inicio a fastidiarme, o posiblemente fue lo siguiente: —Señorita… Arévalo, parece no comprender que…

—Parece que ustedes no comprenden la poca paciencia que tengo —me alejé del agarre de Ómar dando un paso al frente—. Y si no quieren comprobar como es que soy cuando ya no la tengo, es mejor que se quiten de mi camino. Porque les aseguro que no estoy del mejor humor para seguir los pro tocólogos reales.

Constate lo que Ómar mencionó acerca de mis ojos, porque vi el reflejo de los míos en cada uno de ellos. Aunque no solo eso, vi un ligero sentimiento de ellos más, al que no presté atención.

 

La atención que si preste fue como ambos dieron un paso al costado, retrocediendo otro más.

Tal vez debí tener en cuenta del como parecieron inclinar ligeramente el cuello al pasar entre ellos, aunque para eso tenía a Ómar que dejé atrás, luego de haber empujado las puertas dobles. Ingresando al salón yo sola, sin ser esperada, ni anunciada.

 

El temor: el sentimiento inicial con el que me mantuve constantemente involucrada una parte de mi vida renació fervientemente. Ahora por el contrario con una causa distinta.




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