El Inicio del Reino Lycan (reescribiendo)

Capítulo 36

 

¿Lograrlo? No está escritó en todos los destinos

 

 

 

 

Frente a un amplio cuadro del pasillo al salón principal; colgando en la pared, visualicé con atención la imagen de una pintura exquisita enmarcada en dorado.

En el cuadro, retratado se encontraba la imagen de una sola persona sentada en la imponente silla del trono. Una silla construida con una madera brillante y adornada en metales plateados y blancos, con un tallado elaborado de una cabeza de lobo en lo alto de la persona que se sentará en ella. Indicando a cualquiera, quién era el líder de todo los Lycans. 

 

La líder en ese entonces, mi madre, luciendo un aspecto sereno. Rodeando su cabeza orgullosamente la misma corona del primer Rey Lycaon Darkcrown. La misma corona que ahora disputábamos mi hermano y yo, al igual que la posición. Una posición que nunca tuve la codicia de poseer.

Jamás me imaginé estar en el mismo lugar de mi madre. Como tampoco podía imaginármelo el día que ella tomó la decisión de darme el poder.

 

Esa conversación de un día nublado con tormentas por la noche, probablemente fue una advertencia piadosa de la vida. Una a la que tal vez debíamos haber hecho caso.

O tal vez fue antes. Claro, fue antes que debía haber hecho caso, yo y solo yo era el culpable. El responsable de lo que sucedía.

El verdadero villano cobarde y débil. Ese debía ser mi título, y no el benevolente príncipe segundo: el salvador.

 

Reí –se oía tan patético–. Yo era patético.

—Madre, cometiste un error. Lo cometiste al igual que yo —Deseaba tanto que no solo fuera a un imagen de ella con la que me desahogaba en momentos así. —No sé qué debo hacer ahora. No creo que pueda... —respiré entrecortado al sentir mis pulmones aplastándose— Yo no podré hacerlo.

Repetí la misma frase. La misma que siempre se volvía más difícil con el movimiento de la vida. La misma que desde niño cuando me subí solo a un caballo menor la vivía diciendo. Contrario a esos días preciados, ya no tenía esa voz reconfortante que afirmaba que lo lograría o la suave caricia en mi espalda animando.

Ya no tenia a mi hermano de mi lado. Ya no lo tenía para protegerme como prometió antes de mi nacimiento. Yo… lo perdí.

 

—Alteza —La voz mayor de una presencia igual al tono, anuncio su llegada. No siendo tan reciente.

—Señor —incliné la cabeza en un respeto bien merecido.

Su pronta sonrisa arrugando a un más la piel de sus experimentados años de edad, fueron confusos. Aún más el movimiento de cabeza en negación.

 

—No necesitas inclinarte ante mi, muchacho —elevó su mano para palmear mi brazo pero ante mi retroceder, recordó que el contacto conmigo estaba prohibido—. Disculpa —aclaró la garganta, continuando con el objetivo real—. Recuerda que tu posición pronto será superior a la mía. Y yo soy el que deberá inclinarse ante el Rey de los Lycans.

Tan pronto como me recordó ese futuro y ese deber, desvié mi mirada buscando de nuevo algún consuelo en mi madre.

 

—¿Creé usted que en realidad lo merezco? Que merezco ser el Gobernante, ¿realmente lo creé?

Permití el silencio. Permití que pensara las posibilidades que me afectaban tanto. Aquellas que se volvieron un martirio todos estos años.

 

—Estás a la altura, Alteza. Tu madre estaría orgullosa de que al fin seas coronado —Fue una respuesta superficial. Una insuficiente.

—Pero mi padre. Él jamás albergaría tal sentimiento, ni pensamiento. Él… Él nunca vio en mi a un líder. Siempre solía decir lo débil que era.

Suspiró, observando también el cuadro. Recordando seguramente a mi padre.

 

—Tu corazón es bondadoso, Aren. Es tan bondadoso que intimidaba el pensamiento severo y racional de tu padre.

¿Intimidarlo? Jamás se me había ocurrido relacionar esa palabra con alguien como mi padre.

Un hombre severo y práctico en verdad. Desde que tengo memoria siempre sentia miedo de él. ¿Era extraño que sintiera algo como eso del que me dio parte de la vida? Todo apunta a que sí…

 

Él y yo jamás podíamos relacionarnos como padre e hijo cercanos. En realidad nunca recibí si quiera una mirada de orgullo, todas sus miradas siempre solían ser duras hacia mi, y que decir de sus palabras. Ninguna fue de reconocimiento.

Solía ser casi igual con mi hermano. La diferencia: se interesaba más en su vida. Más en el futuro como el próximo Gobernante. Solía ser exigente a medida que los años avanzaban. Tanto así que en algún punto una distancia entre Demetri y yo se formó de algún modo. Muchas veces creí que era por la diferencia de nuestras edades. Después de todo él era mi mayor.

 

Mientras yo aun me interesaba en juegos de niños él pronto dominaba el arte de la espada y las discusiones políticas. Los dos teníamos diferentes enfoques y los dos dejamos de relacionarnos tanto. Excepto que Demetri aún solía tener una mirada suave cada vez que me veía. Incluso fue con el primero que compartí el momento de emborracharnos, despertando al día siguiente en los corrales de los caballos.

Con el único que podía confiar pesé a la distancia que mi padre impuso; Demetri aún estaba ahí. Estaba ahí para mí, para cuidarme.

Estaba.

 

—¿También intimidé a mi hermano? ¿Por eso ha sucedido todo esto? —No solo lo reproché a él, también a todo el que decía que yo era bueno.

—Él eligió su camino, su destino. Él decidió revelarse contra la voluntad de tu madre. No es tu culpa.

 

Reí de nuevo por lo bajo. En burla a esa última frase. —En realidad sí lo es. Yo soy culpable. Yo lo empujé hasta lo que es, porque no olvide que fui yo el que lo traicionó primero.

Y vivo aborreciéndome por ese acto la mitad de mi vida. Una simple decisión que ocasionó tanta desgracia. Un camino al que me aventuré débilmente, teniendo la recompensa del odio de mi hermano.




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