—¡Chris! —mi mamá le da varios golpes a la puerta de mi habitación.
Me cubro la cara con la almohada y me obligo a salir de mi gigante pero cómoda cama. Me tomo mi tiempo remetiendo las esquinas de las sábanas entre el colchón y la cabecera, porque esta es la última mañana que esto formará parte de mi rutina habitual. A partir de hoy, este dormitorio ya no será mi hogar.
—¡Cariño! —vuelve a gritar.
—Mamá, tranquila —gruño —Ya estoy despierta.
En cuanto me meto bajo la ducha, parte de la tensión desaparece de mis músculos agarrotados. Y ahí permanezco, bajo el agua caliente, intentando apaciguar mi mente, pero consiguiendo justo lo contrario.
Me pongo un pantalón negro, una blusa blanca de tiras, una chaqueta de jean y unas sandalias negras.
Pues hoy es el día en que ingresaré a la universidad de Stanford y tengo que irme demasiado linda, no quiero pasar desapercibida.
Mi novio llegará pronto, en cualquier momento, así que me dedico a revisar de que todo en mi maleta este a la perfección.
—¡Christina!
—No grites, por favor —comienzo a bajar las escaleras —Estás haciendo que me ponga nerviosa.
Veo que mi novio ya está en casa, está sentado en la mesa del comedor y trae una gran sonrisa en su cara. Está orgulloso de que haya entrado a estudiar en la universidad Stanford o eso hace parecer.
—Hola, novia —me saluda con una sonrisa perfecta y amplia mientras se pone de pie.
Me abraza con fuerza y yo cierro la boca al percibir la excesiva cantidad de colonia que se ha echado. Sí, a veces se pasa un poco con eso.
—Logan, no quiero dejarte —susurro en su oído —Me vas a hacer demasiada falta.
—Yo tampoco quiero que te vayas, mi amor —me besa —Iré metiendo tus maletas en el auto, ¿te parece?
—Claro que si, amor.
Me quedo a solas con mi madre en la sala. Sus ojos comienzan a cristalizarse, y aunque intento mantener la compostura, un nudo empieza a formarse en mi garganta. Ninguna de las dos quería que este momento llegara.
—No llores, o me harás llegar con el maquillaje corrido —le digo mientras me acerco a darle un abrazo.
Ella me envuelve con fuerza, y puedo sentir cómo intenta contener el llanto.
—Christina, prométeme que me llamarás todos los días —susurra con la voz quebrada.
Suspiro, soltando una pequeña risa nerviosa.
—Sí, mamá, lo prometo. Aunque… ya sabes que no lo haré todos los días.
Se separa un poco para mirarme, fingiendo indignación.
—¿No me vas a extrañar?
—Por supuesto que sí, mamá —respondo rodando los ojos con una sonrisa—. Nos veremos en un mes. Obviamente vendré a visitarte.
—Espero que vengas con nuevos amigos, hija.
—Seguro que sí. Estoy segura de que a papá le encantarán. —Le lanzo una mirada sarcástica, tratando de aligerar el ambiente.
—Hablé con él esta mañana. Me dijo que llegará mañana.
Mi padre, abogado, está ocupado con un caso fuera del país. Aunque siempre ha estado presente, su trabajo a menudo lo mantiene lejos.
Mi madre consulta su celular y luego me mira con preocupación maternal.
—Es hora de que te vayas, o se te hará tarde. Por favor, aliméntate bien, abrígate si hace frío y, sobre todo, no bebas en exceso. Es peligroso.
Su tono es una mezcla de advertencia y cariño, y no puedo evitar sonreír.
—Adiós, mamá. Te amo.
—También te amo, hija. Cuídate mucho.
Con un último abrazo, salgo hacia el coche, donde Logan ya está esperando con mis cosas cargadas en el maletero. Mientras me acerco, siento cómo las mariposas en mi estómago comienzan a revolotear con más intensidad. La idea del cambio me intimida, pero también me emociona. Al menos tengo cinco horas de viaje para calmar mis nervios.
Subo al coche y Logan me lanza una mirada tranquilizadora mientras arranca. Durante el trayecto, hablamos de cómo planea visitarme todos los fines de semana o, como mucho, cada quince días. Es un alivio saber que no dejaremos que pase demasiado tiempo sin vernos.
Finalmente, tras varias horas en la carretera, el coche se detiene.
—Hemos llegado —dice Logan, y mi corazón da un vuelco.
Desde el interior del auto, le echo un vistazo a la universidad. Su arquitectura imponente y el bullicio de los estudiantes que pasan cargados de libros hacen que la realidad me golpee de lleno. Mi nueva vida está a punto de comenzar.
En persona, la universidad es incluso más impresionante que en los folletos o la página web. Los elegantes edificios de piedra, rodeados de jardines perfectamente cuidados, me dejan sin aliento. Todo parece sacado de una película. Sin embargo, el tamaño del campus me intimida; espero que, con el tiempo, este lugar termine sintiéndose como mi hogar.
—Amor, ¿no quieres que te acompañe a tu habitación? —pregunta Logan, colocando suavemente sus manos en mi cintura.
—No lo creo —respondo antes de inclinarme para darle un beso—. No quiero causar una mala impresión con mi compañera de cuarto. ¿Y si resulta ser la típica nerd que se escandaliza por cualquier cosa? Lo último que necesito es que me acuse de llevar chicos a la habitación el primer día.
Logan sonríe, pero noto la nostalgia en su mirada.
—No puedo creer que vayamos a separarnos.
Logan y yo nos conocemos desde hace ocho años. Nuestras familias son cercanas; mi mamá y sus padres han sido amigos desde la adolescencia. Al principio, solo éramos mejores amigos, inseparables. Pero todo cambió una noche en una fiesta, cuando lo besé estando un poco ebria. A partir de ese momento, algo se encendió entre nosotros, y nunca hemos mirado atrás.
—Son solo tres años, Logan —le digo, intentando sonar segura—. Además, nos veremos los fines de semana. No es tanto tiempo.
Él asiente, aunque no parece del todo convencido.
—Al menos déjame llevarte las maletas hasta tu habitación.
—Está bien, novio insistente —le digo con una sonrisa, buscando alivianar el momento.