Mi nombre es Thomas Bennet —suena bien, ¿no?— como de alguna persona importante y así es. Creo que lo único que puedo agradecer de mi familia, es este apellido, que acompaña perfectamente un elegante porte; un traje alquilado de segunda, y un rostro que trae consigo todos los cánones de belleza habidos y por haber. Que me facilita las miradas de cualquier mujer que sea lo bastante inocente para caer ante mi sonrisa.
En este momento disfruto de un Martini seco, en un departamento con vista al mar, en alguna playa blanca de quien sabe dónde. No tengo idea, me pagaron todo el viaje hasta aquí. El trago tiene dos aceitunas las cuales saboreo mientras observo a la mujer que reposa en la cama apenas envuelta en sábanas. Está plácidamente dormida, como un ángel. La miro pausadamente, entrecierro los ojos y me abstraigo unos momentos y... no puedo recordar su nombre. Pero recuerdo su perfume, la textura de la piel y aquella mirada perdida que pone cuando en la intimación puedo hacerle sentir lo que ningún hombre. Ya me ha dicho que me ama «¿Saben? Que loco» no pude decirle más que gracias. Es decir, no lo siento, solo amo el momento, uno de tantos que se suma a una larga lista que espero sea infinita. Ella es especial, «¡en serio!» pero lo que creo que no sabe, es que... tengo muchas especiales esperándome.
A medida que repito el trago de toda una bandeja de aperitivos que mi sueldo normal no podría pagar, pienso «¿Debería quedarme con ella o irme y poner una de las diez excusas que ya pensé?». Ella ahora está en las nubes del cielo que yo construí en la cama, voy a dejarla descansar, pero, tendré el detalle de dejarle unas palabras por escrito y decirle cuanto me gusta pasar tiempo juntos, pero que mi deber me reclama y aunque la pasión que siento con ella sea inexplicable, debo irme. «Bueno no fue tan así, pero sí le dije que la quería y esas cosas».
En mi experiencia, he aprendido que la mujer es como un gran libro de idiomas «¡Si! Idiomas» especialmente el inglés. Que depende del contexto, el momento y las palabras para darle un significado diferente a las cosas. Es increíble, es todo un desafío, pese a que mis rasgos masculinos que la naturaleza fue tan gentil de entregarme, no todo es tan fácil. Pero cuando aprendes a leer esos idiomas, aprendes a leer a cada mujer. Vislumbrado por la complejidad y simplicidad que rivalizan en un momento tan agresivamente fugaz, en un juego que no me canso de jugar y de ganar. Muchos hombres creen que la idea es mentir, pero no. Están equivocados, a la mujer hay que contarle una versión de la verdad que ellas desean escuchar, en ese momento, hay que hacerlas sentir únicas «¿Saben de lo que hablo?» si es que aún no se entendió. Todas son únicas, cada una con su especialidad, cada una con cualidades y debilidades, ahí entro yo, justo en ese punto, donde las puertas se dividen y puedo pasar victorioso y campante a mis anchas en aquel templo sagrado y ser tratado como el invitado de honor.
Abandoné el piso, la mañana era más hermosa en ese lugar, es como si estos lugares con tanto dinero fueran elegidos adrede. Como si la creación tuviese favoritos «Bueno... yo soy uno de esos también, pero en fin». Le dejé una amable nota a mi querida Victoria, ese no era su nombre, pero vi una botella de perfume en la habitación y además, me gusta como suena. A medida que la música de ambiente del ascensor de lujo me llevaba al primer tramo de mi escape, recordé aquella noche con Victoria. Tan dulce, tan apasionada, cada ángulo y curvatura de aquel pequeño, pero bien estilizado cuerpo que con gozo me permitió acariciar con la yema de mis dedos, la intensidad en su mirada mientras disfrutaba, el calor de su aliento chocando con el mío y esa conexión tan indescriptible. En verdad me gusta hacerles sentir que les hago el amor, es decir, yo amo el momento así que, es más o menos lo mismo «¿Entienden de lo que hablo?» Así es, como dije, siempre hay que contar una versión de la verdad que ellas sepan disfrutar, el resto, solo gocenlo.
La música terminó, las puertas se abrieron, salí como un gladiador victorioso con el traje colgado en un hombro, con la mejor sonrisa recibí a la persona que supuestamente estaba allí para hacerlo. Me adelanté y como siempre, como un espejo, me la devolvió con una mueca tímida saludándome amablemente. Pero antes de irme y saborear el instante, la amable chica me llamó como si hubiese olvidado algo.
—¿Señor... Bennet?
—Thomas. Thomas Bennet, el placer es mío.
Me acerqué con rapidez, como si ejecutase un elegante paso de baile. Ella volvió a sonreír, y esta vez no pudo mantener el contacto visual. «A una mujer extraña, debes saludarla en la mañana como si en verdad estuvieses muy contento de verla». Y en realidad, sí me alegraba, pero lo que más me dio alegría, fue recibir aquel sobre rebosante de papeles verdes. Aunque su sonrisa se transformó en una falsa cortesía cuando vio que el enunciado del sobre decía "Porque tu compañía no tiene valor". «Y unas palabras más que mejor las dejaré para mí». Devolví el gesto antes que la recepcionista me siguiera juzgando con la mirada.
Ahora mi bolsillo tenía algo más que el peso de un celular barato, podría pagar el alquiler atrasado de este traje, y volver a mi vida normal. Un paso más para aquel viaje a la libertad financiera que tanto me esfuerzo por conseguir, aunque eso será una historia para otra ocasión. En el transcurso que llego a mi vuelo, desactivaré el modo avión y comenzaré a contactar a las demás chicas especiales para rellenar mi agenda, aunque espero volver a ver a mi amada Victoria más adelante.
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Editado: 25.10.2024