Mientras voy en el avión, observo lentamente como las enormes casas y edificios se vuelven diminutas estructuras como en algún mundo surrealista de esas películas de ciencia ficción, pensando algunas cosas con la mirada sumida en la innecesaria distracción. Hasta que una suave voz femenina interrumpió el momento, desvío la mirada y de manera automática mi cuerpo, como si de un reflejo natural se tratase, expidió una sonrisa que logré alcanzar tras muchas horas de práctica frente al espejo «si repites algo la suficiente cantidad de veces, luego será parte de ti.»
—Disculpe ¿señor? ¿Gusta de algún aperitivo o canapé?
El pequeño carro metálico rebosante de diferentes cosas que podría saborear, pero eso supondría que mi perfecta sonrisa dejase de serlo, al menos hasta lavarme los dientes de nuevo. Por lo que simplemente acepté una bebida alcohólica, dos pequeñas botellas de vodka rebajadas fueron suficientes. Agradecí en silencio y extendí la duración de mi simpatía para finalmente volver a la meditación. Sin embargo, casi olvido que necesito cierta información que necesitaré más adelante. Por lo que antes de que el momento entre la azafata y yo terminase, extendí la mano y evité el avanzar de ella junto a su pequeño carrito de aperitivos. Las mujeres, al igual que los momentos, son fugaces, si no aprovechas en esa precisa situación, quizás nunca más la tengas.
—Disculpa mis modales. Estaba pensando en la belleza de la ciudad y como produce cierta nostalgia, dejar esto para visitarlo, quién sabe cuándo —expresé con suavidad, sin quitar mis ojos de los suyos, adornando la mirada con una mueca gentil.
Por la apariencia de la azafata, pude discernir que se trataba de alguien oriunda del lugar. Un elegante y arriesgado, pero buen uso de palabras hablando sobre la belleza del sitio que la vio nacer, por ende, también la suya. Suele ser una jugada oportuna para quitar esas primeras barreras entre la cortesía y la sutileza de la provocación.
—Ah... sí. Bueno, no te quise interrumpir, vi que estabas muy concentrado, nunca imaginé que era por esa razón —respondió complaciente devolviendo más que una mueca sutil.
Exactamente, como lo predije, pasó de ser un trato cortés a algo en común. «Podrán notar que dejó de tratarme de usted, pero si se lo recuerdo quizás pueda perder ese paso de ventaja, aunque faltan muchos escalones más.» No podía interrumpir su trabajo para charlar con un pasajero. Así que solo devolví la respuesta con tan solo unos dos segundos de una mirada perceptiva, «no es necesario más», aún no era momento de provocar directamente. Pero fue un avance, mejor del esperado, de hecho, las azafatas o trabajadoras de este tipo de servicios, reciben provocaciones casi constantes por la inutilidad del hombre común, que cree tener las herramientas necesarias para crear la llave que abrirá las puertas de aquel templo sagrado que cada una salvaguarda con tanto recelo.
Algo más de una hora pasó, aproveché ese tiempo para contar las ganancias mensuales de mi modesto trabajo y sumarlas con el "adicional" que realizó de manera extraoficial. Entre la concentración de mis cuentas, los susurros como diminutas feromonas llegaron hasta mí. Levanté la mirada oculta tras unos delicados lentes que me obsequiaron, y dos azafatas intercambiaban una armónica conformidad de timidez que estoy seguro, lleva mi nombre. El tiempo necesario para que se gestase la pequeña semilla que había plantado, estaba comenzando a germinar. Por lo que, casualmente, después de pedir dos oportunas botellas de bebida, por norma natural, mi cuerpo me demandaría acercarme al baño y por ende, tener otra ocasión.
Poniéndome de pie, con una pisada segura pero selecta, cuidando que mi traje prestado no se arruga más que para reformar la curvatura de mis hombros; y un porte general que acompañan la altura necesaria para desviar las miradas de las esposas o novias de algunos hombres que con admiración o celos observaron a un competidor inigualable. Avancé con el suficiente ritmo para darles un momento de admirar la firmeza de las curvas restantes que sobresalía bajo mi espalda, uno de los tantos atributos que una delicada tela de un traje de segunda no podía esconder demasiado.
Llegué hasta el baño, pero no entré. Fui a pedir un aperitivo más como un enganche para un sinfín de conversaciones, la azafata miró a la otra dándole un mensaje silencioso de complicidad.
—Lo lamento, señor, no podemos dar de nuevo bebidas alcohólicas, pero si gusta podemos...
—¿Podemos? —noté que había vuelto a refugiarse en la barrera de la cortesía, por lo que interrumpí el avance—, por mucho, muy encantado de saber que ese acento tan especial pertenece al lamentable infortunio de haber abandonado tan hermoso lugar.
«Sin darme cuenta, emití una rima, a veces me sorprendo a mí mismo.»
—Como... ¿Cómo sabes mi acento? Creí haberlo perdido hace años —responde algo sorprendida.
«En realidad no notaba ningún acento, pero me vi en la obligación de reforzar su cultura original, eso pareció haber funcionado, así que...»
—No ostento atributos que no dispongo. Pero el escuchar es uno de los pocos, y aunque en esa delicada voz se oculte, ahí está el acento, que por cierto me encantaría continuar oyendo, si no te molesta claro.
«Siempre hay que dar una muestra gratis de cortesía por más innecesaria que sea. Eso provoca seguridad y confianza en casi cualquier mujer.»
Ella simplemente sonríe, y en la palidez de su piel puedo admirar como se sonroja. Todo esto acompañado de una mirada constante, pero no demasiado, ni muy intensa ni débil. Lo justo y necesario, por qué no, de vez en cuando por una milésima de segundo, admirar su boca. Son estas las señales principales cuando una mujer comienza a demostrar una sutil aceptación a la provocación. Es de mis partes favoritas, extender el uso de las invisibles herramientas del poder de la palabra, junto a un arsenal de gestos que la naturaleza de mi selecto rostro puede aprovechar.
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Editado: 25.10.2024