El invernadero [one shot]

Descubrimiento

—Al parecer los vientos han cambiado —dijo mientras observaba los cielos llenos de nubes.

—Ignóralo, posiblemente una tormenta se avecina, descuida yo me hago cargo.

— ¿Estas segura? —la observo retirarse.

—Si, es mi trabajo. Recuerdas.

~Brasil~
Río de Janeiro

— ¡Gracias por su compra! —dijo sonriente mientras el último cliente de la tienda salía.

El día había sido ajetreado, pero no sé podía quejar. Las ventas fueron muy buenas, todo por el próximo evento que se acercaba.

Cerro las puertas y coloco el anuncio de cierre.

Debía hacer las tareas pesadas que dejo pendientes antes de dormir. Quedaba aún una semana de clases antes de cerrar ciclo, y por ello los trabajos escolares aumentaban.

— ¡Ayrton!, ¡¿Ya terminaste?! —grito su madre desde la cocina.

— ¡Si! ¡En un momento voy a cenar, primero debo limpiar aquí!

Lo que en un principio era una tienda pequeña, con el tiempo se volvió una más grande.

Ayudaba a su madre en atender el negocio todas las tardes. Solía hacerlo su padre, pero hacia muchos años que no estaba en el mundo de los vivos.

Por ello el nuevo hombre de la casa era él.

— ¡Bien! Ha quedado todo listo —dijo con satisfacción al ver la tienda limpia. Lista para otro día más de servicio.

Las cenas con su madre no eran unas tristes. Recordando que su padre no estaba. Mas al contrario, la mujer era de armas tomar. Y cuando su marido la dejo para irse al mundo de los espíritus, ella trabajo aún más para seguir cuidando de Ayrton.

Eso admiraba de su madre, que la muerte de su padre no la hiciera caer en depresión.

Eso debido a una cosa. En una ocasión le pregunto a su madre que le había dicho su padre antes de morir.

La respuesta le provocó una sonrisa.

«Ni se te ocurra ponerte como las demás viudas, que tú no necesitas de otro para avanzar»

Aquello era típico de su padre. Siempre le recalcaba a su madre que era alguien lo suficientemente con faldas para continuar sola, y no requerir de otro hombre para los deberes.

Sin duda sus padres eran duros de roer.

La sensación del alivio al dejarse caer a la cama era una delicia.

Estaba agotado, pero su día no terminaba aún. Las tareas no se harían solas.

Por ello tomo una ducha para dar batalla y rienda suelta a sus rivales las matemáticas.

Medianoche, y agradecía haber terminado lo restante. La cama era una gloria, y descansaría al fin para otro día ajetreado.

~Varias horas después~

Que frío —pensó entre sueños.

— ¿Por qué de repente hace frío? —volvió a pensar, está vez buscando la sábana.

Pero no pudo hallar ninguna. Abrió sus ojos para tener que buscar una en la cajonera.

— ¡Que!

Su asombro y a la vez preocupación se activaron al ver todo su alrededor.

¿Dónde rayos estaba?

Había plantas por dónde sea, palmeras, árboles, enredaderas, una variedad enorme de plantas que lo rodeaban. Creando un centro hueco. Cómo si estuviera dentro de un pilar hecho de solo plantas.

El frío se podía sentir, esto debido a la humedad. Observo su cama, pero está ya no estaba  En su lugar solo tenía el forro.

¡Estaba durmiendo en el piso!

Podía notar que el sueño redondo era de un tono blanco, reflejando muy bien la luz natural del sol.

Alzó su vista al cielo, una cúpula hecha de cristales daba una perfecta vista al cielo, podría jurar que las nubes estaba muy cerca.

Toda la estructura era sostenida por enormes pilares de metal con detalles de orificios de distintos tamaños. Esto daba una imagen de que la cúpula pesaba más de lo que se imaginaria uno.

El frío era algo tolerable, pero en pijamas no cubría del todo ante el frío.

Se puso de pie con algo de cuidado. Por lo que se notaba, el sitio no tenía salida alguna, mientras observaba y retrocedía un poco de espaldas.

Sintió como chocaba con algo sólido. Giro de golpe para ver qué era. Se asusto un poco al notar que era una persona.

Un tipo de guardia o... ¿Samurái?

Por sus ropas pareciera que lo era, aunque quién sabe.

El hombre estaba durmiendo de pie con los brazos cruzados, justo dentro de lo que era un tipo pilar circular de cristal. Justo en el centro del sitio donde se hallaba Ayrton.

Con curiosidad se acercó para ver si estaba vivo.

—Que extraño —acerco su rostro hasta el punto de casi rozar su nariz.

En ese instante los ojos del hombre se abrieron de golpe.

— ¡Ah! —dio un tremendo grito el chico. Cayendo de golpe al suelo por tan repentina sorpresa.

El samurái bajo sus ojos negros hacia el joven que lo miraba con algo de miedo desde el suelo.

— ¿Hum? —se escucho como una interrogante muda por parte del samurái, que mantenía su postura, mientras se inclinaba un poco para ver mejor al chico.

—Esto esto si que es nuevo de ver —dijo el samurái con un tono de voz algo grueso pero sin llegar a un tono ronco—. Un polizón.

Ayrton tuvo que retroceder como pudo, aún estando en el suelo. Mientras que el hombre caminaba con parsimonia, saliendo de su sitio.

Observando con gran interés al polizón, manteniendo sus brazos aún cruzados.

—Es extraño que estés aquí, conozco a cada residente de este lugar, y a ti jamás te he visto —dijo el guardia manteniéndose inclinado al frente.

Cómo si con eso pudiera ver alguna pista que se le pasara por alto.

En cambio Ayrton lo observó detenidamente. El guardia era de tez blanca y ojos color negro, aparte de tener rasgos asiáticos. Su cabello era largo, se notaba porque lo tenía peinado con un montón de trenzas finas, siendo todas sujetas en una coleta.

Aunque la armadura para Ayrton era estilo samurái, esta no tenía espada alguna.




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