El Jazz de tus ojos: Una historia de Experiencias

4- Viento

El viento, más frío que de costumbre, rodeaba nuestros cuerpos caminando. Nuestras manos, entrelazadas, mostraban una promiscua madurez de la relación que estábamos creando Minerva y yo.

-Creo que ya me voy- Dijo mirando su reloj en la muñeca derecha.

-Oh- Me tomó por sorpresa-, está bien.

-Adiós, Max. Fue muy bonito. Fue una linda tarde, gracias.

-Espera- Interrumpí- dame otro beso, me gustó mucho el que nos dimos.

Minerva se acercó a mí, soltó mi mano. Reposó sus manos sobre mi pecho, incrustó sus ojos en los míos. Este era el momento más tenso, porque su rostro no era de paz ni de satisfacción (como hace un momento). Ahora ella denotaba un sufrimiento tremendo. Sus ojos, a punto comenzar a humedecerse, temblaban. Con la boca entre abierta, su labio inferior tiritaba. Dio un suspiro, un paso hacia atrás y se marchó.

Me quedé helado mirando como esa chica emprendió esa caminata. Paralizado por el miedo, por la inseguridad, por la ansiedad. No sabía qué hacer, no entendí que pasó.

Después de seis horas de charla, como si le rompiera el corazón nuestro beso. No sabía qué hacer.

La lluvia, comenzando con gotas suaves e intermitentes, inició a precipitarse sobre mis hombros. Pasmado, con el corazón en la garganta. Confundido como nunca en mi vida. Una esperanza muerta yacía en mi pecho. Un miedo me recorría las venas. Me sentía pesado.

<<Esto se fue al carajo>> pensé. El camino a mi casa fue el más extraño, ya no me podía perder en las páginas del libro que cargaba. No me sentía en mí. Estaba sufriendo.

Al llegar a casa me quedé parado frente a la puerta de mi departamento, pero no entré. Con la llave en la mano me di la media vuelta y bajé el edificio. A la orilla de la calle pedí un taxi y fui a la casa de Rod, quien vivía a unos tres kilómetros aproximadamente.

-Entonces se fue. - Dije mientras le contaba la historia a Rod, uno de mis mejores amigos. A pesar de que somos tres en el grupo, Rod siempre me agradó más que Eddy. No entendíamos más, era más mi estilo de persona –No entiendo, amigo.

- ¿Dices que se besaron? Eres un idiota.

-Así es. Pero, ¿sabes? Ella comenzó. Estoy seguro de ello. Había algo en mi cabeza de ello, pero nunca hice una jugada. Nunca le toqué, no le hice miradas. Esa chica está loca y ahora no me la puedo sacar de la cabeza, es como si la maldita me lanzara un hechizo. No quiero que podamos perder lo que había. Porque sentí muy bonito cuando nos besamos. Ella debe estar igual que yo- Pero no era así...

-Max, esa chica ya no va a querer nada contigo. Me sorprendería si te hace caso después de ello.

Al día siguiente, por los pasillos de la escuela, la volví a ver. La misma ansiedad me atacó, me quedé helado. No me moví, solo seguí su caminar con mis ojos y un deseo enorme de estar con ella, de abrazarla. Ella me miró y giró la cabeza, en un acto evasivo. Ella estaba sufriendo, se le notaba en el rostro, en la manera de agachar la cabeza cuando me vio. Ahora me siento como el malo de la película. En esos días ella no me miraba, me evadía y evidentemente no me quería ver.

- ¿qué es lo que pasa? ¿estás bien? - Le pregunté cuando la intercepté en un pasillo y estábamos frente a frente.

.... – No hubo respuesta de su parte. Solo me miraba. Ella trataba de mantener un estado pasivo y agresivo en su rostro.

- ¿Hice algo malo? - Recriminé.

-No- Me dijo.

-Entonces, ¿Qué pasa? Estoy muy desesperado. No quiero lastimarte, Minerva.

En ese momento ella siguió su camino a paso rápido golpeando su hombro con mi brazo y dándome la vuelta. Fue una escena muy dramática.

Los días pasaron y su actitud no cambió. A pesar de que le llame y grite su nombre no me responde, ni me dirige la mirada. Ella realmente me odiaba. No quería saber de mí. Envié notas con una amiga de clase, pero no respondía. Hasta aquel día que, en mi buzón de correo, encontré una carta firmada con su nombre.

Fue muy extraño, cuando leí ese nombre se me paralizó la cabeza. No la quería leer, pero al mismo tiempo sí. Tomé la carta, la llevé dentro de casa y la dejé en el comedor de la cocina.

Ese sitio era, a mi gusto, un tanto deprimente. Vivía en un complejo de departamentos más ancho que alto. Las viviendas eran muy pequeñas, no tenían gran cosa; ni siquiera una ventana al exterior. Al entrar al sitio, podrías encontrar un pasillo no muy largo. Tenía un perchero para mis chaquetas. Al terminar la pared, una pequeña cocina llamaba la atención a la derecha. Tomando la forma de la esquina de mi departamento rodeaba a una pequeña mesa circular con cinco sillas. Un tanto viejas, pero aún funcionales. Al lado de ello, había una puerta de madera que llevaba a mi habitación. Fuera de esta, un viejo sillón- cama café que brillaba por lo sucio que lucía, pero su esencia era tan cómoda que no había duda para sentarse. Frente al sofá una mesa de centro tendía a sus costados dos cojines. Estaba llena de sopas instantáneas y latas de refresco. Tenía un pequeño televisor a blanco y negro, el cual no disfrutaba del todo. Encima de él reposaba un reproductor de casetes. La música que solía escuchar eran mezclas que compraba en los cafés de la ciudad; aquellas cintas que los músicos de jazz en esos sitios vendían. El jazz me encantaba, sonaba en mi espacio todo el día.



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En el texto hay: drama, aprendizaje, amores

Editado: 13.06.2019

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