El juego del corazón: entre goles y letras.

Pequeñuelos.

Siempre pensé que la vida se componía de pequeñas historias, como los libros que tanto me gusta leer y escribir. Pero nunca imaginé que una de esas historias tendría como protagonista a Noemí Garnier, mi amiga de la infancia, y la jugadora de fútbol más increíble de Venezuela.

Recuerdo cómo solíamos jugar juntos en el parque del barrio. Ella con su balón de fútbol, soñando con ser la próxima estrella del deporte, y yo con mi cuaderno, escribiendo cuentos y poemas sobre todo lo que nos rodeaba. Éramos un dúo peculiar, pero inseparables.

Todavía éramos unos pequeñuelos en ese tiempo, cuando en el parque, corríamos entre los árboles, riendo a carcajadas. Podía sentir la brisa fresca en mi rostro y el sonido de nuestras risas llenando el aire. Nuestras madres, sentadas en un banco cercano, nos observaban con cariño.

—¡Atrápame si puedes! —gritó Noemí, mientras la perseguía con todas mis fuerzas; no podía creer la agilidad que tenía esta niña.

Desde niños, habíamos sido inseparables. Nuestras madres, mejores amigas desde su juventud, siempre nos llevaban a todas partes juntos. En las tardes de verano, nos sentábamos en el porche de la casa de Noemí, compartiendo helados y hablando de nuestros sueños.

—Cuando sea grande, quiero ser jugadora de fútbol —dijo Noemí, con los ojos brillando de emoción.

—Y yo seré tu mayor fan —le respondí, sonriendo.

A medida que crecíamos, Noemí se convirtió en una leyenda en el campo. Su destreza y pasión la llevaron a la cima, mientras que yo seguía escribiendo, buscando mi lugar en el mundo de las letras. Siempre estuve a su lado, apoyándola en cada partido, en cada victoria y en cada derrota.

Nuestro vínculo se hizo más fuerte con el tiempo. No solo éramos amigos, éramos almas gemelas en diferentes caminos. Y fue entonces cuando decidí que nuestra historia merecía ser contada. Noemí me inspiró a escribir mi primer libro, un relato de cómo la amistad puede transformarse en amor verdadero.

Escribí sobre nuestras aventuras, nuestros sueños y nuestros miedos. Y así, entre goles y letras, mi corazón encontró su juego perfecto. No fue fácil, claro está. La vida siempre tiene su manera de poner obstáculos, pero con cada palabra que escribía, sentía que estábamos más cerca, más conectados.

La vida es una serie de capítulos, y este es el nuestro. El juego del corazón entre goles y letras es más que una historia; es la celebración de dos almas que se encuentran en medio de sus pasiones.

Los días en el parque eran mágicos. Noemí corría detrás del balón con una destreza que ya mostraba su potencial, mientras yo me sentaba bajo la sombra de un árbol, observándola con admiración y garabateando notas en mi cuaderno. Ya desde entonces, sabía que quería escribir sobre todo aquello que nos rodeaba, y especialmente sobre ella.

—Algún día, estaré en un estadio lleno de gente —dijo Noemí, deteniéndose un momento para tomar aire—. Y tú, Otniel, escribirás sobre mis logros, porque eres el mejor.

—Y lo haré —respondí con una sonrisa—. Pero no se tratará solamente de tus logros en el fútbol, sino de todo lo que eres.

Noemí sonrió, sabiendo que nuestras palabras no eran promesas vacías. Eran sueños que perseguiríamos juntos, cada uno en su propio camino, pero siempre conectados. Y así, entre goles y letras, comenzamos a trazar las líneas de nuestra historia, una en la que ni siquiera la distancia o los obstáculos podrían desvanecer.

Después de una tarde particularmente calurosa de verano, Noemí y yo decidimos desafiar el calor y dirigirnos al Parque Fernando Peñalver. Con el balón de fútbol y mi cuaderno en mano, nos dispusimos a pasar la tarde haciendo lo que más amábamos. Ella corría detrás del balón, sus movimientos ágiles y precisos, mientras yo me sentaba bajo la sombra de un árbol, observándola con admiración y garabateando notas, como es nuestra costumbre.

Una vez que Noemí se detuvo a tomar un descanso, se dejó caer junto a mí en el césped. Su respiración era pesada y sus mejillas estaban enrojecidas por el esfuerzo y el sol. Pero había algo más en su rostro, una sombra de preocupación que no había visto antes.

—¿Qué pasa si no llego a cumplir mi sueño? —preguntó en voz baja, casi como si temiera darle vida a sus miedos con esas palabras—. He escuchado cómo algunos murmuran cuando hablo de fútbol. Dicen que eso es de niños y que debería de jugar con muñecas.

Me quedé mirándola, sorprendido por su duda. Noemí siempre había sido la persona más decidida y valiente que conocía, y verla así me conmovió profundamente.

—No dejes que esos comentarios te afecten —le dije, con una firmeza que no sabía que tenía—. Tú eres increíble en el fútbol, y no importa lo que digan los demás. Si es tu sueño, sigue adelante. No importa si eres niña o niño, lo que importa es la pasión que le pones. Yo creo en ti, y siempre estaré aquí para apoyarte.

Noemí me miró, con una mezcla de alivio y gratitud en sus ojos.

—Gracias, Otniel. No sé qué haría sin ti.

—No tienes que agradecerme —respondí, sonriendo—. Somos un equipo, ¿recuerdas?, y si dicen que el fútbol es cosa de niños, pues que vayan ellos a jugar con muñecas. Tú y yo tenemos cosas más importantes que hacer, como conquistar el mundo del fútbol y la literatura.

Ella asintió con una hermosa sonrisa en su rostro y en ese momento supe que nada podría detenernos. Juntos, enfrentaríamos cualquier obstáculo que se nos presentara.

—Además —añadí, recordando algo significativo—, no estás sola en esto. Recuerda lo que dijeron tus padres, Gerald y Anaís. Ellos también creen en ti. Cuando le contaste a tus padres que querías jugar fútbol, ellos fueron los primeros en animarte a seguir tus sueños. Fueron ellos quienes sugirieron que te inscribieran en un club de fútbol femenino para que desarrollaras tus capacidades.

Noemí sonrió al escuchar mis palabras, sus ojos llenándose de determinación.

—Sí, tienes razón. Mis padres siempre me han apoyado. No puedo defraudarlos. Y no puedo defraudarte a ti.




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