Aquel sábado por la tarde, Noemí y yo estábamos en mi habitación, sentados frente a la televisión, con los mandos de la Nintendo en nuestras manos. Ambos ya teníamos 12 años y, aunque competíamos en casi todo, esos juegos de Nintendo siempre traían a relucir nuestro espíritu más competitivo.
—Hoy es el día, Otniel —dijo Noemí con una sonrisa desafiante—. Hoy voy a derrotarte… una vez más, ja, ja, ja.
—Veremos si puedes —le respondí, apretando los botones del mando con determinación—. No será tan fácil, recuerda que te he ganado en otras ocasiones.
—ja, ja, ja, pero si contamos son más derrotas que victorias.
La partida comenzó y pronto nos vimos inmersos en una frenética carrera de Mario Kart. Noemí tenía un talento natural para los videojuegos, y yo luchaba por mantenerme a la par. En cada vuelta, ella encontraba alguna manera de adelantarse, mientras yo intentaba frenéticamente alcanzarla.
—¡Cuidado con la cáscara de plátano! —exclamó Noemí, lanzando una detrás de su kart justo cuando estaba a punto de alcanzarla. Mi personaje derrapó y perdió valiosos segundos.
—Eso fue sucio —dije, riendo a pesar de todo.
—Todo se vale en Mario Kart —respondió con una risa triunfal—. Además, ¡es parte del juego!
Nos divertimos tanto que el tiempo pasó volando. Antes de darnos cuenta, estábamos en la última vuelta. Mi corazón latía con fuerza mientras intentaba una última maniobra para adelantarla, pero Noemí era demasiado rápida. Cruzó la línea de meta justo antes que yo, levantando los brazos en señal de victoria.
—¡Gané! —gritó, saltando del sofá con una expresión de pura alegría.
—Sí, sí, ganaste —admití, sonriendo—. Eres realmente buena en esto, Noemí.
—Gracias, Otniel. Eres un buen competidor. Deberíamos hacer esto más seguido —dijo, todavía riendo.
En ese momento, mi mamá, Evelyn, entró en la habitación con una bandeja de galletas y dos vasos de jugo.
—Aquí tienen, campeones —dijo, sonriendo al vernos tan felices—. Parece que alguien está de buen humor.
—Noemí me ganó otra vez —le expliqué, tomando una galleta.
—Bueno, no me sorprende —dijo Evelyn, dándole una palmada en la espalda a Noemí—. Ella tiene talento para esto.
Nos sentamos a disfrutar de la merienda, y mientras lo hacíamos, no pude evitar sentirme agradecido por esos momentos sencillos pero llenos de alegría. Noemí era una competidora feroz, ya fuera en el campo de fútbol o en el mundo virtual, y esos momentos de diversión y risas eran un recordatorio de que nuestra amistad era algo especial.
Nos acomodamos después de la merienda, aun riéndonos de la partida. Miré a Noemí y le dije con una sonrisa:
—Noemí, ¿crees que habrá alguien que pueda ganarte jugando Nintendo? Porque yo empiezo a pensar que es imposible.
Ella me miró con picardía y una sonrisa traviesa en sus labios.
—Otniel, ni siquiera Kelvin, ha podido ganarme.
Me reí, imaginando la escena de Noemí derrotando a su hermano mayor.
—Eso es impresionante. Kelvin siempre ha sido bueno en los videojuegos. Debes ser una verdadera experta.
—Bueno, él no lo admite, pero sé que se muere de la rabia cada vez que le gano —dijo Noemí, riendo—. Supongo que tengo un talento oculto.
—Definitivamente —respondí—. Eres una campeona en todo lo que haces, Noemí.
Nos quedamos un momento en silencio, disfrutando de nuestra amistad y de esos momentos simples pero significativos.
Después de unas horas de diversión y competencia amistosa, Noemí decidió que era hora de irse a casa. Nos despedimos en la puerta, y ella me dio un último abrazo antes de salir.
—Nos vemos mañana, Otniel. Gracias por el día de hoy. Fue genial.
—Igualmente, Noemí. Nos vemos mañana. Cuídate, no te olvides de llamar cuando llegues a tu casa.
—Tranquilo, no lo haré. Si no llamo, estoy segura de que lo harán algunos de mis padres —dijo con una sonrisa.
La vi alejarse mientras su silueta se perdía en la distancia, y luego cerré la puerta. Más tarde, esa noche, después de cenar, mi hermana mayor Rebeca llegó a casa después de un largo día de trabajo en el hospital. Rebeca, con veintitantos años, era una doctora ginecóloga dedicada y siempre estaba ocupada, pero siempre se tomaba el tiempo para nosotros.
Amaba a mi hermana, pero ver cómo siempre tenía el tiempo para mí, hacía que la amara mucho más. Admiro su forma de ser.
—¡Hola, viejita prematura!—la saludé, mientras se quitaba el abrigo y dejaba su bolso en la silla del recibidor.
—Hola, Otniel. ¿Cómo estuvo tu día? —me preguntó, dándome un beso en la frente.
—Fue genial. Noemí vino a jugar Nintendo y, como siempre… me ganó, ja, ja, ja. ¿Quieres jugar un rato conmigo?
Rebeca sonrió, y noté una chispa de diversión en sus ojos.
—Claro, ¿por qué no? Me vendrá bien relajarme un poco después del trabajo.
Nos dirigimos a mi habitación, después que ella cenara y encendimos la Nintendo. Seleccionamos un juego y empezamos a jugar. Aunque Rebeca no era tan hábil como Noemí, siempre ponía todo su empeño y se divertía intentándolo.
—Vaya, Otniel, eres realmente bueno en esto. No sé cómo puedes competir con Noemí —dijo, riendo mientras su personaje en el juego perdía otra vida.
—Ella es una campeona en todo lo que hace —respondí, riendo también—. Pero tú no lo haces nada mal, mi viejita.
Jugamos un par de rondas más, disfrutando de la compañía y las risas. Era en esos momentos simples y llenos de cariño cuando me daba cuenta de lo afortunado que era, de tener una familia y amigos que siempre estaban allí para apoyarme.
—Gracias por esto, Otniel —dijo Rebeca, cuando terminamos de jugar—. Necesitaba un poco de diversión después de un día tan largo, eres el mejor hermano.
—Siempre, Rebeca, tú eres la mejor hermana mayor —le respondí, dándole un abrazo.
—Ahora iré a dormir, mañana tengo algunas citas —dijo mi hermana mirando el reloj.