A los días siguientes, Noemí volvió a mencionar el chico que le gustaba mientras estábamos sentados en un banco del parque. Sentí una incomodidad creciente cada vez que hablaba de él, una molestia que no podía evitar, ¿por qué tenía que mencionar a ese inútil?
—Otniel, ¿recuerdas al chico del que les mencione? Me invitó a salir —dijo Noemí, con una sonrisa que reflejaba su emoción.
Me esforcé por mantener la calma y sonreír, aunque por dentro me enfurecía la idea. Incluso pensé en lanzarle el pan que tenía en la mano, para ver si rebobinaba, por lo que solo traté de sonar lo más sereno posible mientras le respondía.
—Noemí, no deberías estar pensando en cabezas huecas, porque estoy seguro de que en su cerebrito no tiene nada. Hay cosas más importantes en las que deberías enfocarte —le dije, esperando que entendiera.
Noemí me miró con sorpresa y algo de confusión.
—Pero me ha invitado a salir, Otniel. ¿No crees que eso es algo significativo? Es el primer chico que me invita a una cita —preguntó, sin entender mi reacción.
Me obligué a mantener una sonrisa, aunque estaba claro que la situación me molestaba.
—Si quieres tener una cita, deberías pedirle permiso a tus padres primero. No puedes ir sin su consentimiento —respondí, tratando de sonar razonable.
Noemí me miró fijamente, notando mi incomodidad.
—Otniel, ¿qué te pasa? ¿Por qué estás actuando así? —preguntó, con genuina preocupación en su voz.
Antes de que pudiera responder, mi celular sonó, interrumpiendo el momento incómodo. Saqué el teléfono del bolsillo y vi el nombre de mi madre en la pantalla.
—Perdón, Noemí. Es mi mamá —dije, agradeciendo la interrupción.
Atendí la llamada, dejando a Noemí con su pregunta sin respuesta. Mientras hablaba con mi mamá, no podía evitar reflexionar sobre por qué me sentía tan molesto con la idea de Noemí saliendo con alguien. Acaso, ¿sentía algo más por ella que una simple amistad?
Pasaron los días y no podía sacarme de la cabeza la conversación con Noemí sobre el chico que le gustaba. Algo no me encajaba, y decidí vigilarlo, pues no creía que tuviera buenas intenciones.
Así que unas semanas después, durante las cuales observaba sus movimientos, asegurándome de que no hiciera nada que pudiera lastimar a mi amiga, tomé una decisión de hacer algo.
Una tarde, mientras estábamos en el parque, noté que Noemí estaba triste, con una expresión abatida que no solía llevar.
—Noemí, ¿qué te pasa? —le pregunté, preocupado.
Ella suspiró y miró al suelo, evitando mi mirada.
—El chico del que te hablé… me dijo que no quería saber nada de mí —dijo, su voz temblando ligeramente.
Por dentro, no pude evitar sonreír al recordar cómo había amenazado al chico para que se alejara de ella.
*♧⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞♧ Flashback ♧⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞♧
Me acerqué al chico mientras estaba solo en la cancha de básquetbol. Respiré hondo, tratando de mantener la calma, y le hablé con firmeza.
—Escucha, necesito que te alejes de Noemí —le dije, mirándolo directamente a los ojos—. Ella ya tiene novio y no quiero que intentes nada con ella. Si lo haces, te las verás conmigo.
El chico me miró sorprendido, y por un momento, pensé que podría desafiarme. Pero finalmente, asintió y se alejó, murmurando algo que no alcancé a entender.
♧⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞♧ Fin del flashback ♧⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞⌝⌟⌜⌞♧
Mientras recordaba estos por fuera, mantuve una expresión seria y comprensiva, tratando de darle consuelo.
—Noemí, no vale la pena llorar por inmaduros —dije, colocando una mano en su hombro—. Es mejor que esto sucediera ahora, en lugar de más adelante cuando pudiera hacerte más daño.
Ella levantó la vista, con lágrimas en los ojos, pero asintió lentamente.
—Tienes razón, Otniel. Supongo que es mejor así.
Queriendo cambiar de tema y animarla, le ofrecí una alternativa, a la vez que limpiaba sus lágrimas.
—Vamos, Noemí. ¿Qué te parece si jugamos un rato al fútbol? Eso siempre nos hace sentir mejor.
Ella sonrió débilmente, agradecida por mi apoyo.
—Sí, me gustaría eso. Gracias, Otniel. Eres un gran amigo.
Sonreí, aunque eso me hizo sentir mal. Nos dirigimos al campo y empezamos a jugar, dejando que el deporte y la risa disiparan la tristeza de Noemí. Mientras corríamos y jugábamos, me di cuenta de lo importante que era para mí proteger y apoyar a mis amigos, incluso si eso significaba tomar medidas drásticas a veces.
Desde ese día, me convertí en el guardián silencioso de Noemí. Cada vez que veía a un chico con intenciones de acercarse a ella, hacía lo posible por espantarlo discretamente. Mi objetivo era protegerla, aunque eso significara tomar medidas un poco extremas, es mi amiga, así que no podía permitir que tuviera distracciones innecesarias.
Una tarde, mientras estaba en la biblioteca, vi a un chico acercarse a Noemí con una sonrisa demasiado amigable. Me acerqué a ellos, interrumpiendo su conversación.
—¿Qué pasa, Noemí? ¿Todo bien por aquí? —pregunté, dirigiéndole una mirada intensa al chico.
El chico parecía incómodo por mi presencia y pronto se excusó para irse. Noemí me miró con curiosidad, pero no dijo nada al respecto.
Y así fue como esto se convirtió en una rutina. Siempre que un chico intentaba llamar la atención de Noemí, me aseguraba de que entendiera que no era bienvenido.
Un día, después de haber espantado a otro chico, Noemí me confrontó; al parecer se había dado cuenta de lo que estaba haciendo.
—Otniel, ¿por qué siempre haces esto? —preguntó, con una mezcla de frustración y confusión—. ¿Por qué ahuyentas a todos los chicos que se acercan a mí?
Sentí una punzada de culpa, pero mantuve mi postura.
—No me gusta, solo quiero protegerte. No todos los chicos tienen buenas intenciones, y no quiero que te lastimen.
Ella suspiró, claramente frustrada.
—Aprecio que quieras protegerme, pero necesito aprender a manejar estas situaciones por mí misma también.