Cazados El Juego Acaba De Comenzar

CAPITULO 0: PILOTO

La lluvia azotaba las calles de Barcelona como si el cielo estuviera descargando su furia. Las farolas parpadeaban sobre los charcos, distorsionando los reflejos de la ciudad dormida. A lo lejos, el eco de unos perros ladrando rompía la tensa quietud de la noche.

Un hombre de piel morena y una mujer de cabello rubio corrían bajo la tormenta. Las ropas pegadas al cuerpo, los zapatos empapados, pero no se detenían. Sus pasos urgentes resonaban en el asfalto mojado mientras se acercaban a la comisaría.

Al cruzar la puerta, se detuvieron. El frío del interior los envolvió como una segunda piel. Una oficial en recepción los observó, entre el cansancio y la desconfianza.

—¿En qué puedo ayudarles? —preguntó con voz profesional, pero distante.

El hombre tragó saliva, buscando fuerzas en el pecho agitado.

—Estamos buscando al oficial encargado de la desaparición de nuestro hijo.

La mujer, temblorosa, asintió sin decir palabra.

La oficial los miró por un instante. Luego se giró y alzó la voz:

—¡Oficial encargado del caso González!

Desde una oficina del fondo, un hombre de expresión hastiada apareció en el marco de la puerta.

—Soy yo —respondió sin entusiasmo.

La pareja se acercó, pero antes de que pudieran hablar, el oficial se giró con desgano, como si ya hubiera escuchado suficientes súplicas.

—¡Usted nos prometió que lo encontrarían! —exclamó el padre, con la voz quebrada por la rabia contenida.

La madre, sujetando con fuerza una fotografía, intervino con la mirada empañada.

—Por favor… no nos ignoren otra vez.

El oficial suspiró y se cruzó de brazos, indiferente.

—No es mi trabajo. Eso le corresponde a los detectives, y todos están ocupados con otros casos más antiguos. Lo siento.

Un silencio tenso se apoderó del vestíbulo, hasta que una voz firme interrumpió.

—Yo me haré cargo.

Todos se giraron. Una joven de cabello oscuro y mirada decidida había salido de una oficina lateral. Su placa colgaba del cuello como si no necesitara más presentación.

El oficial la miró con sorna.

—¿Tú? ¿La novata? No es momento de juegos.

La detective esbozó una sonrisa tranquila, sin perder contacto visual.

—Dame un mes. Y cuando lo resuelva, no tendrás nada que decir.

El oficial chasqueó la lengua, irritado, y se alejó.

La detective les hizo un gesto a los padres para que la siguieran. Ya dentro de su oficina, les ofreció asiento y sacó una libreta junto a un bolígrafo.

—Vamos a empezar desde el principio. ¿Cómo se llama su hijo?

La mujer miró la fotografía en sus manos, como si al decir su nombre lo trajera de vuelta.

—Lucas. Lucas González —susurró.

—¿Edad?

—Veintidós.

—Necesito una descripción: apariencia, estatura, cualquier señal particular.

El padre respondió, con voz tensa pero firme:

—Moreno, cabello castaño, unos 1.78 de altura. No estamos seguros del color exacto de sus ojos… A veces parecen verdes, otras más oscuros. Es callado, responsable. No suele desaparecer sin avisar.

La detective anotaba sin dejar de observarlos. Su mirada se detuvo en la madre, que apretaba la foto contra su pecho, como si temiera perder a su hijo dos veces.

Con suavidad, la detective cerró la libreta y apoyó los codos en el escritorio.

—Voy a encontrar a Lucas. No quiero que se aferren solo a esta imagen. Quiero que lo abracen de nuevo.

La mujer soltó un sollozo contenido, mientras el padre asentía con la mirada fija en el suelo.

—Vuelvan en unos días —añadió ella con seguridad—. Les prometo que habrá noticias.

La pareja se levantó con lentitud, agradecieron en voz baja y salieron del despacho.

La detective quedó sola. Sobre la mesa, la foto de Lucas le devolvía una sonrisa congelada.

La miró unos segundos, como si pudiera descifrar algo en ella, y luego pensó en silencio:

"Te encontraré. Cueste lo que cueste."

Cerró la libreta, se puso en pie y caminó hacia el tablero de casos.

La lluvia seguía golpeando la ciudad, pero dentro de esa oficina, alguien acababa de encender una chispa.




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