La noche era serena en el cielo de Astralis, un reino flotante donde los astros danzaban al compás de la magia antigua. Las lunas gemelas iluminaban un campo lleno de flores luminiscentes. Kael estaba allí, esperando, como siempre lo hacía. Sus botas desgastadas hundían ligeramente la hierba azulada mientras jugueteaba con la pequeña daga que llevaba en el cinto.
—¿Por qué siempre llegas tarde? —murmuró con una sonrisa, mirando el horizonte estrellado.
Poco después, una figura apareció entre la bruma. Selene, envuelta en un vestido negro que brillaba como la galaxia misma, avanzaba con gracia hacia él. Sus ojos, plateados como las lunas, reflejaban una mezcla de emoción y preocupación.
—Lo siento, Kael. Mi padre se está volviendo más paranoico cada día. Si supiera que estoy aquí… —su voz era un susurro cargado de miedo.
Kael dio un paso hacia ella y tomó su mano.
—No importa. Mañana, a esta misma hora, nos iremos. Lejos de todo esto, lejos de tu padre y su imperio. Solo tú y yo.
Selene bajó la mirada, sus labios temblaron por un momento.
—Sí… mañana. —Su voz sonó extrañamente vacía, pero Kael no lo notó.
Los dos se quedaron allí un rato, observando las estrellas, hablando de los sueños que compartían. Pero mientras Kael hablaba de su vida juntos, Selene apartaba la mirada, como si una sombra invisible la envolviera.
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Al día siguiente, Kael llegó temprano al campo. Su mochila estaba lista, llena de provisiones y los pocos objetos de valor que poseía. Su corazón latía con fuerza al pensar en su futuro con Selene. Cuando la vio acercarse, su pecho se llenó de esperanza.
Sin embargo, algo estaba mal. Selene no estaba sola. Detrás de ella, un grupo de figuras encapuchadas emergió de la niebla, sus ojos brillaban con un fulgor antinatural. Eran los magos de guerra del rey, conocidos por su crueldad y su dominio de la magia oscura.
—Selene… ¿qué está pasando? —preguntó Kael, retrocediendo un paso.
Ella no respondió. Sus ojos plateados estaban llenos de lágrimas, pero sus labios permanecían cerrados. Uno de los magos avanzó, extendiendo una mano hacia Kael.
—Forajido, en nombre del rey, te condenamos por tus crímenes y tu osadía de tocar lo que no te pertenece. —La voz del mago era fría como el vacío del espacio.
Kael desenfundó su daga, aunque sabía que no tenía oportunidad contra ellos.
—Selene, dime que no es cierto… —Su voz se quebró mientras la miraba.
Finalmente, Selene habló, su voz apenas un susurro:
—Perdóname… no tuve otra opción.
El corazón de Kael se rompió en ese instante, pero no tuvo tiempo para procesarlo. Los magos comenzaron a conjurar, círculos de runas brillaron en el aire mientras una energía oscura se acumulaba a su alrededor. Kael gritó y corrió hacia ellos, decidido a pelear hasta el final, pero la magia lo alcanzó antes de que pudiera dar un paso más.
Un dolor indescriptible lo atravesó. La energía negra lo envolvió, quemando su piel, su mente, su alma. Sentía cómo algo dentro de él cambiaba, como si una fuerza ajena estuviera destrozando todo lo que era.
Cuando la luz se desvaneció, Kael ya no era el mismo. Su cuerpo había encogido y se había transformado. Ahora tenía la apariencia de una criatura pequeña y extraña, con un cuerpo cubierto de pelaje blanco y ojos brillantes que destellaban con un leve tono dorado. Sus manos y pies eran pequeños, casi inofensivos, pero un extraño poder fluía a través de ellos.
—¿Qué… me han hecho? —dijo Kael con una voz que ya no reconocía como suya, más aguda y distorsionada.
Los magos retrocedieron, sus rostros llenos de confusión. No habían esperado esto. La magia debía haberlo capturado, no transformado.
Selene se llevó las manos a la boca, horrorizada.
—Kael… yo… —intentó acercarse, pero él retrocedió, mirándola con una mezcla de furia y dolor.
—Te amaba, Selene… y me vendiste como si no significara nada.
Antes de que los magos pudieran reaccionar, Kael extendió una de sus pequeñas patas, y una explosión de energía surgió de su cuerpo, enviándolos a todos al suelo. Sin saber cómo, había activado un poder que ni siquiera sabía que tenía.
Aprovechando el caos, Kael escapó, desapareciendo entre la niebla.
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Esa noche, mientras se escondía en una cueva lejana, Kael miró sus manos, o lo que ahora eran.
—No puedo volver atrás… pero si algo me queda, es mi juramento. Selene, el rey… pagarán por lo que me hicieron.
Así comenzó su nueva vida, como una criatura rechazada por el mundo, pero llena de una furia que alimentaría su misión: descubrir la verdad detrás de su transformación y hacer justicia, sin importar el precio.
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Editado: 08.01.2025