El aire de la madrugada estaba cargado de humedad, y la niebla danzaba entre los árboles del bosque que Kael había elegido como refugio. Sus nuevos sentidos, más agudos que los de un humano, captaban cada crujido de ramas y cada susurro del viento. Pero esa sensibilidad no era ningún consuelo. Todo lo que podía escuchar con claridad era el eco de su propia respiración, entrecortada por la ira y la desesperación.
Kael se miró las patas —o lo que ahora eran sus manos— bajo el tenue brillo de una piedra luminiscente que colgaba del techo de la cueva. Su pelaje blanco reflejaba la luz con una suavidad casi irónica, como si estuviera diseñado para algo puro, algo inocente. Pero él no se sentía ni puro ni inocente.
—¿Qué soy ahora? —gruñó para sí mismo, su voz aún distorsionada, demasiado aguda para su gusto. Dio un golpe con la pata contra la pared de la cueva, apenas logrando un leve sonido. La impotencia lo llenó.
Antes, había sido rápido, fuerte, un maestro con el cuchillo y el sigilo, un forajido legendario que incluso el rey temía. Ahora era… esto.
Su mente volvía una y otra vez a Selene. Su rostro, sus lágrimas… ¿habían sido reales? ¿O todo había sido parte de su actuación?
—¡Maldita sea, Selene! —gritó, su voz resonando por la cueva como un eco vacío. Se desplomó contra la pared, agotado, con sus pequeñas patas cubriendo su rostro.
Un sonido rompió su desesperación: un crujido de hojas. Kael alzó la mirada de inmediato, sus orejas —ahora más largas y sensibles— se movieron ligeramente. No estaba solo.
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Fuera de la cueva, entre los árboles, una figura encapuchada se movía con cuidado. El intruso llevaba una antorcha y caminaba con paso cauteloso, deteniéndose de vez en cuando para observar el terreno. No estaba solo; detrás de él, dos soldados armados con lanzas y armaduras ligeras le seguían de cerca.
—Estamos cerca —dijo el hombre de la antorcha, su voz firme pero susurrante.
Kael se ocultó entre las sombras de la cueva, conteniendo la respiración. Había aprendido a escuchar con precisión las intenciones de las personas a través de sus movimientos. Estos no eran simples viajeros perdidos; eran cazadores.
—La criatura no puede estar lejos. Lord Aster quiere que la llevemos con vida, pero no duden en incapacitarla si se resiste. —El líder miró a los soldados por encima del hombro.
Kael apretó los dientes. "¿Lord Aster? Otro de los perros del rey." Sentía cómo la rabia se encendía nuevamente en su interior, pero también algo más: un extraño calor que fluía por sus venas, como una corriente de energía que esperaba ser liberada.
El líder levantó una mano, indicando a los soldados que se detuvieran.
—Silencio. La magia residual está más fuerte aquí. La criatura está cerca.
Kael evaluó sus opciones rápidamente. En su forma actual, enfrentarse a tres hombres armados parecía un suicidio, pero algo dentro de él le decía que no estaba indefenso. La explosión de energía que había desatado en el campo era una prueba de ello.
—Muy bien, vamos a probar esto… —murmuró, su voz llena de determinación.
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Cuando los cazadores entraron en la cueva, Kael ya no estaba a la vista. La oscuridad envolvía todo, salvo por el débil parpadeo de la antorcha.
—¿Ves algo? —preguntó uno de los soldados, moviendo su lanza hacia las sombras.
—No bajes la guardia. Esta criatura puede ser pequeña, pero si Lord Aster la quiere, es por algo —respondió el líder, avanzando con cautela.
De pronto, un pequeño sonido resonó desde el fondo de la cueva, como si una roca hubiera caído. Todos giraron hacia el origen del ruido.
—Ahí está… —susurró el líder, levantando la antorcha para iluminar el lugar.
Kael, oculto en las sombras del techo de la cueva, observó desde arriba. Algo en su nuevo cuerpo le permitía moverse con una agilidad imposible para un humano. Sus pequeñas patas se habían aferrado a las irregularidades de la roca como si fueran garras, y su pelaje blanco casi se camuflaba con las luces de la piedra luminiscente.
Esperó. Contuvo la respiración mientras los cazadores avanzaban. Cuando el líder pasó justo debajo de él, Kael se dejó caer.
El impacto fue silencioso, pero certero. Sus pequeñas patas golpearon la cabeza del líder, haciéndolo perder el equilibrio. Antes de que pudiera reaccionar, Kael extendió una de sus patas delanteras, y una ráfaga de energía dorada salió disparada, empujando al líder contra la pared.
—¡Es aquí! ¡La criatura! —gritó uno de los soldados, apuntando su lanza hacia Kael.
Kael giró rápidamente, esquivando el ataque con un movimiento ágil que parecía más instintivo que planeado. La lanza golpeó el suelo, levantando chispas. Kael extendió ambas patas y dejó que la energía fluyera de nuevo. Dos destellos dorados iluminaron la cueva, y los soldados cayeron al suelo, inconscientes.
El líder, aún tambaleante, intentó levantarse. Kael saltó sobre él, aplastando su pecho con sorprendente fuerza para una criatura de su tamaño.
—Dile a tu amo que no soy un simple juguete para capturar. Y si vuelve a enviarte tras de mí… —Kael dejó que su pata brillara con energía, apuntándola al rostro del hombre— …no me contendré la próxima vez.
El líder asintió rápidamente, el miedo evidente en sus ojos.
Kael saltó de su pecho y desapareció entre las sombras de la cueva.
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Esa noche, mientras corría a través del bosque bajo las estrellas, Kael sintió algo diferente. Por primera vez desde su transformación, una pequeña chispa de esperanza brilló dentro de él. No sabía qué era este poder, pero lo usaría.
Selene, el rey, y todos los que lo habían traicionado… aprenderían que incluso un monstruo podía luchar.
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Editado: 29.01.2025