Los días se convirtieron en semanas y las semanas en meses. La presencia de Valeria en la vida de Daniel se volvió constante, como una sombra oscura que nunca lo abandonaba.
Donde quiera que él fuera, sentía la presión de sus ojos claros, vigilantes y demandantes, como si estuvieran atados por un hilo invisible. La librería, su refugio y santuario, comenzó a transformarse en una jaula dorada, sus libros en rejas que lo mantenían atrapado.
El sol de la tarde proyectaba largas sombras sobre las calles empedradas, y con cada atardecer, Valeria aparecía, deslizándose entre las sombras como un espectro hermoso y perturbador. Su belleza era una flor venenosa, atrayente y mortal, y su voz, un canto de sirena que lo arrastraba hacia un abismo sin fin.
Una tarde, mientras Daniel organizaba los libros en los estantes, sintió una presencia familiar. Levantó la vista y vio a Valeria parada en la entrada, su figura recortada contra la luz del sol poniente. Sus ojos, fríos y calculadores, lo observaban con una intensidad que hacía que la piel de Daniel se erizara.
-Hola, Daniel -dijo Valeria con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos-. Pensé en pasar a saludarte.
Daniel forzó una sonrisa, sintiendo cómo el aire en la librería se volvía denso y sofocante.
-Hola, Valeria. Estaba a punto de cerrar. Ha sido un día largo.
Valeria dio un paso adelante, su perfume dulce y embriagador llenando el aire. Cada movimiento suyo era como el de un felino acechando a su presa, lento y deliberado.
-No te preocupes, no tardaré. Solo quería verte. Me haces falta cuando no estamos juntos -susurró, sus dedos rozando el brazo de Daniel con una caricia que parecía una promesa y una amenaza al mismo tiempo.
A medida que pasaban los días, el comportamiento de Valeria se intensificó. Comenzó a aparecer en lugares donde Daniel solía ir, incluso cuando él no le había mencionado sus planes.
La veía en el parque mientras corría, en el café donde desayunaba, e incluso en la iglesia los domingos. Era como si Valeria tuviera un sexto sentido que le permitía rastrear cada uno de sus movimientos.
Una mañana, mientras Daniel disfrutaba de su café en el pequeño café de la esquina, Valeria se deslizó en el asiento frente a él, su sonrisa tan brillante como el sol que se filtraba por la ventana.
-Buenos días, Daniel. Qué coincidencia encontrarte aquí -dijo, aunque en su voz había un tono de certeza que indicaba lo contrario.
Daniel, tratando de mantener la calma, asintió lentamente.
-Sí, qué coincidencia. ¿Cómo estás, Valeria?
-Mejor ahora que estoy contigo -respondió ella, sus ojos brillaban con una intensidad inquietante- No puedo dejar de pensar en ti, Daniel. Eres todo lo que quiero y necesito.
Las palabras de Valeria eran como cadenas invisibles que se apretaban alrededor de Daniel, restringiendo su libertad y llenándose de una sensación de desesperanza. Cada día, las garras de Valeria se apretaban más alrededor de su corazón, hasta que apenas podía respirar sin su permiso. La sensación de estar atrapado se volvía cada vez más insoportable, como un nudo que se estrechaba con cada movimiento.
Una noche, al cerrar la librería, Daniel se percató de que Valeria lo estaba esperando fuera. La luz de las farolas proyectaba sombras inquietantes, y la sonrisa de Valeria parecía más siniestra que encantadora. La luna llena se reflejaba en sus ojos claros, otorgándoles un brillo casi sobrenatural.
-Te acompaño a casa -dijo Valeria, sin esperar respuesta.
Daniel intentó rechazarla amablemente, pero Valeria insistió. Durante el camino, su comportamiento se volvió más posesivo. Hablaba de cómo estaban destinados a estar juntos, cómo nadie más podía comprender a Daniel como ella lo hacía. Sus palabras eran como un hechizo, envolviendo a Daniel en una red de seducción y control.
-Eres tan especial, Daniel -susurró Valeria, su voz, un veneno dulce - Nadie más puede hacerte feliz como yo.
Daniel sintió una mezcla de miedo y compasión. Sabía que algo estaba muy mal, pero no quería ser grosero. Valeria parecía frágil y desesperada, pero había una chispa de locura en sus ojos que lo aterrorizaba. Sus pupilas, dilatadas por la emoción, reflejaban una intensidad que parecía consumir todo a su alrededor.
En su mente, Daniel comparaba su situación con una mariposa atrapada en una telaraña, luchando por liberarse mientras el depredador acechaba pacientemente. Cada día, las garras de Valeria se apretaban más alrededor de su corazón, hasta que apenas podía respirar sin su permiso. La sensación de estar atrapado se volvía cada vez más insoportable, como un nudo que se estrechaba con cada movimiento.
A medida que pasaba el tiempo, Valeria comenzó a controlar cada aspecto de la vida de Daniel. Le enviaba mensajes constantes, exigiendo saber dónde estaba y con quién. Si él no respondía de inmediato, las llamadas comenzaban a llegar, una tras otra, hasta que contestaba.
Daniel, asustado y confundido, empezó a aislarse de sus amigos y familiares, intentando evitar cualquier conflicto con Valeria.
Una noche, Valeria se presentó en la casa de Daniel sin previo aviso. Estaba llorando y afirmaba que no podía vivir sin él. Daniel, sintiendo una mezcla de miedo y compasión, la dejó entrar.
Valeria aprovechó la oportunidad para imponer su presencia en su hogar, organizando sus cosas, cambiando la decoración y desechando objetos que, según ella, no eran adecuados para él.
-Esto no debería estar aquí -dijo Valeria, arrojando un viejo peluche a la basura-. Te hace ver infantil.
Daniel miró cómo Valeria tomaba control de su espacio personal, sintiendo cómo su vida se desmoronaba lentamente. Cada día, las garras de Valeria se apretaban más alrededor de su corazón, hasta que apenas podía respirar sin su permiso. La sensación de estar atrapado se volvía cada vez más insoportable, como un nudo que se estrechaba con cada movimiento.