El Lado Oscuro Del Amor

Un Baile De Sombras

La noche estaba vestida con un manto de estrellas cuando Valeria y Daniel llegaron a la opulenta mansión donde se celebraba la fiesta de la aristocracia.

La entrada estaba iluminada por candelabros dorados, y el aire estaba impregnado de una fragancia sutil de jazmín y rosas. Valeria, con su elegancia etérea, sostenía el brazo de Daniel, guiándolo como un príncipe cautivo en una fábula oscura.

Valeria lucía un vestido de seda carmesí que abrazaba su figura con una gracia sobrenatural, sus ojos celestes brillaban como dos joyas robadas de un tesoro escondido y sus rubios cabellos caían en su espalda como una cascada de oro. Daniel, por su parte, vestía un traje negro impecable, su postura erguida y su mirada vacía reflejaban una sumisión total.

Su mente, ennegrecida por la influencia de Valeria, era un lienzo en blanco, donde cada pensamiento y cada acción estaban dictados por ella.

Al entrar al salón principal, fueron recibidos por una sinfonía de murmullos y miradas curiosas. Las damas, con vestidos que parecían flotar como nubes de colores, llevaban joyas que brillaban como constelaciones en un cielo nocturno.

Los caballeros, en trajes oscuros y bien cortados, se movían con la elegancia de felinos en un terreno de caza. Valeria y Daniel se integraron en este baile de apariencias con la facilidad de dos actores en un escenario.

Daniel, aunque rodeado de lujo y esplendor, se sentía como un prisionero en una jaula dorada. Cada mirada que recibía de los asistentes era un recordatorio de su confinamiento, sus ojos vacíos reflejando una sumisión forzada.

Las risas y conversaciones a su alrededor eran como cadenas invisibles que lo ataban, una sinfonía discordante que acentuaba su sensación de aislamiento.

Valeria, con una sonrisa deslumbrante, lo presentaba a todos como su novio oficial. Cada palabra suya era una confirmación de su poder sobre él, un recordatorio constante de su control absoluto.

—Este es Daniel, mi querido novio —decía Valeria, sus ojos brillando con un orgullo posesivo.

Daniel, sintiéndose como una marioneta cuyos hilos estaban en manos de Valeria, asentía y sonreía, su mente vacía y obediente.

En medio del salón, una gran araña de cristal colgaba del techo, sus luces reflejando un millón de fragmentos de luz. Para Daniel, esos fragmentos eran como los pedazos rotos de su identidad, dispersos y fuera de su alcance. Cada destello era un recordatorio de la vida que había perdido, una vida que ahora parecía lejana y difusa.

Mientras Valeria conversaba con los otros invitados, Daniel se encontraba rodeado de desconocidos cuyas miradas eran frías y distantes. Sentía como si estuviera bajo un microscopio, cada movimiento suyo analizado y juzgado por ojos que no veían más allá de la superficie.

—Eres afortunado de tener a Valeria —le dijo un hombre con una sonrisa calculadora— Ella es una mujer extraordinaria.

Daniel, sin una verdadera comprensión de sus propias emociones, solo pudo asentir. En su mente, las palabras de Valeria resonaban como un mantra hipnótico:

"Estamos comprometidos. Me amas. Vivimos para estar juntos."

Cada pensamiento suyo estaba enjaulado por estas afirmaciones, su voluntad suprimida bajo el peso de su amor enfermizo.

La psicología de Daniel había sido completamente reconfigurada. Su mente, antes un jardín de pensamientos y recuerdos, había sido despojada de todo color y vida, reemplazada por una monotonía obediente. La teoría del condicionamiento clásico explicaba su estado: cada acción y pensamiento suyo había sido reformado a través de la repetición y la asociación, moldeado por la voluntad de Valeria.

La fiesta continuaba, pero para Daniel, cada minuto se sentía eterno. Era como un prisionero en una cárcel invisible, sus guardias eran las miradas y palabras de los invitados, y sus grilletes, el amor posesivo de Valeria.

Finalmente, la noche llegó a su fin y Valeria decidió que era hora de partir. Guiando a Daniel de vuelta a la limusina, lo sostuvo con una firmeza que dejaba claro su control. Entraron en el vehículo, y mientras las puertas se cerraban, Daniel sintió cómo la oscuridad se cernía sobre él una vez más.

El interior de la limusina estaba iluminado por una tenue luz azul, creando sombras que danzaban en las caras de Valeria y Daniel. El silencio entre ellos era pesado, cargado con el eco de una noche de sumisión y control. Daniel, sentado junto a Valeria, no registraba nada más allá de las órdenes que ella le había implantado.

Valeria se acercó a él, sus ojos claros brillando con una intensidad que bordeaba la locura. Acarició su rostro con una suavidad engañosa antes de inclinarse y capturar sus labios en un beso posesivo. Sus labios eran suaves pero firmes, un recordatorio constante de su dominio sobre él.

—Eres mío, Daniel. Solo mío —susurró Valeria, su voz un susurro hipnótico en la oscuridad.

Daniel, incapaz de resistirse, respondió al beso con una docilidad que reflejaba su completa sumisión. En su mente, la oscuridad era absoluta, un vacío donde solo las órdenes de Valeria tenían sentido.

Mientras la limusina se deslizaba por las calles silenciosas, de regreso a la mansión, Daniel se sumía cada vez más en la negrura de su condición. Su identidad, su voluntad, su esencia misma, se habían desvanecido, reemplazadas por una sumisión total al amor retorcido de Valeria.

Y así, en la fría y silenciosa noche, Valeria sonreía con satisfacción, sabiendo que había logrado lo impensable.

Daniel era completamente suyo, y el mundo exterior, con todos sus desafíos y amenazas, había sido excluido de su realidad. La batalla por la libertad de Daniel había llegado a su fin, al menos de momento. Y en la oscuridad de la limusina, su sumisión era completa.
 




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