Valeria, con su amor retorcido y obsesivo, decidió que la próxima fase de su control sobre Daniel requería que él se convirtiera por completo en Gabriel. Una noche, le presentó un conjunto de ropas antiguas, cuidadosamente preservadas, que pertenecían a su primer amor.
—Póntelas, Daniel. Esta noche serás Gabriel —dijo Valeria con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
Las ropas eran como sombras del pasado, impregnadas con el olor de recuerdos olvidados y el peso de amores perdidos. Cada pieza de ropa era una cadena invisible que Valeria usaba para atar a Daniel a su locura.
Daniel, atrapado por la droga que Valeria le había administrado, obedeció sin resistencia. Sus movimientos eran lentos, como si el tiempo mismo se hubiera ralentizado a su alrededor. La droga nublaba su mente, atrapándolo en un cuerpo que ya no sentía como propio.
Esa noche, Valeria y Daniel asistieron a una lujosa fiesta de la aristocracia. El salón estaba lleno de luces brillantes y música suave, un escenario perfecto para el anuncio que Valeria planeaba hacer.
El salón era un mar de rostros desconocidos, sus risas y conversaciones eran olas que chocaban contra las paredes de la conciencia de Daniel. Todo a su alrededor se movía en cámara lenta, cada sonido y movimiento era un eco distante en el abismo de su mente.
Valeria, radiante en un vestido de seda escarlata, lo llevaba de la mano, presentándolo a todos como su prometido. Daniel, vestido con las finas y elegantes ropas de Gabriel, se sentía atrapado en un sueño del que no podía despertar.
—Queridos amigos, me complace anunciar nuestro compromiso. Daniel y yo nos casaremos muy pronto —dijo Valeria, su voz resonando con una firmeza que no admitía dudas.
Daniel, bajo el efecto de la poderosa droga, se sentía como un espectador en su propio cuerpo. Sus pensamientos eran un torbellino de confusión y desesperación, cada intento de liberarse se veía frustrado por las cadenas invisibles de la sustancia que Valeria le había administrado.
Su mente era un laberinto de espejos, cada uno reflejando una parte de su alma que se desvanecía. La identidad de Daniel se diluía en la oscuridad, mientras la sombra de Gabriel crecía en su lugar.
Durante la fiesta, los momentos se entremezclaban en una sinfonía de desesperación y resignación. Las risas de los invitados eran como cuchillos que cortaban el aire, cada palabra un recordatorio de su impotencia.
Las voces eran susurros de fantasmas, las luces eran estrellas lejanas que parpadeaban en un cielo inalcanzable. Daniel estaba prisionero en una burbuja de tiempo y espacio, un espectro que vagaba por la realidad distorsionada de Valeria.
Al final de la noche, Valeria y Daniel regresaron a la mansión. La opulencia de la fiesta daba paso a la penumbra y el silencio opresivo de su hogar. Valeria, con una satisfacción perversa, lo llevó a la habitación que compartían.
—Esta noche ha sido perfecta, Gabriel. Eres mío, siempre lo serás —dijo Valeria, acariciando su rostro con una ternura posesiva y lunatica.
Daniel, aún atrapado en la neblina de la droga, se acercó al espejo de tamaño natural que ocupaba una pared de la habitación. Al principio, vio su propio reflejo, pálido y confundido. Pero poco a poco, la imagen comenzó a cambiar.
El espejo era una puerta a otra dimensión, donde la realidad y la locura se entrelazaban en una danza macabra. Daniel vio cómo su reflejo se transformaba, su propio rostro se desvanecía y el rostro de Gabriel emergía en su lugar.
Gabriel, con una sonrisa siniestra, miró a Daniel a través del espejo.
—A partir de ahora, tú dejas de existir. Ella me quiere a mí, y yo necesito tu cuerpo —dijo Gabriel, su voz un eco en la mente de Daniel.
La cordura de Daniel empezó a tambalear. Sentía cómo su identidad se desvanecía, reemplazada por la presencia invasiva de Gabriel. La realidad se distorsionaba, y la línea entre el ser y el reflejo se desdibujaba.
El espejo era un abismo, y Daniel sentía que se estaba cayendo en él, perdiéndose en la oscuridad de su propio ser. La locura de Valeria lo atrapaba como una red, cada hebra era un pensamiento que se desintegraba en la nada.
El descubrimiento del pasado de Valeria y la presencia de Gabriel añadían una nueva capa de horror a la vida de Daniel. La locura de Valeria, su necesidad de control y su obsesión por el amor perdido, lo empujaban cada vez más hacia el abismo de la desesperación.
La esperanza brillaba en la oscuridad, una llama pequeña pero constante que iluminaba el camino de Daniel. Sabía que debía continuar luchando, que la verdad estaba al alcance de la mano y que su libertad era una posibilidad real.
La lucha por la verdad y la justicia seguía adelante, y cada paso acercaba a los protagonistas a la resolución de su conflicto interno y externo.