El día de la boda de Valeria y Daniell legó con una pompa y esplendor dignos de la aristocracia. La mansión, engalanada con flores exóticas y luces doradas, parecía un castillo de cuento de hadas. La ceremonia se llevó a cabo en el jardín, bajo un cielo despejado y brillante, rodeada de la élite de la sociedad.
El aire estaba impregnado con el aroma dulce de las flores, cada pétalo un susurro de lujo y poder. Los invitados, vestidos con trajes y vestidos elegantes, eran como aves exóticas que revoloteaban alrededor de la pareja, sus murmullos de admiración llenando el aire.
Valeria, vestida con un traje de novia que parecía tejido con hilos de luna, caminaba hacia el altar con una sonrisa que irradiaba triunfo y felicidad. Su vestido, una obra de arte en seda y encaje, capturaba la luz y la reflejaba en un resplandor etéreo.
El vestido de Valeria era una galaxia de estrellas, cada pedazo de encaje una constelación de sueños cumplidos. Su caminar era como el de una diosa descendiendo del Olimpo, cada paso una afirmación de su poder y control.
A su lado, Daniel, vestido con un elegante traje, caminaba como en una película a cámara lenta. La droga que Valeria le había administrado nublaba su mente, haciendo que todo pareciera irreal y distante. Sus movimientos eran automáticos, sus pensamientos atrapados en una neblina de desesperación.
El corazón de Daniel era un reloj de arena, cada grano que caía era un latido de resignación y dolor. La realidad se distorsionaba a su alrededor, los colores y sonidos se mezclaban en un remolino de confusión y tristeza.
Durante la ceremonia, Valeria sentía que tocaba el cielo con las manos. Al pronunciar los votos, su voz estaba llena de una alegría casi eufórica, mientras que Daniel, con una mirada vacía, repetía las palabras que le decían, su voz un eco sin alma.
La fiesta que siguió a la ceremonia fue un despliegue de lujo y extravagancia. La mansión, iluminada como un palacio, acogía a los invitados en un mar de opulencia. Los salones estaban llenos de risas y música, mientras los camareros servían los más exquisitos manjares y bebidas.
Cada sala era un océano de luces y sombras, cada rincón una obra maestra de lujo. Las risas eran olas que rompían contra las paredes, llenando el aire con una alegría superficial y vacía.
Valeria se movía entre los invitados, su felicidad irradiando como un sol oscuro. Sentía que finalmente había alcanzado su meta, que su amor había sido legitimado y sellado por la ceremonia.
—Gracias a todos por estar aquí en este día tan especial. Hoy, Gabriel y yo comenzamos una nueva vida juntos —dijo Valeria, su voz resonando con una felicidad que bordeaba la locura.
Daniel, sintiéndose atrapado en una película de terror, veía la fiesta desarrollarse como si estuviera detrás de una pantalla de vidrio. La aceptación de su destino se apoderaba de él, una oscuridad que se cernía sobre su alma.
Cada palabra de Valeria era un clavo en su ataúd, cada sonrisa una cadena que lo ataba más firmemente a su prisión. La desesperación era una marea negra que inundaba su corazón, ahogando cualquier chispa de esperanza.
Había tirado la toalla en lo que respecta a su libertad. Sabía que estaba legal y oficialmente casado con su secuestradora, y la vida llena de oscuridad que Valeria le ofrecía era ahora su realidad inescapable.
Después de la fiesta, Valeria llevó a Daniel a una sala solitaria en la mansión. La habitación, lujosamente decorada, era un refugio de sombras y secretos. Valeria se volvió hacia Daniel, su rostro radiante de felicidad.
—Tengo una sorpresa para ti, amor. Estoy embarazada de dos meses —dijo Valeria, mostrandole los resultados de los análisis.
Las palabras de Valeria eran como un trueno en la noche, sacudiendo la frágil paz que Daniel había encontrado en su resignación. Su corazón se detuvo por un momento, la furia y el asombro luchando por el control de su mente.
—Felicidades, amor. Vas a ser padre —continuó Valeria, su voz un susurro de alegría oscura.
Daniel, sin palabras, sintió cómo una mezcla de asombro y furia lo invadían. Su mundo, ya desmoronado, se rompía aún más bajo el peso de esta nueva revelación.
El futuro se desplegaba ante él como una senda de sombras, cada paso una inmersión más profunda en el abismo de la locura de Valeria. Sabía que su batalla por la libertad había alcanzado un nuevo nivel de desesperación.
El matrimonio de Valeria y Daniel había sellado su destino en una unión de oscuridad y control. La revelación del embarazo añadía una nueva capa de complejidad y horror a su situación. La lucha por la verdad y la justicia continuaba, y cada paso acercaba a los protagonistas a la resolución de su conflicto interno y externo.
La esperanza brillaba en la oscuridad, una llama pequeña pero constante que iluminaba el camino de Daniel. Sabía que debía continuar luchando, que la verdad estaba al alcance de la mano y que su libertad era una posibilidad real.