El campo era su mundo una extensión infinita de verdes, suaves brisas y cielos abiertos con mucho color, entre arboles frondosos y caminos de tierra, ellos crecían como flores silvestre: libres, descalzos y sin miedo.Cada diciembre, ella regresa desde la ciudad a la finca de sus abuelos un rincón tranquilo del campo, donde el tiempo parece detenerse desde niña, un lugar lleno de tierra, cielo amplio y recuerdos colgando de los árboles. Todo era igual y distinto a la vez, las mismas paredes los mismos arboles torcidos por el viento, el mismo portón de madera que chirriaba al abrirse, pero ese año había algo más. Algo invisible que se le aferraba al pecho desde que cruzo el ultimo pueblo camino a la finca, algo de ella se siente distinto, no lo dice, pero lo espera: que El este allí, que la mire como la última vez que no haya cambiado.Mientras que, por otro lado, El también como era de esperase siempre anhelaba verla en cada viaje que ella hacia para ver a su familia, que apenas al enterarse que ella regresaba de la fría ciudad a ese lugar donde el calor era casi insoportable, encontró su compañera de juegos, como primos sin lazos, compartiendo secretos, travesuras y tardes interminables bajo el sol, sentía mucha alegría al saber que pronto la vería. Ya que siempre intentaba sacar una excusa para ir donde estaba ella, aunque no siempre fuera así, Cuando el veía su hermoso rostro y bella sonrisa tan suave y delicada, el sentía un vuelco en el corazón, que parecía que le iba a mil por segundos, como si cada encuentro fuera el primero sentía la necesidad de abrazarla, sentirla, tocarla y a la vez disimular que solo era un saludo como a cualquier persona, pero en el fondo sabiendo lo que ambos sentían con cada cruce de miradas, para él, era muy difícil contenerse en esa situación de no poder decirle lo que siente.Cuando ella llego la casa principal, el calor era distinto a la fría ciudad más espero más honesto, olía a pasto quemado por el sol y la leña vieja guardada en el alma de la casa.