El Latino

Paco y el puñal

Recordar el día que lo conocí. Una anécdota que no puede faltar en mis reuniones o en sencillas fiestas e’ carnaval. El capataz me fue a llamar; por ese entonces mi despacho era un cuartico de barro. Él me dijo que un hombre con LiquiLiqui tenía rato que me esperaba, “Debe ser el alcaide” pensé yo, o que estaría insolado y avisto algún anima. Empero ahí estaba. A lomo de una burra, auxiliado del astro rey por un gorro de hojas de palma, que muy cómodo no seria. Pero a no tener na'. Bajo de su bestia y le pregunte si no sufriría con tal elegancia, y como si nada, el solo se quitó las alpargatas acomodándose en la tierra.

— ¿tú no serás el diablo? —El capataz se alisto para desenfundar su revólver.

— ¿diablo?, diablo es aquel que piensa herir a un mensajero trota mundos. Yo solo he venido a conversar con su patrón, y de muy buena fe.

No pensé en otra, despedí a mi diestro sin darle mucha vuelta al asunto; verdad que era raro que un buen cristiano se echara a tierra con un traje de parranda que muy fácilmente también podría ser de domingo, lo invite a pasar, ¿qué me costaba?, no podía comenzar semana santa con el pecado de negarle asilo a aquel que capaz seria el prójimo. El tomo asiento en una vieja mecedora que rechinaba sola, yo busque en el estante mis emblemáticos vasitos y una botella de calidad.

—Entonces dígame aquello que guarda usted con su aspecto tan… tan…

—No se esfuerce en cordialidades, Don… Don…

—Usted tampoco, solo dígame Paco. —Dispuse de servir dos chutes de ron.

—No tomo. —Se notaba el asombro con el que escudriñaba los rincones, el pequeño cuartico era verdaderamente acogedor, la frescura aliviaba el tormento del astro rey. Sin siquiera comentar la comodidad de esa bendita mecedora.

—Tampoco eran para usted. —La fama de tomador que me precede, dos chutes seguidos entrando en calor. —Y, ¿qué era aquello de lo que me venía a contar?

Dejo el gorro en el regazo, bajo la mirada y se llevó la mano al cachete, acariciando una marca oscura, como de hierro que me llamaba demasiado la atención.

—Vera, pago penitencia. Atado a vagar de cabo a rabo como ánima.

—Y, ¿cómo cuánto lleva usted a lomo de esa mula?

—Esta es reciente, me han dado a ocupar cuartos e’ milla, sangre pura; purita, yeguas y potrillos, pero, o los he devuelto, o me los han arrebatao’.

—Y… Y esa… —Para disimular, imite su acción con la uña larga de mi meñique, por ahí donde rosa con la patilla.

—Es lo que me ata a la condena. Debe de ser puro cuento, pero me advirtieron que solo podía descansar una vez cada tres semanas por dos horas; más tardar, y que si me alejaba del camino o dejaba de andar la marca me devoraría.

—Mito muy oscuro para ser de por aquí, ¿usted no es de llano llano verdad?

—Si con eso se pregunta que si soy de acá, no, vengo de Casanare. Pero esta marca me la pegaron en Mérida.

No le supe contestar, yo conozco muchos merideños, son honrados, la palabra más grosera con la que te podían salir, a lo mucho, era “bobo”, esa gente no conoce maldades. Por lo que no me lo creí y le avente otro tema. Como estaba contestando todo de tan buena fe.

—Y entre tanto hato nuevo, en sabana tan seca como esta, me resulta sorprendente que llegara a El Calvario sin un guía, porque muy conocidos no somos. ¿Cómo hizo?, o es que la marca esa me lo mando con todo y aquel cometido del que aún no me habla. —Con esa lo pesque.

—Ni yo mismo se cómo fue que di a parar con usted después de tanto. —Reviso sus bolsillos y como si perdiera el alma, rebusco y al no encontrar aquello, salió casi que volando a su bestia.

Mucha ganas de seguirlo no tenia, y me serví otros dos chutes, pero si pude oír el impacto seco de la silla a la polvareda. Volvió sujetándolo por la hoja. Tenía un mango de marfil con decorados de oro, un puñal que no avistaba desde mi niñez, ultima reliquia de aquel militar de renombre que con esta copla mal fundada le conté.

Varón verraco de otro lar
Como este camarada otro no hay
Muchos le vieron alzar
La bandera de Simón por acá
El del punzón santo
Recluido en ser olvidado
Por bien ajeno
De todo mal que nos trajo
Montao’ en el potro de piel batía en ébano y hueso
Aquellos que no lo daban por muerto
Déjenme decirle que si fue él
El que cayó mal herido en la zanja del jagüey

—Quien habrá sido ese… Entonces… Don Paco, yo... creo que me voy a retirar. —Me dejo allí, con la boca abierta, partiendo por donde se vino. —Cumplí con el alguacil y mi encomendado…

Inconsientemente espere a que se fuera, no podia, no sabia como reaccionar, solo recorde lo mucho que me habia esforzado, todo para que el me lo arrebatara y se perdiera entre la arena. Siempre odie la politica, hubieramos huido antes de mortificarnos con pensar que se nos cerrarian las puertas del cielo por llevar bajas, de hombres que no conociamos y no teniamos porque odiar, a un cerdo como el, que los conocia y odiaba.

—Cumplirle algo a ese inepto... ¡¿POR QUE EL NO ME LO ENTREGO?!—Bote la botella contra los demas tragos, luego de desquite con el resto, empezando por esa bendita mesedora.— ¡ERA MI PREMIO!... ¡FUE MI BAJA!



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Editado: 20.10.2021

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