El legado 2: Tinieblas

Prólogo

La joven niña de pelo negro saltaba felizmente en la azotea de aquel gran edificio que tantos pasillos tenía. Los rayos de sol rozaban su pálida piel, falta de luz y de calor, pues la mayoría del tiempo estaba encerrada. Era blanca como un lienzo, falta de colores que la hiciesen sentir viva.

Sus ojos seguían los movimientos de unas bonitas mariposas azules que revoloteaban sobre su cabeza, jugando con ella y haciéndole reír. La niña quería intentar cogerlas y acariciarlas, pero las mariposas no parecían ceder por sus movimientos bruscos. Finalmente se rindió y se sentó en el suelo con las piernas y los brazos cruzados. Se sintió triste al saber que ni siquiera aquellos bellos animales querían ser sus amigas.

Cuando menos se lo esperó, un cosquilleo en su piel le hizo sonreír llena de felicidad cuando vio como la más pequeña de las mariposas se apoyaba en su nariz. La niña no se movió, estaba sorprendida al ver que por fin habían dejado de escapar de ella cuando las otras dos revolotearon sobre ella hasta posarse en sus piernas. Incluso intentó respirar más lentamente y con más calma para no asustarlas, era la primera vez que se acercaban tanto a ella.

—¿Natalie?

Escuchó como una voz lejana la llamaba, una voz conocida.

Te buscan.

En ese instante las tres mariposas movieron sus pequeñas alas para elevarse en el aire y alejarse de la pequeña niña. La puerta de la azotea se abrió dando paso a una mujer de cabello blanco que sonrió a la pequeña. La pelinegra quiso devolverle el gesto, sin embargo, la sensación de sorpresa que sintió cuando vio a dos niñas al lado de Elaine la abrumó.

—Natalie, te presento a Ámbar —acarició la cabeza de la niña de cabello rojo—, y a Cloe —dijo moviendo el brazo con el que sostenía a la niña más pequeña de ojos azules.

Natalie no supo que decir, su mirada lo decía todo: curiosidad y una extraña sensación de felicidad.

—¿Voy a tener amigas?

—Pues claro —sonrió—. Vais a ser amigas y hermanitas, os vais a llevar muy bien. ¿Verdad, Ámbar?

La pelirroja asintió con una tímida sonrisa cuando Natalie se acercó a ella para inspeccionarla de cerca. A la pelinegra le creó curiosidad su cabello rizado de color fuego, jamás había visto algo así.

—¿Quieres jugar conmigo?

—¡Sí! —respondió aplaudiendo con ilusión. 

La pelinegra llevó su mirada a Elaine que le sonrió con ternura y después a la castaña llamada Cloe. Esta llevaba un chupete en la boca y miraba a las dos chicas con curiosidad.

—Ya os dejo que juguéis un poco más. En un rato vendré a por vosotras para comer, ¿de acuerdo?

—Vale, pero ella también —señaló a Cloe—. Ella quiere jugar.

Elaine torció el gesto, dudosa, pues Cloe era demasiado pequeña como para saber lo que estaba pasando, no obstante, los ojos azules de la pequeña brillaron como si supiesen de qué estaban hablando y estiró sus manitas hacia Natalie.

—Jugar —balbuceó, sorprendiendo a Elaine.

La mujer cedió y dejó a Cloe en el suelo que rápidamente fue agarrada de la mano por Natalie. La pequeña se aguantaba en pie con dificultad, pero claramente se veía que le gustaba andar.

—Pasadlo bien, mis niñas.

Las niñas se despidieron de Elaine. Cuando se quedaron solas Natalie las acercó hacia unos juguetes que tenía en el suelo y las invitó a sentarse junto a ella.

—¿Queréis jugar conmigo?

—Claro, ¿a qué? —preguntó la pelirroja mirándola con intriga.

—Es un juego que me inventé —respondió dándole un trozo de roca normal y corriente que parecía haber cogido de la azotea—. Se llama el mundo del revés.

Ámbar frunció el ceño confundida ante tal juego mientras le echaba una ojeada a Cloe que parecía igual de confundida, aunque esta miraba el suelo con total interés.

—¿Y cómo se juega a ese juego?

—Es fácil —murmuró concentrada mientras cogía una muñeca y se la tendía a la castaña para que se entretuviera, la cual la aceptó alegre—. Sólo hay que esperar a que el eclipse del mundo del revés de paso a la oscuridad —explicó cerrando un ojo y alzando su mano para tapar los rayos del sol que le daban en la cara— y entonces...—agarró el trozo de piedra de la mano de Ámbar—, dejar que la luz se alce.

En ese instante aquella piedra emitió un brillo azulado que asustó a la castaña. La pelirroja se quedó embobada observando como brillaba de la nada, quiso tocarla pero no se atrevió.

—¿Y para qué hay que dejar que la piedra brille?

—Fácil —Natalie sonrió, cerró su puño con la piedra dentro y cuando la volvió a abrir la piedra había desaparecido—. Para poder encontrarla.

 

 

 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.