El legado 2: Tinieblas

08. Un mundo, una mota de polvo

NATALIE

Cuando dejé de sentir el movimiento de la furgoneta abrí los ojos y estiré mi cuello dolorido. Había estado un buen rato apoyada con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, ya que mantener una conversación con uno de esos tres chicos era casi imposible, ni siquiera con Jaden, que no se dignó ni a mirarme.

—Todos fuera del coche —ordenó el pelinegro de los ojos mieles en un tono demandante.

Soltando un bufido, dejé que saliera él junto con el otro chico y después yo, seguida de Jaden. Miré a mi al rededor, percatándome de que estábamos en mitad del campo. El sol pegaba con fuerza pero no hacía calor, un viento frío mecía nuestros cabellos. Lo único que resaltaba del paisaje era una especie de fábrica pequeña y medio destruida a lo lejos.

—¿Se esconde allá? —cuestioné apuntando al edificio.

—Sí, como una rata —respondió el pelinegro con una sonrisa amarga.

Sin nada más que agregar, seguimos al pelinegro y al castaño a paso calmado. Le lancé una mirada a Jaden, en un intento de que me mirara, pero no parecía estar por la labor. ¿A este qué demonios le pasa?

—Sacad vuestras armas —ordenó mientras observaba el edificio con desconfianza.

—Dijiste que era inofensivo.

El chico me miró de reojo.

—Será inofensivo, pero no es idiota.

Cuando estábamos a menos de diez metros de la puerta del edificio un extraño ruido captó mi atención, un ruido que no provenía del interior de este. Al parecer fui la única que lo escuchó.

—Parad —murmuré.

Mis ojos analizaron mi al rededor con detenimiento, en busca de cualquier cosa fuera de lo común.

—No me hagas perder el tiempo —siseó el chico pelinegro mientras el castaño seguía mi mirada, como si quisiese buscar aquello que yo también buscaba.

—He escuchado algo —dije.

—Qué coincidencia que solo lo hayas escuchado tú.

—¿Quieres callarte? —inquirí en un tono seco que no le agradó para nada. Le quité el seguro al arma y me alejé de ellos.

—Esta niña es estúpida —escuché murmurar al pelinegro.

—Tú sí que eres estúpido.

En cuanto aquello pronunciado por Jaden llegó a mi oídos una sonrisa curvó mis labios inconscientemente. Su tono malhumorado me hizo gracia, era divertido.

Intentando cambiar el rumbo de mis pensamientos sacudí mi cabeza e intenté agudizar mi oído en busca de aquel sonido de nuevo, no obstante una mano tiró de mí haciéndome girar bruscamente.

—¿Qué mierdas haces? —escupí, alejándome de él.

—Primero de todo, a mí me hablas con respeto, no soy tu compi de aventuras, ¿de acuerdo? Y segundo, aquí las órdenes las doy yo, y que yo sepa no he ordenado que te desplaces en dirección contraria en busca de un dichoso ruidito.

Haciendo caso omiso de sus absurdas palabras me di la vuelta al escuchar aquel ruido otra vez. Era un chirrido molesto que se mezclaba con una pisada en una base de madera. Jaden se puso a mi lado, igual de atento que yo, observando a su alrededor. Me agaché, colocando una de mis manos en la tierra y volviendo a centrar todos mis sentidos en aquel ruido, esperando a que se hiciera volver a escuchar. Cuando volví a sentirlo, me levanté y corrí unos metros hasta situarme en el sitio. Volví a  agacharme y comencé a apartar toda la tierra que había bajo mis pies a un lado, hasta que finalmente dejé al descubierto una trampilla.

—Bingo —murmuré, sonriente. 

Unas botas negras se situaron a mi lado, y no hizo falta que alzara la mirada para saber que era Jaden. Se acuclilló a mi lado.

—¿Tú también lo has escuchado, verdad?

—¿Tú qué crees? —inquirió, enarcando una ceja.

Por supuesto que lo había escuchado, tan sólo había estado disimulando. Y por eso mismo, volví a preguntarme lo mismo que hacía días. ¿Por qué, siendo el Lobo Blanco se había puesto en peligro al unirse al bando de Elaine? ¿Valía la pena lo que había hecho por su hermana? Quizá le daba igual su vida, pero estaba casi segura que él sabía perfectamente que tenía miles de vidas cargando a su espalda.

—Hay una especie de trampilla —les informé al escuchar como se acercaban—. Puede que de a la misma fábrica o a algo independiente. Por los ruidos que he escuchado hay alguien dentro.

Los ojos mieles del chico viajaron hacia la trampilla de madera que había descubierto

—¿Cómo narices has podido escuchar ruidos?

Sonreí.

—¿Eres un hombre de confianza y ni siquiera te explican quién soy? Curioso.

El chico que hasta el momento no había hablado se agachó y tocó el cierre de la trampilla, el cual parecía estar suelto, como si invitase a cualquiera a entrar. Aquello había sido demasiado fácil.

—Tengo la sensación de que quien sea el hombre ese no está solo —miré a Jaden—. Vamos a bajar tú y yo, y ellos que entren por la fábrica.

—Oh no, aquí las órdenes las doy yo —habló el pelinegro de forma odiosa—. Coe, tú entra con ella en la fábrica, revisad el perímetro. Y tú —dijo apuntando a Jaden—, te vienes conmigo.

Soltando un bufido de frustración, seguí al castaño de los ojos grises hacia el edificio. Entramos en silencio, cada uno con su respectiva arma entre sus manos. Observé al chico que ahora sabía que se llamaba Coe de reojo, sus ojos inspeccionaban la zona.

—No hablas mucho, ¿verdad?

Se paró para analizarme sin decir nada, como parecía hacer normalmente. Antes de que siguiésemos caminando, la voz del otro chico sonó a través de algún aparato que tenía Coe.

—Zona despejada, no hay nadie. Esto parece un túnel subterráneo, la puerta que parece conectar con la fábrica está abierta, así que debe de estar escondido cerca vuestra.

Coe no respondió, tan sólo asintió como si su compañero le pudiese ver. Decidí ser yo quien marcara el ritmo retomando el camino que habíamos elegido, había máquinas tapadas con telones por todas partes, además de un par de escaleras que daban al piso de arriba. Con una mirada a Coe y agarrando la pistola con más fuerza, le dejé claro que iba a subir, hasta que otro ruido me hizo parar a mitad de camino. Me llevé el dedo índice a los labios, y no para que callara, porque él no parecía amar las conversaciones, sino para que se quedara quieto y escuchara, o me dejara escuchar a mí en este caso.




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