El legado 2: Tinieblas

09. Sentimientos de por medio

Tras acabar con los entrenamientos del día fui en completo silencio a mi habitación, la misma en la que había dormido mi primer día. Me senté en mi cama con las piernas cruzadas y me quedé quieta, siendo el ruido de mi constante respiración el único sonido que se escuchaba. 
Inquieta, busqué en el primer cajón de mi mesilla hasta coger el colgante que Owen me había dado.

Owen era el mellizo de Ámbar.

No sabía cómo sentirme. Tenía muchas emociones encontradas y no sabía cómo manejarlas. Era un sentimiento frustrante, era algo que no me gustaba. Había conocido al hermano de Ámbar y ni siquiera me había enterado de ello hasta hace dos días, era como...como si de alguna forma sintiese que había estado mucho más cerca de ella.

Limpié con frustración una lágrima solitaria que había descendido por mi mejilla y volví a guardar el collar en el cajón de la mesilla justo cuando alguien llamó a la puerta. No respondí, pero igualmente la persona al otro lado abrió y se adentro en la penumbrosa habitación. 

Todavía sentada en el borde de mi cama, Jaden se sentó a mi lado en completo silencio. Nos mantuvimos así durante un largo rato, hasta que finalmente él habló.

—Puedes contarme lo que sea que se te esté pasando por la cabeza.

Al ver que no hacía el intento de ello, giró su rostro hacia mí y me analizó, dejando escapar un pesado suspiro.

—Tranquila, te entiendo. No soy alguien de confianza, y menos para ti.

Jaden se levantó de la cama en un amago de irse, pero mi voz rota lo paró.

—Owen era el hermano de Ámbar —solté en un susurro que le hizo darse la vuelta, sorprendido.

—¿Cómo?

—Eran hermanos. Elaine me lo dijo el otro día, ella...—volví a coger el colgante de la mesilla—. Ella tenía un colgante como este cuando Elaine la trajo.

Vi como Jaden asentía, analizando lo que le había dicho. No dejó de mirarme en ningún momento.

—¿Y cómo te sientes?

—No lo sé...—cerré los ojos con fuerza—. Me duele.

—Todo lo que vale la pena en la vida duele —sus ojos grises dieron con los míos.

Aquella frase fue el detonante para que la imagen de Helen viniese a mi mente, con su cabello castaño, su sonrisa brillante y sus preciosos y grandes ojos azules. Helen, mi madre. ¿Cómo estaría ella? ¿Pensaría en mí como yo lo hacía en aquel momento?

Las ganas de llorar me abrumaron tanto que no pude seguir allí sentada. Me levanté con la idea de irme corriendo, pero Jaden no me lo permitió cuando puso su brazo de por medio, chocando contra mi estómago. Yo ni siquiera luché contra él cuando apoyé mi frente en su brazo y comencé a llorar.

Él no habló, su cuerpo se tensó ante aquella incómoda situación. Supuse que no sabía qué decir para que dejara de llorar, la única vez que me había visto así me fui corriendo, sin embargo, las cosas parecían haber cambiado entre nosotros. Su mano libre viajó a mis hombros rodeándolos y pegándome a su pecho para poder abrazarme.

Abrazarme.

Jaden Adams me estaba abrazando.

Aquella era la segunda vez que me rodeó con sus brazos y me brindó su apoyo, con la diferencia de que en la primera vez el arrepentimiento estuvo presente por su parte. 

Todavía sorprendida, escondí mi rostro en su pecho duro y cerré los ojos, aprovechando aquella sensación de protección contra el mundo. No iba a mentir, el momento no fue incómodo como me esperé, sino relajante y pacifico. Me sentí bien y fue...extraño.

¿Quién me habría dicho que en un futuro Jaden me abrazaría?

Cuando me separé de él sequé mis ojos y aparté cualquier lágrima.

—Jaden —murmuré—. ¿Puedes prometerme algo?

—Claro —su voz sonó suave.

—Prométeme que los cuidarás por mí.

—¿Cómo? —frunció el ceño, confundido.

—Y que le dirás a mi madre que la quiero.

—No puedo hacerlo, ya lo sabes.

Sonreí de medio lado.

—Claro que puedes, tú vas a salir con ellos de aquí.

—¿Cómo? —su voz perdió la calma con la que me había estado hablando—. Le hice una promesa a Elaine.

—Y ella me la ha hecho a mí —lo observé—. Eres libre.

Por la expresión que puse supe que no estaba entendiendo nada, claro, que no tardó mucho en comprender lo que le estaba diciendo. Cualquier rostro de amabilidad se perdió.

—Yo no soy problema tuyo, Natalie.

—Yo no he dicho eso, no he dicho que lo seas —hablé con calma, sin perder mi postura—. Pero me importas, y si piensas que te habría dejado tirado aquí estás muy equivocado.

—Te importo —repitió, como si la idea no le agradase.

—Sí, lo haces.

—No digas eso —soltó, en una especie de gruñido.

Jaden se pasó las manos por la cara, frustrado y perdido por algo que desconocía. Cuando volvió a clavar sus pozos grises en mí, me sentí mal por un momento, ¿por qué había dolor en su mirada?

—Tú...—comenzó diciendo pero suspiró, sin saber cómo expresarse—. ¿Por qué haces esto, Natalie? ¿Por qué no puedes odiarme? 

—¿De qué serviría eso?

Su mirada se vio extraña, como si quisiese responder a esa pregunta. Sonreí con ternura al ver su confusión, ¿le extrañaba no ser odiado?

Cuando abrí la puerta de mi habitación para salir, me paré y lo miré una última vez.

—Siempre has sentido, Jaden. El problema es que te da miedo admitirlo, te da miedo entregarte. Te da miedo sufrir. ¿Pero sabes qué? El dolor le da valor a la vida. 

En cuanto solté aquello que a mi parecer, él necesitaba escuchar, le regalé una sonrisa y me fui por el pasillo.

 

(...)

 


ADEY

De reojo observé a Cole y a James, a simple vista parecían calmados, observando por la ventanilla como si nada, pero en el fondo estaban cagados. Sabía encontrar los nervios en las personas.

Hoy era el día, habíamos trabajado muy duro y a una fuerte intensidad. El plan lo habíamos repasado una vez más antes de venir, y aunque sabía perfectamente que todos sabían lo que tenían que hacer, preferí no confiarme y lo volví a repasar a través del walkie-talkie, para que todos me pudiesen escuchar. Éramos quince en cuatro furgonetas distintas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.