El legado 2: Tinieblas

15. Bomba de relojería

ADEY

 

Abrí la cortinas de par en par, dejando que los rayos del sol entraran e iluminaran mi penumbrosa habitación. Pestañeé, acostumbrándome a la luz del día mientras que con mis manos apoyadas una a cada lado del ventanal tensaba y destensaba los músculos de mi espalda desnuda.

Hice el esfuerzo de que mi mente, aún dormida, comenzara a despertarse y para poder comenzar a funcionar como cada mañana. El sueño de mis pocas horas de sueños ni siquiera me era un impedimento, no había nada que pudiese frenar mis intenciones; enseñar a esos licántropos a luchar lo suficientemente bien como para poder rescatar a Natalie cuanto antes.

Las cosas no podían torcerse más de lo que ya lo estaban.

Si existiese la posibilidad de que Natalie aceptara ayudarles a buscar la piedra de Judyk, estaríamos todos muertos. Todo se acabaría. Necesitábamos ser más rápidos.

Tras unos segundos mirando el bosque que se podía apreciar a través del cristal de mi ventana, me di la vuelta y comencé a vestirme con el uniforme que solía vestir de normal.

—¿Adey? —la voz de Will sonó al otro lado de la puerta, parecía ansioso, más bien angustiado.

—Puedes pasar.

No tardó ni dos segundos en aceptar la invitación y entrar casi corriendo a mi habitación. Cerró tras él y se acercó a mí con sigilo y con los hombros tensos, como si lo que me fuese a contar desease que saliese de allí. Y en efecto fue eso, porque susurrando, dijo:

—Mi hermano no ha dado señales de vida desde hace cuatro días.

—¿Tu hermano? —fruncí el ceño, confundido—. ¿Sigues hablando o viéndote con él?

Por su silencio y la mueca que comenzó a formarse en sus labios llena de preocupación, supe que sí. 

—Joder, Will —solté tras unos segundos—. Te lo dejé claro, dije que cortaras cualquier tipo de contacto con tu hermano. Te lo dije —lo apunté con mi dedo índice, enfadado.

Si ya de por sí Will era un chico nervioso, la situación y que yo le estuviese echando la bronca no lo ayudaba mucho. Al ver como encogía sus hombros y se achicaba algo cabizbajo, me obligué a respirar hondo e intentar calmarme. Era raro no verle con su aire burlesco.

—¿Cuándo supiste algo de él por última vez?

—Hace unos días, no sé, no llevo la cuenta.

—¿Cuándo fuiste a contactar con un ángel para....? —me obligué a parar. Recapacité—. Will...dime que no contactaste con tu hermano por el tema de la artillería.

Will mordió su labio inferior, nervioso.

—Adey, es mi hermano. Él nos puede facilitar cualquier tipo de armamento, me dijo que...

—¡Da igual lo que te dijera! —exclamé—. ¡Sabes perfectamente que tu hermano permanece neutral en todo esto! Que te veas a escondidas con él no hace más que acrecentar la diana que ya de por sí tenía. Y no sólo eso, sino que también te pone en peligro a ti, Will.

Desesperado, pasé mi mano por mi pelo, girándome hacia la ventana, como si el verde y los colores del bosque pudiesen calmarme, sólo que esta vez no pudieron.

Los hermanos Woods habían estado conmigo desde el principio, tras despertar después de mi muerte y de mi principio como ángel, ellos me acompañaron hasta llegar aquí, después de todo, nos había ayudado la misma persona a los tres. Estuvieron a mi lado cuando cree Fénix para acoger a cualquier descendiente de las cuatro familias para luchar por nuestro futuro. Sin embargo, pasó el tiempo, y la postura de el hermano de Will cambió. Decidió dejar de formar parte de esta lucha y hacerse a un lado, aunque aquello me dolió como algo personal, lo acepté y lo dejé marchar. Yo no era quién para mandar sobre su futuro y vida.

—Lo siento...—murmuró—. Es mi hermano y...

Antes de que pudiese terminar aquel intento fallido de disculpa, unos toques en la puerta me hicieron descentrarme de la conversación. No era algo que quisiese que supiera cualquier persona.

Sin decir nada, la puerta se abrió y un Isac algo molesto entró.

La próxima vez pondría el pestillo.

—Houston, eso de llamar aún no lo tienes muy presente, ¿eh?

—Primero —alzó su dedo índice, ceñudo—, vuelve a llamarme Houston y entonces sí que tendrás problemas. Y segundo, lo mío no es enseñar a luchar. ¡Estoy cansado! ¡Es demasiado difícil enseñarles a ese par de....! —se retuvo a sí mismo, intentando no decir ningún tipo de disparate—. No me atrevo a darles ni un lápiz porque con lo torpes que son se lo meterán en el ojo.

—Creo que exageras —comenté, rodando los ojos—. Tenemos suerte, al menos sabían lo esencial, ahora sólo queda sacarles todo su potencial.

—¿Potencial?

Sonreí de lado. Isac era quizá, la persona más exagerada y fácil de molestar que jamás había conocido. Su paciencia era escasa, por eso me encantaba molestarlo.

—Están entrenando, ¿verdad?

—Si no se han matado entre ellos, sí.

Negué con la cabeza, divertido, y me giré hacia Will, dedicándole una mirada de tranquilidad. Debía pensar algún plan para averiguar qué había sido de su hermano.

—Luego hablamos de ello.

Él asintió con la cabeza, algo aliviado.

Seguí a Isac hasta la sala de entrenamiento donde los chicos habían estado entrenando hasta el día de hoy, y lo que vi, fue totalmente lo contrario a lo que me esperaba. No se encontraban charlando, ni haciéndose bromas entre ellos, sino que cada uno parecía estar en su mundo, perdido del resto de la realidad.

Le había encomendado a Isac que se encargara de enseñarles, pues yo tenía otros asuntos que atender, y quizá era esa la razón por la que no había caído en el verdadero problema que tenían en ese momento. 

No parecían unidos, les faltaba algo.

Cruzando los brazos sobre mi pecho, observé con todo detalle a cada uno de ellos, siendo tan obvio el análisis que estaba ejecutando en aquel momento que terminaron girándose hacia mí, dándose cuenta de mi presencia. Isac, que permanecía a mi lado, me observaba con confusión, interrogando mi extraño comportamiento.




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