El legado 2: Tinieblas

19. Entre la espada y la pared

NESHA

 

Yo nunca quise que a Natalie le ocurriera aquello. Yo no era partidaria de que anularan sus sentimientos, ni siquiera sé la verdadera razón por la que lo hicieron. ¿Qué se ganaba? ¿Qué querían conseguir?

Desde que salió con aquella mirada de indiferencia nadie la vio, al parecer se fue a una sala a entrenar sola. Incluso me apostaba lo que fuese a que ni siquiera Jaden había cruzado palabra con ella.

Llegada la hora de la comida, Coe, Amed y yo nos sentamos en nuestra mesa, la que habíamos bautizado como tal y con la mirada nos dedicamos a buscarla por el gran comedor.

—No está —hablé, dándome por vencida.

—Para variar, llegando tarde —gruñó Amed.

Volví a dirigir mi vista por la gran sala llena de mesas y personas. No encontré a la pelinegra, pero vi a Jaden, quien se encontraba solo en una mesa, al margen de la mayoría. Natalie no lo dejaría solo.

Pero ella ya no es Natalie.

—Hablando de la reina de Roma....—comenzó diciendo Amed, llevando su mirada hacia la entrada del comedor.

Tal y como decía, Natalie entró con calma, dirigiéndose hacia la fila para coger su bandeja y servirse. Cuando se giró y nos vio mirándola, soltó un bufido de cansancio y, tras rodar los ojos, se acercó a nosotros.

—¿Dónde estabas?

—Por ahí —respondió, dejando caer su bandeja encima de la mesa, creando un ruido molesto.

Amed formó una mueca, aquello no le gustó.

—Intenta hacer menos ruido, ¿quieres? 

—A sus órdenes, capitán.

La observé sentada delante mía. Tenía una sonrisa socarrona en su rostro, y una mirada que no se comparaba con la suya.

—Jaden está solo —comenté tras unos segundos, con la esperanza de que reaccionara.

—¿Me tendría que importar?

Amed soltó una risotada, observando a Natalie, fascinado.

—Quizá hasta me pueda empezar a caer bien —opinó él, como si la susodicha no se encontrase en la misma mesa que él.

—Que ahora no sienta nada no significa que no me lo pase bien molestándote, campeón.

Apoyó los codos sobre la mesa, acercándose a Amed, quien se hallaba delante de ella. Le guiñó un ojo y, antes de levantarse e irse, le revolvió el pelo con la mano. Amed se quedó estático durante unos segundos hasta que sus ojos comenzaron a teñirse de negro.

—Relájate —murmuré—. Tus ojos se están volviendo negros, Amed.

—¿Acaba de sacudirme el pelo como si fuese un saco de pulgas?

—Técnicamente, sí.

—Quiero arrancarle la carótida. Voy a...

—Detente —dije y agarré su brazo antes de que se levantara y fuese tras ella. Sus músculos se tensaron bajo mi tacto—. No te serviría de nada. Recuerda que no estás hablando con la misma Natalie.

—Ya veo. Cuando pensaba que no la podría odiar más va y me demuestra lo contrario.

Se pasó una mano por su cabello negro, acomodándolo mientras fruncía cada vez más el ceño, molesto. Mi mirada chocó con la de mi hermano Coe, y supe sin tener que decir nada lo que ambos estábamos pensando.

Esto no iba a acabar bien.

Lo presentía. No era sólo aquel simple comportamiento de Natalie, sino lo que pasaría si aquello se hacía algo constante. 

Después de comer me tomé mi hora libre yendo a mi habitación. No pasé ni cinco minutos tumbada en mi cama cuando decidí salir e ir a la habitación de mi hermano, molestarlo no era una mala opción.

Llamé a la puerta, no tardó en abrir. Por la cara que tenía supe que lo había pillado durmiendo, o al menos en el intento.

—¿Me has echado de menos, querido y hermoso hermanito?

Soltó un resoplido y se dio la vuelta, directo a su cama. Cerré la puerta que él había dejado abierta de par en par y esperé a que se tumbara dándome la espalda para dar un salto y caer a su lado. Nuestros cuerpos rebotaron por el peso y Coe soltó un gruñido de molestia.

—¿En serio vas a dormir? Hay cosas mejores y más divertidas.

No me miró, cogió su almohada y se la puso encima de su cabeza, como si de aquella manera me pudiese hacer callar.

—No te vas a librar de mí, hermanito. ¿Qué podemos hacer? —murmuré, apoyándome en mi brazo derecho para mirarlo mientras pensaba alguna idea—. ¿Entrenar? No, mejor no. ¿Ronda de chistes? Tampoco. ¿Cotilleos? No me sé ninguno. ¿Qué tal si...?

Esta vez el ruido que hizo con la garganta, parecido al gruñido de un oso que me dejó en claro que estaba pasando su límite. Molestar a Coe en su hora de sueño era un gran error, así que algo aburrida, solté un resoplido y me tumbé mirando al techo.

—Está bien. Pero que conste que eres un aburrido, y cuando digo aburrido me refiero a...

Sacó su cabeza de debajo del la almohada y me miró, su mirada gris reflejaba un gran "cállate ya". Menos mal que las miradas no mataban...

—Vale, vale —dije, levantando mis manos en señal de rendición—. No hace falta que te pongas así, menudos humos.

Suavizó un poco su expresión y volvió a colocarse la almohada encima de la cabeza. Yo por mi parte me quedé callada, buscando temas en los que pensar, e inevitablemente a mi cabeza vino Natalie. 

—No sé que va a pasar con Nat...—pensé en voz alta, algo triste.

Aquella simple frase bastó para que mi hermano, volviese a sacar su cabeza muy lentamente y clavara sus ojos grises, llenos de curiosidad y de un mismo sentimiento que el mío en mí.

—¿Para eso sí, no? Eres un interesado.

Ladeó su cabeza, mostrando una expresión aburrida. Cuando pensé que volvería a intentar dormirse, se dio la vuelta y colocó sus dos manos bajo su nuca, mirando al techo. Yo por mi parte tuve que mirarlo a él, cuando hablábamos siempre debía mirarlo, sus gestos y los mensajes que podía dedicarme con la mirada eran las palabras que él no podía decir.

—¿Qué crees que pasará? No me trae muy buena espina que Natalie sea así...no le importa nada, eso tiene que ser todo un...caos. ¿No crees? —su mueca me dio la razón—. Me entristece realmente, la siento como mi única amiga aquí dentro. No me gusta lo que le han hecho.




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