El legado 2: Tinieblas

20. Roces de más

NESHA

El trayecto hacia la base de aquellos ángeles iba a ser, quizá, la parte más cansada. Según nos habían informado estaba a una media hora de aquí, por eso se nos había dado la misión a nosotros y no a los de Snake, que se ubicaban más lejos. El problema no era la duración del trayecto, sino lo que haríamos mientras esperábamos el momento justo para atacar, pues apenas acababa de empezar la tarde e iríamos a la noche.

Habíamos aparcado al lado de un lago, esperaríamos allí hasta que se nos diera la orden de ir a la base, que nos quedaba a unos diez minutos de allí. Las personas que habíamos escogido del grupo B se dispersaron y agruparon en pequeños grupos. Jaden se fue junto con Coe, supongo que lo fue a acompañar mientras fumaba. Por otro lado, yo me quedé a vigilar las furgonetas junto a Amed.

—Están más calmados de lo que pensé —comenté después de un rato en silencio, observando a los pequeños grupos de gente.

—Y sin embargo otros demasiado confiados —dijo él, cruzándose de brazos y usando una mirada crítica—. No se deberían confiar tan fácilmente.

—Ya está aquí Amed el sabio.

—No empieces.

—¿Soy merecedora de escuchar otra de tus tantas frases llenas de un conocimiento digno de un ser divino?

Soltó un resoplido.

—Eres de lo peor.

—Seguro.

—Te odio.

—Sabes que no —dije, ladeando una sonrisa divertida. Le di un suave golpe con el hombro, logrando que él también sonriera. 

—Tienes razón. Para sorpresa del mundo entero no tengo deseos de arrancarte la cabeza como a la mayoría de la gente, así que no hagas que cambie de opinión.

Solté una carcajada.

—Es verdad, quizá no deba tentar a la suerte.

—Exacto.

El silencio nos abrazó, cómodo y pacífico. No me era extraño estar así con Amed, era una de las pocas personas que podían hacerme sentir segura.

Mi mirada voló hacia el cuerpo menudo que más alejado estaba de nosotros. Natalie se alejaba por la espesa hierba, rodeado el lago. En sus manos portaba un arco, lo había elegido por su cuenta, y me maravilló, pues no sabía que lo supiese usar.

—¿Qué se supone que está haciendo?

Amed no tuvo que seguir mi mirada para saber a quién me estaba refiriendo.

—Me da igual, cuando más intento estar sobre ella más me cabreo. He terminado comprendiendo que es imposible seguirle el juego. Además, no quiero más dolores de cabeza por culpa de esa mocosa.

Amed tenía razón, por mucho que uno quisiese estar pendiente de Natalie y seguir sus movimientos, era casi imposible. O te terminabas perdiendo a medio camino, o tú mismo decidías rendirte y dejarla estar. Era como un caballo salvaje.

Observé cada uno de sus movimientos con curiosidad cuando se paró y, lentamente se agachó a la orilla del lago. Con suma lentitud y cuidado, sacó una flecha del carcaj que llevaba a la espalda mientras observaba la calma de las aguas. Tardó milésimas de segundo en apuntar con su arco a algún punto del cielo y en disparar una flecha. Por un momento fruncí el ceño, confundida ante aquello, pero rápidamente, el sonido de algo cayendo al suelo, a cinco metros de mí, me sacó de mi aturdimiento.

—¿Qué...?

Las palabras de Amed se apagaron cuando se acercó y se agachó a recoger aquel objeto atravesado por una flecha. 

—Mierda —soltó entre dientes.

—¿Qué? —me acerqué, alarmada.

—Es un dron.

La gente comenzó a murmurar y acercarse. Se agruparon para ver el objeto en las manos de Amed. Cuando Natalie llegó a nuestro lado, palmeó el hombro del pelinegro.

—Mucho oído pero no lo utilizas, lobito.

—Cierra la boca.

—Lo siento, pero sabes que tengo razón. 

Antes de que crearan todo un espectáculo me giré hacia Nat y le pregunté:

—¿Cómo te has enterado de que había un dron?

—Llevaba un buen rato escuchando un sonido extraño, pero no veía nada raro. Simplemente aproveché el reflejo del lago para poder confirmar si el sonido provenía de algún objeto del cielo. Preferí que no se notara que lo había escuchado.

Hice un esfuerzo por no parecer sorprendida, pues sinceramente no se me habría ocurrido aprovechar las aguas del lago, seguramente habría optado por mirar hacia arriba y joderlo todo.

Jaden y Coe se hicieron paso y se acercaron a nosotros para poder saber qué estaba pasando. Amed tranquilizó a los diez chicos y chicas, pidiéndoles que se alejaran.

—¿Qué es eso? ¿Un dron? —cuestionó Jaden, yo asentí.

—No tiene porque ser nada malo, ¿no? 

—Las posibilidades de que sea del grupo ese de ángeles es muy grande. Estamos a dos kilómetros, no estamos tan lejos como parece —argumentó Nat.

—¿Y si sólo es de algún friki? Los humanos siguen existiendo, y sus juguetitos también —habló Amed.

—Estoy segura de que no es de un simple humano —Natalie se mantuvo seria.

Amed la observó, aquello parecía una batalla de miradas. Decidió acabar con eso tirando el objeto al suelo, como si no le importase nada.

—Cálmate.

—¿En serio? ¿Ya está? ¿No vas a hacer nada?

—¿Acaso te importa?

—Pues quizá sí que me importa que las posibilidades de que me vuelen la cabeza sean menores.

Amed esbozó una sonrisa, y no del todo amigable.

—Tranquila, no vas a morir. Al menos hoy.

El pelinegro prefirió no seguir con la conversación, se alejó de nosotros y volvió a apoyarse en el coche. Natalie se mantuvo seria e impasible, antes de que reaccionáramos se acercó a una de las dos motos que habíamos traído e hizo el amago de subirse en ella.

—¿Adónde de supone que vas? 

—Está claro que no me voy a quedar aquí a contar florecitas.

—Tú no te vas.

—¿Estás seguro, Amed?

Pasó una pierna por encima y se acomodó, encendió la moto. Aquel gesto fue un claro gesto en forma de reto.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.