El legado 2: Tinieblas

23. Verdades que duelen

JADEN

 

Reese acababa de despertarme, aunque la realidad es que llevaba despierto desde hacía horas. En los últimos meses mi sueño había sido distinto, el insomnio no me había atacado de la misma forma, no obstante, al parecer, mis noches volvían a ser como antes. Demasiadas cosas en las que pensar.

Me estaba terminando de colocar la camiseta cuando alguien llamó a la puerta. Reese rodó los ojos, como si estuviese acostumbrado a eso. La persona volvió a llamar y esta vez mi primo decidió abrir para no escuchar nuevamente los pesados golpes.

—Eres jodidamente pesado —gruñó, con la cara de adormilado a Landon, quien le sonreía de oreja a oreja—. Y deja de sonreír así, que son las siete de la mañana.

—¡Buenos días! ¿Cómo habéis amanecido en este día tan esplendido?

Reese lo fulminó con la mirada, como si de aquella manera pudiese coser sus labios y hacer que no siguiese hablando. No obstante, Landon me miró, dejando de lado a mi primo.

—Te estaba buscando, quería hablar contigo.

—¿Conmigo? —enarqué una ceja, entre sorprendido y confuso—. Me acabo de despertar.

—¿Seguro? —Landon entrecerró sus ojos, analizándome—. Porque tienes cara de no haber dormido muy bien.

—Tiene la misma cara de mierda que siempre, no te preocupes —habló Reese, colocando mejor su camiseta.

Por mi parte se llevó una mirada de indiferencia, y por parte de Landon una sonrisita divertida.

—¿Te recuerdo que somos familia y que mi cara de mierda se asemeja a la tuya?

—Lo siento, primito, pero yo tengo los genes buenos.

Por un momento vacilé, observándolo, y fijándome en aquellos ojos azules iguales a los de...

Sacudí mi cabeza, quitándome cualquier tipo de pensamiento parecido a aquel de mi cabeza.

—¿Vamos fuera a hablar? —cuestioné a Landon, quien asintió alegre.

Ambos salimos de la habitación. Comencé a andar en silencio junto a él por unos largos segundos. Lo observé de reojo, esperando a que dijese algo. Ver el cambio de su pelo, más largo y con aquellas raíces rojas me transmitió una fuerte alegría, pues jamás había visto su color natural de pelo.

—Te queda bien —hablé, ganándome toda su atención.

—¿A parte de todo, qué es lo que dices que me queda bien? —cuestionó, divertido.

—Tu pelo. Me gusta más que todo ese mejunje de colorines que te ponías.

Vale aquello se me hizo extraño, admitir algo así era muy raro en mí. Landon exageró su sorpresa.

—¿Jaden Adams acaba de hacerme un cumplido?

Solté un resoplido, rodando mis ojos.

—Tampoco te acostumbres.

—Has dicho que me queda bien.

—Sí.

—Y que te gusta.

—Puede ser.

Enarcó una de sus cejas pelirrojas, mientras una de sus comisuras se elevaba. 

—¿Qué clases de experimentos han hecho contigo?

—¿En serio? ¿Vas a hacer que me arrepienta de haberte dicho eso?

Landon soltó una risotada, elevando sus manos como un gesto de rendición mientras seguía riéndose. A pesar de que en otro momento me habría irritado su constante risa, en aquel momento no lo hizo, es más, lo aprecié. Habían sido meses sin soportar a aquellos idiotas.

Tras un rato más siguiéndole por los pasillos, llegamos a una puerta con unas pegatinas infantiles pegadas en ella.

—¿Adónde me has traído? Pensé que querías contarme algo.

—Bueno, simplemente quería hablar contigo. Ayer nadie lo dijo, por eso te lo voy a enseñar yo.

Landon abrió la puerta, dejándome entrar a mí primero. Cuando puse un pie sobre el suelo lleno de juguetes, divisé a los tres niños que se encontraban dormidos al final de la habitación, en unas camas pequeñitas. 

Debido a la penumbra en la que se encontraba sumida la estancia, no pude ver sus rostros, y a pesar de aquello, recordé el día en el que Adey acudió a la central para salvarnos. Hubo tres niños pequeños que pudieron escapar junto con ellos. Todo gracias a Natalie, sino nadie habría hecho nada por ellos.

Al igual que yo, Landon se quedó en el marco de la puerta, observándolos con ternura.

—No tienen familia, Jaden. 

—¿Cómo lo sabes?

—Hay muchos ángeles con habilidades aquí dentro. Han hecho lo posible por intentar buscar a alguien —lo observé, estaba intrigado—. Husmearon en sus recuerdos, y lo único que encontraron fueron escenas violentas. Mataron a cada uno de los padres de estos niños, los dejaron solos.

Tragué saliva. Tanto Landon como yo sabíamos lo que era sentirse sólo. Aunque aquellos niños eran demasiado pequeños como para sentir aquello o razonar con lo que pasaba a su al rededor.

—¿Han preguntado por sus padres?

—No, son muy pequeños. Seguramente cuando crezcan no se acuerden de ellos. Aunque...el único que ha preguntado por alguien ha sido Axel, el niño de los ojos azules.

—¿Por quién ha preguntado?

—Creo que por Nat —respondió Landon, dejando entrever una sonrisa triste.

—¿Cómo lo sabes? —fruncí el ceño.

—¿Recuerdas la primera foto que nos hicimos todos junto a ella? —asentí, rememorando aquello—. Pues el otro día Helen la estaba viendo mientras cuidaba a los niños un rato.  Axel, se acercó y señaló a Natalie. 

—¿Estás seguro?

Él se encogió de hombros.

—Eso es lo que nos dijo Helen.

—Ya...—murmuré.

Me quedé un rato más observando a los niños durmiendo con total paz y tranquilidad. Casi los envidié, parecían tener un sueño muy profundo. Landon, pasados unos segundos, decidió volver a cerrar la puerta para evitar despertarlos.


 

(...)

 


NATALIE

 

Mis ojos observaban el colgante que meses atrás me había regalado Owen antes de marchar. La piedra verde giraba en el aire mientras la agarraba con una de mis manos encima de mi cabeza. Estaba recostada en la cama de mi cuarto. El brillo de aquella piedra tan hermosa me llamaba la atención, incluso cuando la tocaba me lograba transmitir un cierto cosquilleo, que iba desde las yemas de mis dedos hasta perderse por cualquier parte de mi cuerpo. Era tranquilizante.




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