El legado 2: Tinieblas

24. Palabras afiladas

NATALIE

 

Pasadas unas horas, decidí volver, porque sí, tras lo ocurrido con Nesha había optado por estar sola, fuera de Snake. No avisé a nadie, así que si alguno de ellos me había buscado seguramente se estarían volviendo locos al no encontrarme. 

Cuando las puertas del ascensor se abrieron y salí de él, las miradas de la gente que pasaba por ahí se posaron sobre mí. No me paré a observar a nadie. Caminé por los pasillos hasta la habitación de invitados que compartía con Nesha, ya que seguramente, si ella seguía enfadada, no iría allí. 

Pasando por aquel pasillo, escuché unos murmullos que me llamaron la atención por las voces de las personas que hablaban. Eran Hera y Amed, estaban en la habitación que él compartía con Coe. Me adelanté hacia mi puerta y me puse en tal posición que indicase que estaba a punto de entrar, debía disimular un poco. Intenté concentrarme en sus voces y dejar atrás cualquier otro tipo de murmullo. 

—Me da vergüenza decir que te he educado yo. ¿Desde cuándo te dejas doblegar? 

—En ningún momento me he dejado doblegar.

—¿Estás seguro? ¿Y entonces quién manda más? ¿Tú o esa niña? —la última palabra la pronunció con un tono de asco y superioridad. Casi podía imaginarme su rostro en aquel momento. Sabía que se estaba refiriendo a mí.

Silencio.

—Peleó bien, de todos modos para eso la habéis entrenado, ¿no? Para ser la mejor, es vuestra carta maestra. Que yo fuese mejor que ella sería el problema.

—Ni se te ocurra decir eso —bramó Hera, su tono era puro enfado y rabia—. Eres el mejor de todo Scorpion, yo misma te enseñé todo lo que sabes. ¿Vas a denigrar de esta manera lo que te he enseñado, Amed?

—No.

—Porque parece que es lo único que sabes hacer últimamente. Te dije desde el principio que le dejaras claro quién manda y quién obedece. ¿O acaso miento?

—No lo haces.

—¿Quién manda, Amed?

Silencio.

—Yo mando.

—¿Y quién sólo sirve para obedecer?

—Ella.

—¿No es eso lo que le dejaste claro?

—Lo hice, madre. Le repetí constantemente que ella no era una de nosotros.

—Pues no lo parece, ha hecho contigo lo que le ha dado la gana. Te ha humillado delante de todos, ¿estás contento? ¿Quieres eso para ti? ¿Qué todo el mundo te vea como un perdedor, Amed?

—No —su voz apenas se escuchó, era débil.

—¿No qué?

—No quiero que me vean como un perdedor.

Algo en mi interior cambió cuando escuché la voz de Amed de aquella forma, tan frágil y manipulable. Esa conversación entre ellos dos me hizo cuestionarme muchas cosas sobre el pelinegro.

—Pues empieza a hacer las cosas como yo te digo, no quiero que crean que mi hijo es un blando y un cualquiera —escupió, sin miramiento ninguno.

No pude escuchar si Amed siguió hablando, porque el grito de alguien me hizo girarme, exaltada.

—¡Natalie! ¡¿Dónde coño te habías metido?!

Nesha caminaba a paso veloz, su ceño fruncido y su cara poco amigable mostraba su completo enfado hacia mí, jamás la había visto así. Tras ella, Coe intentaba igualarle el paso, con una clara preocupación e incomodidad por el humor de su hermana. Casi parecía temer lo que fuera a pasar. 

—¿Qué? —fue lo único que dije.

La puerta de la habitación de Amed se abrió, este clavó su mirada directamente en mí. A pesar de que su expresión era la de siempre, mandíbula tensa, ojos críticos y facciones tensas, pude ver algo diferente en su mirada dolor. No aguanto mucho más cuando se fue decidido de allí, sin mirar a nadie.

—¿Dónde demonios estabas? —siseó Nesha, acercándose a mí para no ser escuchada—. ¿Te habías escapado?

Alcé las cejas, la pregunta me sorprendió.

—Sólo escapa quien es retenido en contra de su voluntad, ahora dime, ¿por fin te han dicho por qué estoy aquí para que lo preguntes de esta forma? ¿o ya lo sabes pero no quieres admitirlo?

Nesha apretó los labios, reteniendo cualquier palabra que quisiese soltar. En su mirada gris observaba su creciente enfado. Luego estaba Coe a un lado, que no parecía saber qué hacer. 

—Johnson —la voz de Hera sonaba detrás—. Mis hombres te han estado buscando.

—Lo sé, fui a tomar el aire.

—¿Fuera?

Asentí, desconfiada. 

—No puedes salir si no te dejamos, ¿lo sabes, verdad?

—No creo que sea necesario preguntaros todo aquello que quiera hacer como si fuese una niña.

Ella curvó una sonrisa, parecía de plástico, falsa.

—Claro que es necesario, no podemos darte esa libertad —su mirada pasó a Nesha—. Tú, quien quiera que seas.

—Soy Nesha —dijo, un tanto nerviosa.

—Ajá —murmuró sin darle importancia, volviendo a mirarme a mí—. Encárgate de que Johnson se mantenga donde debe estar. No despegues tus ojos de ella.

—¿Cómo? Pero...

—¿Lo has entendido o debo volver a repetírtelo una segunda vez? —cuestionó ella, irritada—. Porque no me gusta repetir las cosas dos veces.

Nesha tragó saliva, y tras unos segundos, asintió. Después de aquello Hera se fue, la castaña, Coe y yo nos quedamos solos en el pasillo, intercambiando miradas. Sabía que Nesha sentía una gran fidelidad por aquella gente, y que estar donde estaba le había costado mucho, pero no pude evitar sentirme decepcionada. 

Me giré bruscamente y abrí la puerta de la habitación.

—Creo que debería...

—No. Ya bastante me jode que le hagas caso y no confíes en mí como para que ahora vigiles todo lo que hago —hablé, me sentía extrañamente traicionada—. Déjame estar sola. Quiero estar sola.

No esperé su respuesta, ni me despedí de Cole, simplemente cerré de golpe y me apoyé en la puerta por unos segundos. Cerré los ojos, cansada mentalmente y agobiada. Me sentía atada a aquel lugar, atada de una forma horrorosa y atormentadora.

Caminé hacia el baño para darme una ducha. Me desvestí con lentitud, sintiendo algunas partes de mi cuerpo adoloridas por la pelea con Amed. Cuando quedé completamente desnuda me puse frente al espejo, y por primera vez en mucho tiempo me vi mal. La piel blanca de mi cuerpo no brillaba, se veía apagada, como mi mirada. Sólo vi cansancio reflejado en aquel espejo.




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