El legado 2: Tinieblas

25. ¿Cambios del destino?

NATALIE

Tuve que estar en cama durante tres días, que fue lo que tardaron Amed, Nesha y Coe en ir a Nueva York en busca de uno de los oráculos que buscaban. Estar sola, sin ninguno de ellos, ni siquiera el imbécil de Amed, fue una tortura. Las horas eran todavía más eternas de lo normal estando tumbada, sin nadie con quién hablar y sin entrenar. Aquel aburrimiento se me asemejó al de cuando eres pequeño y te pica todo el cuerpo por hacer cualquier cosa excepto lo que debes.

Durante uno de aquellos tres días, Keia se pasó por mi habitación. Al parecer había venido junto a otro grupo de Scorpion por pequeñas misiones de las que yo no estaba enterada. No la había visto tanto desde que Jaden se fue, así que verla traspasar el umbral de la puerta y acercarse a mí, fue todo lo que necesitaba para que el incómodo recuerdo del pelinegro volviese a acudir a mi mente.

—¿Qué tal te encuentras?

—Cansada.

—¿Cansada? —cuestionó, alzando sus dos cejas oscuras—. No hemos dejado que te muevas en estos tres días, Johnson.

—Lo sé, y por eso estoy cansada.

Aquello hizo que la mujer soltara una carcajada llena de diversión, acercándose todavía más a mi cama. Se cruzó de brazos, con su mirada sobre mí. Tranquila y analizante.

—Tuviste mucho veneno en tu cuerpo.

—Lo sé.

—Casi mueres.

—Eso también lo sé.

—Sin embargo, sigues viva.

—Vaya, eso no lo sabía —bromeé, aburrida.

Keia enarcó una ceja.

—No pareces muy contenta.

—¿Por qué debería estarlo? Estoy tan acostumbrada a este tipo de situaciones que ya no sé cuando la palmaré de verdad.

No sé que tuvo de malo mi comentario, pero sólo sé que no le hizo la gracia que esperaba. Frunció el ceño.

—Eres una buena guerrera, Johnson. Tus movimientos en el combate son dignos de ser estudiados y analizados. Te desenvuelves con fluidez, piensas, y actúas lo suficientemente rápido como para esquivar, y también atacar. Se nota tu práctica, y la experiencia que tienes. Si fuera por ello, me atrevería a decir que eres una muy buena guerrera. Por no decir una de las mejores.

Y ahora es cuando venía el pero.

—Pero...—me miró, confusa—. Hay un pero, ¿verdad? —sonrió, confirmando mis sospechas—. Vamos, suéltalo.

—Pero si algo debe tener un buen guerrero, son dos cosas: miedo por la batalla y amor por la vida.

Mi cara de idiotez fue ejemplar, no sabía qué me estaba queriendo decir con aquello.

—Un buen guerrero o una buena guerrera, por muchas batallas que haya ganado, siempre llevará en su pecho aquella sensación de miedo. Una buena guerrera, como tú, siempre valorará hasta el último suspiro de vida. Porque sólo una buena guerrera sabe lo que hay en el campo de batalla.

Me mantuve con los labios sellados, después de aquello, cualquier cosa que dijera no serviría de nada. Keia me lo había dejado claro, y yo lo había sabido entender.

—Que no te ciegue tu poder a la hora de luchar, Johnson.

—Natalie —pronuncié—. Llámame Natalie.

Sonrió.

—Está bien, Natalie. Que no te ciegue, porque lo que termina de hacer a un guerrero lo que es, es su corazón. No hay nada más como eso. Y por esa misma razón, no hay dos guerrero iguales, por muy iguales que sean en la batalla.

No quise decir nada más, y ella tampoco. De aquella manera, Keia había querido darme una lección de vida. No era la única persona que quería superarse a sí misma, que quería entrenar y ser cada día mejor, había muchos más como yo, Nesha, Amed y Coe entre ellos. Pero lo que Keia me había querido contar con aquello, era que si buscaba ser una buena guerrera, tanto en cuerpo como en alma, debía aprender de lo que me había dicho.

Antes de que se diese la vuelta, dijo una última cosa.

—Un claro ejemplo fue Adams. Quizá no era el mejor, quizá tenía mucho que mejorar y mucho potencial que pulir, pero si hablara sólo por su corazón, tenía una alma de auténtico guerrero.

Ni siquiera ella supo cuánto agradecí aquellas palabras teñidas de amor y cariño hacia él. Amé que hablara de él de aquella manera tan bonita y real, porque si algo sabía es que tenía razón. Sólo fui capaz de mostrarle mi agradecimiento a través de una sonrisa antes de que se diera la vuelta y caminara hacia la puerta. Se paró en seco antes de salir.

—Por cierto, sé que tú y Amed no os lleváis muy bien. Os he estado viendo, al igual que también he analizado vuestros pequeños cambios. Sé que tú eres alguien que acepta los cambios y sabe darse cuenta de ellos, y no sólo eso, sino agradecerlos.

—¿A qué viene esto ahora? —cuestioné, ladeando mi cabeza.

—Viene a que aunque no hayáis perseguido caminos distintos, podéis buscar uno en conjunto que os una.

—¿Amed y yo? —solté una risa seca—. Estamos bien así. Tampoco creo que él busque eso, para él no soy más que una rehén.

Keia me escrutó con su mirada, parecía dudosa. Como si le picase la lengua por soltar aquello que parecía estar deseando decir.

—Si Amed no te hubiese mordido y no hubiese drenado el veneno, probablemente tú ahora mismo no estarías aquí.

—¿Cómo?

—Amed, a pesar de que sabía que probar la sangre de aquella manera lo desataría por completo, lo hizo para frenar el efecto del veneno. Quizá no seas una cualquiera para él como dices saber.

Negué con la cabeza.

—Perderme no habría sido algo bueno, era su deber. No lo hizo porque él quisiera.

—¿Estás segura? —dudé—. ¿Sabes? Dejaré que pienses lo que tú quieras, de todos modos, dar las respuestas a las preguntas es el camino fácil de la vida, y a mí me gusta que uno dude, piense y razone. Que se cuestione cosas y que encuentre respuestas.

—No te tomaba por una filósofa.

Ella sonrió, negando.

—Descansa, Natalie.

Cuando Keia volvió a dejarme sola en la habitación, el mar de dudas que había estado intentando calmar durante aquellos días, volvió a sacudirse con violencia. Tenía tantos pensamientos confusos en la cabeza, que lo único que quise hacer para dejar algunos de ellos de lado fue levantarme de golpe y caminar hacia el espejo que había a un lado. Me quité la venda que rodeaba mi cuello y observé por primera vez en aquellos tres días la marca de mi cuello, una que para mi sorpresa seguía existiendo, y no era la de la aguja, sino la de un par de colmillos.




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