El legado 2: Tinieblas

29. Entre la calma y el caos

NATALIE

 

Aquellas palabras no dejaban de resonar en mi cabeza como un molesto eco que no quiere dejar de existir. Sonaban, cada vez más y más, y yo no sabía qué pensar respecto a ello. Hacía ya un día de la ceremonia de ascensión, y desde el pasado día no dejaba de pensar en el tema. Nesha tampoco me lo ponía muy fácil, ella estaba realmente feliz.

Solté un bufido, desesperada por que Nesha saliese de una vez por todas de la ducha, Coe y yo llevábamos esperándola más de media hora. Bueno, quizá no tanto, pero lo de aquella chica era una exageración.

—¿Tanto tarda? —le pregunté a él, dejándome caer en la cama.

Él asintió.

—Tu hermana está loca, y con lo caliente que pone el agua a la hora de ducharse algún día aparecerá con quemaduras de tercer grado.

Aquello le hizo gracia a Coe, soltó una risotada, de esas que siempre me dejaban con ganas de escuchar su voz. ¿Cómo sería?

—Coe, ¿puedo preguntarte algo? —él me analizó con curiosidad, y después asintió—. ¿Algún día mostrarás tu voz?

En silenció hurgó en el bolsillo de sus pantalones hasta sacar una pequeña libreta y un boli. La abrió por una página y escribió algo en ella. Cuando me la tendió pude leer lo que había escrito.

—No lo sé —leí—. ¿Por qué nunca te has comunicado así conmigo, Coe? ¡Llevo meses aquí metida!

Mi indignación le hizo sonreír. Se encogió de hombros y volvió a coger la libreta y el boli. Cuando me la entregó nuevamente, mis hombros se hundieron, tristes. "Aquí la gente no se interesa en intentar hablar con el mudito. Por eso es extraño, lo siento", leí.

—¿Qué? No, Coe —negué con la cabeza—. No me tienes que pedir disculpas. Simplemente me gustaría conversar más contigo, eres mi amigo, ¿no?

Su sonrisa se ensanchó y sus mejillas tomaron un tono rosado que contrastaba con su pálida piel. No pude dejar de lado las pequeñas marcas que decoraban su tez, como diminutas cicatrices.

—Coe, ¿puedo preguntarte algo? —él asintió—. ¿El hecho de que no hables tiene que ver con las heridas de tu rostro?

Su sonrisa tembló, y muy poco a poco cayó hasta desaparecer. No se mostró enfadado ante la pregunta, sino triste. Pensé que no respondería sobre el tema hasta que finalmente, y para mi desgracia, asintió. Un malestar me invadió, y algo me dijo que la historia de sus cicatrices no era una agradable de escuchar.

Por fin Nesha terminó de ducharse y salió del baño envuelta en una toalla.

—¿Me habéis estado insultando en mi ausencia?

Coe volvió a su expresión risueña, sonriéndole. Mientras Nesha comenzaba a hablarle sobre un tema que desconocía de un miembro de Scorpión, mi mente divagó al recuerdo que tenía de la ceremonia de ascensión y mis dudas resurgieron. Aquel cantico comenzó a resonar en mi cabeza.

Yo, con mis manos teñidas de la sangre más oscura, y mi alma desnuda ante el poder que tú hoy me das, juro darte mi más fiel lealtad. 

Aquellas palabras me transmitían algo que no sabía descifrar.

Te serviré en cada batalla hasta que la muerte de por acabada mi vida y endulzaré tu gloria para que tú y sólo tú llegues a la victoria decidida. 

—¿Te gustó la ceremonia, Natalie?

—Fue...curiosa.

—Quién sabe, si quieres seguro que algún día tú también puedes.

Seré la espada que acabe con el enemigo si tú me dejas ser, seré la mano que ahogue en súplicas la vida de aquellos que no te dejan florecer, y seré tu más fiel halcón, dándote mis ojos para que puedas ver y mis garras para que puedas hacer temer.

Todo era como un puzle, las piezas no me encajaban, sentía que había una pieza intrusa que me desencajaba todo. Sólo sabía una cosa de todo aquello:

la ceremonia de ascensión era sólo una tapadera.

 

 

***

 

Todo mi cuerpo estaba cubierto por una capa de sudor. Mis hombros bajaban y subían, acompañando a mi pesada respiración. Nesha y yo llevábamos horas en la sala de entrenamientos que solo nosotras dos usábamos. Quizá yo estaba algo cansada, pero Nesha estaba a otro nivel.

—¡No puedo más! —exclamó, dejándose caer al suelo—. ¡No siento las piernas!

Solté una carcajada, observándola.

—Vamos, Nesha. Tampoco es para tanto. 

—Que tú seas casi invencible no es culpa de que yo sea una simple mortal —dijo, con un claro cansancio en su voz.

Me di la vuelta y caminé hacia una de las paredes de la sala, en la cual se hallaban todo tipo de armas. Hice un repaso a cada una de ellas, la mayoría ya las había probado. Sin embargo, el gran y brillante filo de una pesada espada, logró llamarme la atención.

—Quizá sea verdad eso que dicen —pronuncié, cogiendo la empuñadora de la espada con fuerza.

Tal y como deduje, Nesha se irguió un poco para poder verme desde el suelo.

—¿Qué dicen?

—Que los licántropos somos cien veces mejores que los vampiros.

Nesha soltó una risa sarcástica y se volvió a dejar caer por completo en el suelo.

—Que graciosa. No creo que sea mucho mejor sentir mis huesos romperse cada luna llena.

—Bueno, una vez al mes no es para tanto. Además, ¿cuántas veces os sentís sedientos vosotros con la sangre? Ah, sí. Todos los días. ¿Cómo es querer arrancarle la cabeza a todo el mundo por sed?

Nesha volvió a erguirse, esta vez se quedó sentada. Sus ojos habían comenzado a oscurecerse.

—¿Te había dicho alguna vez que eres una pequeña perra?

—No —sonreí—. Pero déjame adivinar, estás tan cansada que solo piensas ahora en beber sangre, ¿verdad?

Abrió la boca, con la intención de decirme algo, no obstante, no lo hizo. Soltó un bufido.

—Te odio —comentó en un fingido lloriqueo—. Porque tienes razón, tengo una sed que me muero, así que si lo que estás intentando es que coja la otra espada y sigamos entrenando, estás muy equivocada. ¡No me moverás de aquí jamás!




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