El legado 2: Tinieblas

30. Recuerdos que perdurarán

COLE

 

Comencé a desenrollar las tiras de tela que tapaban mi mano mientras observaba a Alex golpear el saco de boxeo con una pequeña pizca de rabia. Sonreí, negando con la cabeza.

—Por muy fuerte que le des no conseguirás moverlo de la forma adecuada.

Mi pequeño consejo no hizo mella en él, porque ni siquiera se giró a mirarme. Lo único que hizo fue aumentar su fuerza, como si quisiera demostrarme que no tenía razón.

—Alex...—caminé hacia él—. Si sigues así te harás daño.

—Déjame, Cole —dijo, más cansado que molesto.

—Solamente te estoy dando un pequeño consejo. La gracia no está en la fuerza, sino en la técnica.

Lo hice a un lado, empujándolo con suavidad por el pecho para que se apartara. Le hice una seña para que me observara atento y entonces, golpeé el saco, tanto con fuerza, como con la técnica que Adey nos había enseñado.

—¿Ves?

—Haga lo que haga no podré tumbar ni a un pato.

—¿Un pato? —fruncí el ceño, confuso ante su peculiar ejemplo—. ¿Por qué un pato?

—No sé, es lo primero que se me ha venido a la cabeza.

Solté una carcajada.

—Alex, ya te saldrá. No se puede hacer todo perfecto a la primera. Se necesita de práctica y experiencia.

—Pero todos habéis avanzado mucho entrenando aquí, en Fénix. En cambio yo sigo siendo el mismo.

—En eso no estoy de acuerdo, y si así fuera, nosotros somos más mayores que tú.

La mirada que me dedicó el rubio fue mordaz. En seguida levanté las manos, excusándome de lo que sea que hubiese entendido.

—Tranquilo, no he dicho nada malo.

—Siempre decís que soy un niño.

—A ver, en realidad...

—No soy un niño y nunca lo fui, Cole. ¿Por qué no entendéis que con vosotros siento que puedo ser yo mismo? Desde que empecé a estar con vosotros me sentí lejos de todos los problemas y preocupaciones que tenía. Siento que a vuestro lado puedo recuperar la...—su barbilla tembló—. La niñez que perdí.

Aquello me dejó un poco confundido, jamás Alex me había comentado nada sobre aquello.

—¿Por qué nunca me lo dijiste? —inquirí, dolido.

—¿Y qué me miraras con pena? Ya bastante tenía yo con que me mirarais como el niño de la casa —por su tono de voz, sabía que no quería seguir hablando sobre sus sentimientos, así que no le presioné.

Cuando se alejó de mí y supe que si iría así, sin decir nada más. Decidí abrirme un poco más con él. Le dije aquello que solo Nolan sabía, aquello que nos había unido durante tanto tiempo.

—No soy hijo único.

El sonido de sus pasos se paró a mitad de camino. 

—¿Cómo?

—Tenía una hermana.

Me giré, con la intención de mirarlo. Él también había hecho lo mismo, depositando toda su atención en mí.

—Se llamaba Alice —seguí contando—. Murió. Hace ya mucho tiempo.

Por la confusión que reflejaba su mirada, supe que no sabía qué decir, ni siquiera yo lo sabía.

—¿Con cuántos años?

—Era un bebé. Murió junto con mis padres en un accidente de tráfico, por eso me quedé solo con mi abuela. No lo había contado nunca porque ya fue hace mucho tiempo y tampoco quiero volver a recordar lo mal que lo pasé cuando era pequeño. El único que lo sabía era Nolan, supongo que cuando se sentía mal por su hermana me sentía identificado con él. Aquel dolor nos unía a ambos.

—Yo...no sé qué decir —tartamudeó.

Sonreí, acercándome a él.

—Por eso siempre apoyé a Nolan, nunca le quité la esperanza de que Natalie siguiese viva. Quería que luchara por él, por mí, y por su hermana. Yo nunca podré volver a ver a la mía —solté un suspiro lleno de paz—. Y mira por dónde, Nolan lo ha conseguido.

Los ojos de Alex se veían brillantes en aquel momento, mucho más que de costumbre. Antes de que me diese cuenta, su gran sonrisa apareció en su rostro.

—Gracias por contármelo —fue todo lo que dijo, y no necesité escuchar nada más para sentirme bien.

Sacudí su cabellera rubia, despeinándolo y logrando que riera. Con sus mejillas rojas por la fuerza que estaba ejerciendo para que lo dejara en paz, me separé y le hice una seña para que me siguiese hacia el comedor.

Cada uno cogimos una bandeja e hicimos fila para escoger entre la comida que había para elegir, la cual no era mucha, pero no me podía quejar. 

—¿En serio, Cole? ¿Verdura?

—¿Qué pasa?

—¡De primero podías haber elegido pasta! —exclamó, como si yo estuviese loco—. Para una vez que no ponen solo verduras...

—¿Qué? La verdura es sana, además, deberíamos comer por lo menos cinco porciones de fruta y verdura a diario y...—me callé en cuanto Alex se lleno la boca de patatas, mientras ambos caminábamos hacia la mesa.

—¿Qué? —cuestionó con la boca llena.

—Traga primero, es asqueroso.

—¡Están buenísimas!

En cuanto llegamos a la mesa en la que los demás nos esperaban hice un repaso a los presentes mientras me sentaba al lado de James. 

—¿Y Nolan?

Landon que estaba delante mía se encogió de hombros.

—Adey se lo ha llevado hace un rato.

En silencio asentí y me concentré en mi comida como todos. Mientras masticaba observé a todos los ángeles, licántropos, vampiros e incluso alguna que otra bruja y brujo que iban de un lado al otro del comedor, que conversaban, que reían. A veces parecía como si ninguno de ellos tuviese preocupaciones. ¿Pensarían tanto como yo en la guerra que se acercaba?

Jaden, que comía al lado de Reese, tenía la mirada perdida en la comida. El otro pelinegro se dio cuenta porque le dio un suave codazo que lo devolvió a la realidad. Jaden rodó los ojos ante el toque de atención de su primo y siguió comiendo. No pude evitar fijarme en lo que parecían canas cerca de la raíz de su pelo. No quise preguntar para no incomodar, no obstante, parecía no haber sido el único en fijarse en ese pequeño detalle.




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