El legado 2: Tinieblas

31. La despedida

NATALIE

 

Estaban allí, delante mía. Después de tanto tiempo estaban allí. En mí comenzó a aflorar una especie de felicidad que se vio opacada en cuanto recaí en la situación en la que nos encontrábamos. Miré a los miembros de Scorpion.

—¡Bajad las armas!

—¿Cómo dices? —inquirió Amed acercándose hacia mí—. ¡Que nadie baje las armas! 

—Son mis amigos, pues claro que van a bajar las armas.

El pelinegro me miraba serio, algo molesto por dar una orden sin preguntarle, pero cedió. Asintió con la cabeza y los demás terminaron bajando las armas.  En silencio, ellos se miraron entre sí e hicieron lo mismo.

Di un paso hacia ellos, pero Amed agarró mi brazo y me adelantó, posicionándome tras de él. Por su gesto supe que no se fiaba de ellos en absoluto, aunque estaba muy equivocado si pensaba que me harían algún daño.

—¿Qué os ha traído hasta aquí?

—Lo mismo os podríamos preguntar a vosotros —aquella voz logró que un cosquilleo acariciara mi estómago.

—Pero a quién tenemos aquí...Si es Adams. 

Intenté moverme a un lado, soltando el agarre de Amed y volviendo a mirar a los chicos. Era ellos, estaban sanos y salvos. Sólo faltaba Alex, me preocupé al no verlo. Aunque todos habían dado un pequeño cambio, no pude evitar fijarme de más en Landon, quien por fin mostraba su pelo natural. Me enorgullecí, y sentí tal ilusión y alegría que sólo deseé poder abrazarlo.

—Sólo lo repetiré una vez más, ¿qué hacéis aquí? El mundo es muy grande como para encontraros en el mismo sitio.

—No cuando encontramos una de vuestras bases —habló Nolan, apartando su mirada de mí para mirar a Amed—. ¿Os habéis divertido torturando?

Miré al pelinegro que se encontraba a mi lado, esperando a que respondiera. ¿Me habrían estado escondiendo algo? ¿Tenía Nolan razón sobre aquello?

—Me divierte que nos acuséis de algo que en realidad habéis hecho vosotros. Os hemos encontrado infraganti, ¿verdad? —sonrió, y no de una forma amistosa—. ¿A cuántas personas tenéis allí?

—¿Cómo? —inquirió uno de los hombres que los acompañaban.

—¿Cuántos hombres y mujeres tenéis a vuestra disposición para torturar? Acabemos con esto ya e impidamos una guerra.

—Sois vosotros quienes habéis estado torturando a personas en este sitio —habló James, frunciendo el ceño. 

Amed, quien parecía bastante fuera de sí, hizo el amago de caminar hacia ellos, no obstante paró en cuanto Reese elevó su arma hacia él. Nesha, en respuesta, hizo lo mismo, apuntándole.

—Baja el arma, rubio —dijo, utilizando aquella descripción contraria a como en realidad Reese era.

—Pues dile a tu novio que no se acerque o disparo.

—Amed, da marcha atrás —este no hizo caso—. Amed...

Me giré hacia Nesha.

—Baja el arma —pedí. Volví a mirar a Reese—. Y tú, bájala también. 

El pelinegro no reaccionó, siguió mirando a Amed con una auténtica desconfianza. Antes de que cualquiera de ellos hicieran una estupidez, caminé con prisa hacia Reese, tomándolo por sorpresa. Agarré su brazo y lo bajé, al instante sus ojos azules se clavaron en los míos.

—Estoy intentando que ninguno haga una tontería, ¿de acuerdo? —él tragó saliva, asintió muy levemente—. Y ahora, responded. ¿Quién os ha dicho todo eso?

—¿Y quién os ha dicho a vosotros que nosotros somos los culpables de las torturas? —preguntó del mismo modo Jaden, quien se encontraba más lejos de mi alcance.

Giré mi rostro para observar a Amed, y por la mirada que me dedicó, supe que estaba pensando exactamente lo mismo que yo. Aquello no era más que una trampa. Agarré mi arma y comencé a separarme de ellos. Amed mandó a cinco de sus hombres que se alejaran e hicieran un reconocimiento del perímetro. Antes de que ordenase algo más, observé dos destellos a lo lejos.

Genial.

—Decidles a vuestros dos francotiradores que abandonen sus posiciones —les aconsejé para evitar cualquier posible final trágico.

Los chicos se miraron entre sí.

—Sólo tenemos uno. 

Fruncí el ceño, volviendo mi vista hacia aquellos dos destellos que había visto. Sin embargo, no me dio tiempo a fijarme con mayor detenimiento cuando el sonido de un disparo cruzó a toda mecha por el aire. Sentí como mi hombro se iba hacia atrás y mi cuerpo se balanceaba de la misma manera, cayendo en los brazos de alguien.

—¡Es una trampa! —tronó la voz de Amed a mis espaldas.

De un momento a otro pasé a estar en el suelo. Una bruja se colocó delante  mía, estirando sus brazos y creando una barrera a modo de burbuja a mi al rededor. El sonido desde allí dentro pareció sólo un murmuro. Todos comenzaron a esparcirse por el terreno. 

Mi visión se volvió borrosa cuanto más parecía doler y escocer la zona perforada por aquella bala. Paseé mi mirada entre las personas que se movían con prisa, buscando a los culpables de aquel disparo. Los ojos de Nolan me observaron desde el exterior de aquella barrera, Amed lo empujó, prohibiéndole el paso.

No sé cuánto rato pasó cuando intenté levantarme y alguien intentó cargar conmigo hasta otro lugar, donde finalmente me dejó apoyada en el tronco de un árbol. Me sentía totalmente desubicada. Cuando enfoqué bien mi visión, sonreí como una tonta.

—¿Cole?

—Hola —intentó sonreír pero no le salió. Parecía nervioso—. Natalie, ¿cuántos dedos ves?

Me mostro dos. ¿O eran cuatro?

—No sabía que tenías tantos dedos en la mano —dije, soltando una risa que termino en una tos poco agradable.

Lo observé quitándose la camiseta y seguidamente colocándola en el agujero de entrada de la bala. Hizo presión en ella. Yo me quedé callada, mis párpados se caían.

—Natalie, no cierres los ojos —ordenó con un tono de preocupación.

—No me voy a morir, Cole. Es un simple disparo en el hombro.

—Ya lo sé. Joder, ya lo sé, pero...




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