El legado 2: Tinieblas

33. Unión suicida

JADEN

 

Me senté en el suelo, al lado de dos de los niños, la niña y el niño, los cuales jugaban juntos. Ambos parecían estar construyendo un rascacielos con unas piezas de juguete.

—¡No! ¡Así no! —exclamó la pequeña, frunciendo el ceño y mirando a su compañero de juegos.

Este como si no la escuchase, siguió haciendo lo que la pequeña le había dicho que no hiciese. Él intentaba poner la última pieza en la parte más alta, sin embargo, le era difícil, pues lo habían logrado hacer con una altura superior a la de ellos.

—Déjame —le dijo, apartándola de un suave empujón.

—¡No tires!

Si hubiese sabido sus nombres, los habría utilizado para llamarles la atención, pero no sabía nada sobre ellos. Sin embargo, decidí ayudarles.

—¿Qué quieres? —le pregunté a él—. ¿Quieres poner la pieza en la cima de la torre?

Asintió, ni siquiera tuve que preguntarle si necesitaba ayuda para que me entregase la pieza. En vez de hacer yo el trabajo, lo cogí en brazos y le devolví la pieza. El niño, sonriente, estiró sus brazos y con cuidado la colocó.

—¡Eso es! —le felicité, revolviéndole el pelo cuando lo dejé en el suelo—. Cuando crezcas no necesitarás ni que te ayude.

—Yo crezco.

—Claro que creces.

La niña se quedó observando la torre, y en cuanto se dio cuenta de que la habían terminado, cogió de la camiseta al niño y lo llevó a la otra parte de la sala para ponerse a jugar con unos coches de juguete.

Caminé hacia una de las sillas de la sala y volví a sentarme para vigilarles, aunque dudaba que pudiesen hacerse daño con lo que había ahí. Mi mirada voló hacia la otra mitad de la sala, donde Axel en vez de jugar, observaba las páginas de un  libro infantil.

—¿Axel?

Al instante en que escuchó su nombre, su cabeza se alzó hacia mí.

—¿Qué haces? —inquirí, levantándome y caminando hacia él.

—Libro —respondió con su tierna vocecita.

Me senté en el suelo, a su lado. Él me dejó coger su libro, en el cual se mostraban unos dibujos para facilitar el entendimiento del cuento infantil.

—¿Por qué no vas a jugar con ellos? Ahora están en mitad de una carrera de coches, ¿no te gusta?

Axel frunció el ceño, mirando a sus dos amigos. Tras unos segundos en silencio, negó con la cabeza. No quise obligarle a que jugara con ellos, si se sentía mejor solo, estaba en todo su derecho de no querer estar con nadie. Me recordaba a mí.

—¿Y esto? —inquirí esta vez moviendo el libro en mi mano—. ¿Te gustan los libros?

Ci —respondió, asintiendo felizmente—. Pero —señaló el libro con el dedo índice—, aburido —pronunció de manera patosa la doble erre. 

Sonreí.

—¿Te aburre? —él asintió, ojeé los dibujos. ¿Si eso le aburría que otra cosa no lo haría?—. ¿No hay nada de aquí que te guste? Aquí tienes muchos juegos y juguetes.

Volvió a negar. Joder, el primer niño que veo que se aburre con lo que se supone que le tiene que gustar. Justo cuando se me ocurrió algo, Reese entró en la sala.

—¿Qué pasa, primito?

—Llegas en el momento perfecto.

—¿Me echabas de menos?

—No, la verdad es que no —rodó los ojos.

—¿Entonces?

—Vigila a los niños, yo salgo un rato con Axel.

—¡Eh! ¡Capullo! ¡No me dejes a mí...!

Salí de allí con Axel en brazos y cerré la puerta, callando los gritos de Reese. El niño comenzó a reír.

—¡Capulo!

—Joder, otra vez no. No empieces.

—¡Jode'!

Preferí callarme y evitar que cualquiera otra palabrota capaz de ser copiada por él saliese de mi boca. Caminé por todo el edificio con Axel, quien observaba a las personas y les sonreía. Cuando llegué hasta donde quería, salí por la puerta de emergencia hacia el exterior, hallándonos en la parte trasera de aquello, donde se aparcaban los vehículos de Fénix. Entre ellos, fui hacia mi moto, la cual había preferido traerla y dejarla a mano.

—¿Te gusta? —cuestioné, dejándolo en el suelo para darle libertad de movimiento. Axel alzó su cabeza para mirarla—. Es mi moto. 

—Es gande —sonrió, yo también lo hice.

—Tú eres pequeño —me burlé, mas el pequeño sólo tenía ojos para mi moto.

Observé como la miraba, era como si estuviese analizando la función del vehículo y lo que podía hacer. Por el brillo en sus ojos azules, supe que le interesaba de verdad.

—¿Te enseño lo que puede hacer?

Asintió con entusiasmo. Alcé a Axel en brazos y lo senté en la moto, agarrándolo bien con cuidado de que no se cayera. Saqué las llaves del bolsillo de mi pantalón y encendí el motor. Axel se acomodó, con ansias.

—Atento.

Agarré el manillar y girando, hice rugir el motor. Al principio Axel dio un pequeño salto por la sorpresa, y cuando pensé que quizá por miedo se echaría a llorar, comenzó a reír.

—¡Ota vez!

Volví a repetir el gesto, haciendo que el motor volviese a rugir. Su reacción fue la misma.

—¿Qué? ¿Te gusta?

—¡Sí! —asintió—. ¡Má'! ¡Má'! —exclamó, refiriéndose a que quería que lo volviese hacer.

Yo, por mi parte, lo único que pude hacer fue reír mientras lo seguía sosteniendo encima de la moto. Hacía muchos días que no me reía.

—¿Qué fiesta tenéis montada aquí? 

Cole apareció, saliendo del edificio en nuestra dirección. Mostró una casi imperceptible sonrisa cuando vio a Axel reír.

—Axel se aburría allí dentro, pensé que quizá salir un rato y mostrarle alguna cosa nueva le gustaría.

Cole se paró al otro lado de la moto. Sus ojos marrones observaron al pequeño.

—Pues tenías razón. Veo que le gusta.

Sonreí. Sí, parecía que a Axel le gustaba aquel ruido, le parecía quizá gracioso. Cogí su pequeña mano y, con la mía encima, la llevé al manillar donde lo hice girar para volver a hacer rugir el motor.




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