El legado 2: Tinieblas

38. Recuerdos a la luz

REESE

 

Comencé a escuchar un llanto ronco y apenas sonoro que me hizo despertar de mi sueño. Me di la vuelta en mi cama, medio dormido, con la intención de que el sueño se adueñara nuevamente de mí. Pero en vez de eso, los sollozos comenzaron a ser más insistentes. Fue entonces cuando recordé dónde estaba y con quién dormía en la cama de al lado. Encendí la luz y avancé hacia la cama de Jaden, quien fruncía su ceño con un gesto de temor.

—Jaden —lo moví por los hombros—. Jaden, despierta.

Moviéndolo con más insistencia conseguí acabar con su especie de pesadilla y hacer que se despertara. Abrió los ojos como si se hubiese asustado y miró a todos los lados hasta que me vio delante de él.

—¿Todavía sigues con esas mierdas?

No respondió, estaba sudando e intentando regular su respiración. Con su brazo me hizo a un lado sin mucha delicadeza y se levantó de la cama. 

—Jaden, ¿no me dijiste que habías dejado de tener pesadillas?

—Y ya dejé de tener.

—Sí, ya veo. Entonces perdóname por despertarte de tu agradable sueño. Vi que lo estabas disfrutando tanto que te tuve que despertar para que me contaras con cuántos unicornios estabas soñando.

—Deja ahora la ironía —gruñó.

—Pues deja tú de mentirme. 

Se dio la vuelta bruscamente.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que acabo de tener una pesadilla? ¡Bien! Acabo de tener una maldita pesadilla. ¿Contento? Como si las personas no tuvieran ni una —bufó.

Volvió a acercarse con la intención de tumbarse en la cama y acabar con la conversación, pero no le dejé. Lo detuve agarrándole del hombro.

—El problema es que te has pasado toda tu maldita infancia y adolescencia con esas pesadillas que tú dices que no son nada. 

—No son nada —respondió, apartándose de mí. 

—¿No son nada? Porque te has despertado unas cuantas veces llorando. 

Podría recordar todas las veces que tuve que despertarle en mitad de la noche para liberarlo de sus pesadillas. Al igual que las cuantas veces que despertó hecho un mar de lágrimas. 

—¿Sigue siendo por lo de tu madre? —cuestioné con cautela. Sabía que su gran dolor siempre había sido la muerte de su madre a manos de su progenitor. 

—No quiero hablar de eso.

—¿Podrás algún día confiar en mí? Siento que hay cosas que no me dices. 

—¿Y tú puedes llegar a entender que no quiero hablar de eso? ¿O que no tengo la obligación de hablarte de todas mis mierdas?

—¡Cuéntamelas, Jaden! ¿Por qué narices no lo haces? ¿Es que acaso no te ayuda a liberarte si me cuentas todo lo que te hace sentir tan mal?

Su sonrisa fue irónica, sin gracia.

—Créeme, no quieres saberlas, Reese. Así que déjame.

—No voy a dejarte, Jaden. Jamás. Ya puedes estar hundiéndote en el barro que yo me hundiré contigo si hace falta.

—No digas tonterías —negó con la cabeza, algo menos tenso. 

—No son tonterías. Te prometí hace mucho que estaría toda mi puta vida a tu lado, y yo lo que juro lo cumplo.

Esta vez me miró, como si a través de mis facciones, de mi mirada, pudiese saber si realmente le estaba diciendo la verdad. Vi en sus ojos el cansancio de cargar con tantas cosas, fue por eso que me acerqué a él y lo agarré de la  nuca. 

—Eres mi primo, Jaden —tragó saliva—. Sólo quiero que confíes en mí, que me cuentes que cosas te duelen, que te rompe y que te alivia. Y por desgracia sé que tienes más mierdas que cosas bonitas en la vida.

—Yo...—él dudaba.

—¿Tan malo puede ser?

—Lo suficiente como para que te enfades conmigo.

—¿Por qué iba a enfadarme contigo, Jaden? —no dijo nada—. ¿Es algo que tú hayas hecho?

—No, pero...

—¿Entonces?

Me miró, la duda y el miedo se veían reflejados en sus ojos. Tragó saliva, hacía mucho que no lo veía tan vulnerable. ¿Qué podía ser aquello que le hacía estar así? Lo entendí todo cuando lo soltó de repente.

—Tú no eres mi primo, Reese.

Al principio me quedé en shock. Solté una risa nerviosa, pensando que me estaba bromeando, pero al ver su expresión, supe que no.

—¿Qué mierdas dices?

—Que tú no eres mi primo —repitió—. Eres mi hermanastro. 

Su tono de voz, cargado de verdad y de arrepentimiento me congeló entero. Al instante separé mi mano de su nuca y me alejé.

—¿Qué? —fue lo único que mis cuerdas vocales me permitieron decir. 

—¿Nunca sospechaste?

—¿Sospechar de qué?

Empezaba a sentir que me faltaba el aire. ¿De qué demonios tenía que sospechar?

—Que tienes los mismos ojos que mi madre.

Negué con la cabeza y me di la vuelta. No era verdad, él y yo sólo éramos primos. Mis padres me lo habrían dicho de no ser así. Era imposible, no nos habíamos conocido hasta la muerte de su madre. 

—Me estás mintiendo.

—¿Por qué iba a mentirte con algo así, Reese?

No me atrevía a darme la vuelta, una sensación extraña me hacía sentirme pequeño e indefenso. No procesaba la información. Jaden era mi primo. Hailey era mi prima. Y pese a que siempre había sabido eso, sus palabras sonaban sólo a verdad.

—Reese.

—¿Por qué me entero ahora de esto? —inquirí de forma brusca y cortante cuando me giré hacia él—. ¿No es algo que debería haber sabido mucho antes?

Era consciente de mi cambio de humor hacia él, pero no podía retenerme. Me sentía estafado y engañado durante toda mi vida. Y veía una injusticia que ahora tuviese que pasar por eso.

—¿Desde cuándo lo sabes?

Le costó responderme. 

—Desde que tengo uso de razón.

¿Me estaba bromeando? Empecé a sentirme furioso. 

—¿Y por qué nunca me lo dijiste? —alcé la voz más de la cuenta—. ¡Tenía todo el derecho a saberlo!

—Sabía que reaccionarías así.

—¿Cómo quieres que reaccione? Me acabo de enterar de que eres mi puto hermanastro.




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