El legado 2: Tinieblas

39. Yin y yang

ADEY

 

Llevaba días sin poder descansar, me era casi imposible poder pararme, sentarme y tomarme un minuto de descanso. Tenía que hacer reuniones, asistir como profe a los entrenamientos, tanto de lucha como de técnicas de ataque para poder controlar los poderes. Debía resolver dudas, mantener la calma, idear planes, llegar a acuerdos. A veces estaba tan al borde, tan al límite, que dejaba de estar seguro de si lo que estaba haciendo era realmente lo correcto. ¿Y si no servía para esto?

—Coe, ¿puedes venir un momento?

Entré en la sala, interrumpiendo el entreno. La verdad es que Coe me ayudaba bastante, su talento y su experiencia en la lucha había hecho que lo colocará en mucho de los entrenamientos. Al principio la gente se había incomodado ante su presencia, pero al ver lo mucho que aquel joven les podía ofrecer y enseñar, terminaron colaborando. 

—Necesito que me ayudes en unas cosas —le dije cuando se acercó—. ¿Tienes un momento? 

Coe asintió sin problema alguno y me siguió. Al principio a la gente se le hacía extraño que una persona que no hablara les diera clases, pero Coe era muy bueno, y terminó demostrando que no hacían falta las palabras. 

Lo llevé hacia la sala de reuniones. Al entrar sus ojos indagaron sobre la cantidad de libros que había por todas partes.

—No te fijes en el desorden —pedí, acercándome a la mesa—. Digamos que no he dormido toda la noche, la fiesta de libros que he montado me ha mantenido despierto.

Ojeé nuevamente los libros mientras Coe se acercaba sin saber qué hacer.

—¿Sabes algo sobre el uso de poderes? —inquirí—. Llevo cuatro días intentando practicar con Natalie y no hay avance. Es como si estuviese bloqueada, como si... —sacudí la cabeza—. Si no fuese porque la he visto con mis propios ojos no me creería que tiene poderes.

Coe frunció el ceño. Comenzó a mirar entre mis libros, parecía concentrado. Entonces alguien llamó a la puerta y asomó la cabeza.

—Dime, Isaac. 

—Dios, creo que me va a dar un infarto. ¿Por qué tanto desorden?

—Oh, ¿no te lo había dicho? Me encanta el desorden —comenté de forma irónica.

Él rodó los ojos y se acercó. 

—Llevo toda la noche buscando entre libros y pergaminos antiguos cualquier información sobre la magia de los hechiceros, o la magia en sí. Consecuencias de bloqueos, maldiciones, falta de poder, lo que sea.

—Entiendo —murmuró—. ¿Por qué tanta impaciencia?

—Es Natalie, no nos servirá de mucho si no controla sus poderes. ¿Qué es de una hechicera sin poder? —solté un suspiro—. En fin, ¿necesitabas algo?

—Sí, es sobre el portal. Me dijiste que lo tuviera listo para ir a por la chica a la cabaña. ¿Todavía lo vas a usar?

—Sí —asentí—. Quiero ver qué puede hacer y si nos puede servir de ayuda. Coe —me giré hacia él. No parecía tener la intención de despegar su mirada de los libros—. Si necesitas cualquier cosa avísame, ¿de acuerdo?

Fui con Isaac hasta la sala destinada a los experimentos, en la que la mayor parte del tiempo Isaac se pasaba. Tras abrir el portal pasé al otro lado y entré en la cabaña. Me alivió ver cierta calma.

Landon, Alex y James se encontraban sentados en los sillones viendo los dibujos animados con los niños. Cole y Nesha estaban en la cocina, hablando. Después estaban Nolan y Natalie, que hablaban al final del pasillo. Antes de hablar y que alguien se diese cuenta de mi presencia, Reese salió de una de las habitaciones. Su mirada se clavó al instante en mí, se acercó rápidamente. 

—¿Y estas ganas de hablar conmigo? —bromeé.

—Tampoco me caes tan bien —dijo—. Necesito una cosa.

—¿Y me vas a pedir esa cosa después de decirme que no te caigo tan bien?

—Exacto.

—A ti lo de dar buena impresión no se te da muy bien, ¿verdad?

—No busco dar buena impresión, y ahora déjame hablar —se me escapó una risa—. Necesito bolsas de sangre.

—¿Bolsas de sangre? —fruncí el ceño—. ¿Y puedo saber para qué narices necesitas bolsas de sangre?

—No son para mí, son para ella —dijo señalando en un gesto disimulado a Nesha—. Lleva días sin beber sangre y no se encuentra muy bien. 

Tenía razón, no había caído en ello. Supuse que entonces Coe tendría el mismo problema. 

—Ya, pues no tengo bolsas de sangre.

—¿Y alguien que pueda donar?

—Tendrías que esperar un par de días, no lo tengo tan fácil.

—Joder, para ser el líder de Fénix no das muchas soluciones.

Vale, admito que aquello me sentó un poco mal.

—No importa, dame entonces algo para sacarme sangre, me da igual. ¿Podrás hacer eso al menos?

—Está bien —acepté sin problemas—. Cuando vuelva en una hora te lo daré. ¿Le vale a su majestad?

—Gracias —murmuró antes de irse. 

Lo observé con curiosidad desaparecer por el pasillo. ¿Por qué no había sido Nesha quien me lo había pedido? 

—¡Princesa! ¡Es hora de irnos! —exclamé con gracia.

—¿Podrás algún día dejar de usar ese estúpido mote? —inquirió, acabando la conversación con su hermano y acercándose.

—Yo creo que le gusta vivir al límite —dijo James ladeando una sonrisa.

Supe al instante a lo que se refería. Tampoco consideraba a Adams como alguien extremamente celoso.

—No digas tonterías, James —le dijo la pelinegra.

Ya en Fénix, conduje a Natalie hacia lo que llamaba las fosas, allí reteníamos a espías de diferentes organizaciones. Muchos de ellos ni siquiera formaban parte de nada, simplemente se habían metido donde no les llamaban. 

Nos adentramos en una celda donde se hallaba uno de los hombres de Magnus. 

—¿Qué quieres que haga con él?

—De momento sólo quiero que indagues en algo importante de sus recuerdos. Permanece leal a su difunto jefe.

Por un largo rato me mantuve en silencio. Natalie se concentró en su poder y se adentró en la mente del hombre. Cuando terminó dijo que no le supuso ningún problema entrar, que incluso se sentía con fuerzas para hacer algo mucho más grande, pero que no encontró nada.




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