El legado 2: Tinieblas

41. Un intento de esperanza

NATALIE

 

Si contara las veces que he estado a punto de morir a lo largo de mi vida me quedaría sin dedos de la mano con los que contar. Había sido muchas las veces en las que mi vida había dependido de un hilo, y en las que la muerte se había quedado esperando al pasar la esquina. Muchas de las veces fueron por elección propia, pero otras muchas por lo que era. 

Ahora me encontraba en una situación diferente, pero al mismo tiempo igual que las demás. Sabía que la mancha negra que no dejaba de crecer era un hechizo. También sabía, o mejor dicho suponía, que había sido cosa de Hera. Además, era consciente de lo que ese hechizo significaba. Iba a matarme tan lentamente que desearé que todo acabe rápido. Admito incluso que muy en el fondo lo estaba empezando a desear ya. Mis movimientos patosos y lentos habían vuelto, la poca movilidad de mi brazo me hacía sentirme una completa inútil, el dolor de mis huesos me mataba. Y si fuera poco, estaba empezando a perder la visión del ojo izquierdo. Todo eso en tan sólo un día más. Era como si el proceso se hubiese acelerado. 

—Id trayendo las cosas —ordenó Nolan levantándose de su asiento—. Pero por favor, lo más sucias que podáis que hoy limpia los platos Landon.

—¡Eh! ¡Eso ha sido muy rastrero por tu parte!

Nolan sonrió con diversión y llevó sus platos hacia la fregadera. Los demás comenzaron a hacer lo mismo.

—¿Necesitas ayuda, Nat? —me preguntó Cole cuando vio que no me movía—. Si quieres llevo tu plato yo.

—No, gracias. No hace falta.

Él asintió y se fue con sus cosas. Landon las recibió entre quejas. Yo por mi parte no me movía, sólo pensaba en las posibilidades de que mi brazo volviese a fallar. 

—Trae, anda —Jaden se acercó y comenzó a poner mis cubiertos sobre el plato—. Ya lo hago yo.

—Para.

—Déjame ayudarte.

—No quiero que me ayudes —dije, intentando coger las cosas yo.

—¿Qué más te da, Nat?

Negada a que me ayudara, le quité las cosas de la mano y me levanté. No di ni tres pasos cuando el vaso que había cogido con mi mano izquierda se resbaló de mis dedos y se rompió en decenas de trozos en cuanto impactó contra el suelo.

—Joder, ya van dos platos y un vaso —comentó Reese.

—Cállate —le dijo Jaden. 

—¿Natalie, te encuentras bien? —Nolan me miró con el ceño fruncido—. Si te sientes mal puedes irte a tu habitación a descansar, ya terminamos de recoger nosotros. 

—No, estoy bien —respondí y me agaché a recoger los trozos rotos.

—Déjame a mí.

Alex llegó con la escoba y el recogedor y barrió todos los trozos de cristal. Le di las gracias y terminé de recorrer la distancia que separaba mi asiento de la fregadera. Landon me sonrió, no soltó ninguna queja más, sabía que quería hacerme sentir bien. 

Al girarme, una mano tocó mi frente. Cole me observó con el ceño fruncido.

—Creo que tienes algo de fiebre. ¿Necesitas alguna pastilla?

—No, Cole. No necesito ninguna pastilla —dije alejándome de él.

No di ni dos pasos cuando Nesha me agarró por los hombros.

—Quizá tu hermano tenga razón y debas tomarte un descanso. 

Apreté el puente de mi nariz, pidiendo paciencia. 

—No necesito ningún descanso.

—Yo diría que sí.

—Tú y todos —le dijo Reese a Nesha.

—¿Podéis dejar de suponer lo que necesito y lo que no? —inquirí en un tono que a mi pesar, sonó mucho más cortante de lo que quise—. Llega a ser agobiante. 

—Natalie, creo que...

James quería unirse a lo comentarios de los demás, pero le mandé callar alzando una mano.

—Tú tampoco, James. 

Salí de la cabaña con la intención de tomarme un respiro y relajarme un poco. Al llegar al lago cogí un puñado de piedras y comencé a tirarlas, intentando que rebotaran unas cuantas veces antes de hundirse en el agua. Pasaron al menos cinco minutos cuando escuché a lo lejos la puerta de la cabaña cerrarse y seguidamente pisadas.

—¿A qué ha venido eso? —dijo su voz al posicionarse a mi lado.

Landon me miraba, a la espera de darle un respuesta.

—Nos preocupamos por ti.

—A veces demasiado.

—¿Acaso tú no? ¿Acaso tú no te pondrías como loca si a alguno le pasara algo?

Mi silencio habló por sí solo.

—No sé que te pasa, Natalie, pero sé que últimamente no has estado bien.

—No me pasa nada, creo que exageráis. 

—En los entrenamientos siempre te ponías una camiseta de tirantes, y ahora no eres capaz de quitarte esa de manga larga. ¿Por qué?

—Estoy más cómoda.

—¿Alguno de esos cavernícolas te ha hecho daño? Si es así no respondo a mis actos.

No pude evitar sonreír pese a lo que realmente me preocupaba.

—Sabes que ninguno de ellos me haría daño, al menos no intencionadamente.

—En eso llevas razón. Pero, ¿entonces?

Sus ojos me escanearon, querían encontrar en los míos la verdad, pero yo no podía dársela. Fue entonces cuando ambos escuchamos gritos que provenían de la cabaña. Corrimos hasta el lugar con un arma cada uno, y al entrar vimos lo que había causado todo aquel caos. Nesha se encontraba en  medio del pasillo, apuntando con un revolver a los niños, los cuales lloraban al notar toda aquella tensión y miedo. La explicación  de aquello eran los ojos blancos de mi amiga, la estaban volviendo a controlar.  

—¿Nesha? —inquirí, adentrándome en la cabaña muy lentamente.

—¿Nesha? —ella rio—. Nesha no se encuentra aquí en estos instantes. 

—Os dije que no iba a ser buena idea esto —comentó Reese—. No debería haberse quedado con nosotros.

—¿Por qué? —le preguntó Cole a la defensiva, quien se tapaba la nariz con la mano, evitando que esta sangrase. Ya preguntaría por aquello más tarde—. ¿Porque no era de los nuestros?

—No, por esto —dijo, mostrando lo evidente. 

Nesha estaba siendo controlada, lo más seguro es que fuera Agatha quien estuviese viendo a través de sus ojos. Estaba armada, tenía a los niños en la palma de su mano, y sentía que no sabía qué hacer en aquel momento. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.