El legado 2: Tinieblas

43. Ángel de la guarda

AMED

 

Estuve buscando a Hera un buen rato hasta que unos guardias me informaron de que no se encontraba en Snake. Desde la caída de Scorpion habíamos tenido que cambiar de hogar, incluso caminar por estos pasillos se me hacía extraño. Todo había cambiado. La Élite había dejado de existir. La ausencia de Nesha y de Coe se notaba en mi día a día. Incluso la de Natalie.

Llevaba esperando media hora en la sala de reuniones de Hera cuando las puertas se abrieron y esta, junto con Agatha, entraron acompañadas de un chico.

—De acuerdo, Jacob. Hablaremos en otro momento. Puedes retirarte.

El chico asintió y se fue en completo silencio.

—Te estaba buscando —dije, acercándome a ella.

—He estado un tanto ocupada.

Me fije en sus manos teñidas de sangre. Ella siguió mi mirada hasta allí.

—Oh, no me acordaba de esto.

—¿Dónde habéis ido?

—Ya te ha dicho tu madre que ha estado ocupada —respondió Agatha por Hera. Me obligué a no escupirle en la cara.

—Y yo le he preguntado a ella, no a ti.

Agatha entrecerró sus ojos. Llevaba años intentando aguantar su presencia, pero no siempre podía cumplir. Agatha, como mano derecha de Hera, parecía querer meterse siempre en asuntos que no eran suyos.

—Amed —Hera me miró, molesta—. No te he educado para que le hables así a ella. Agatha también te ha criado, ¿o es que acaso no lo recuerdas?

Me obligué a sonreír.

—Perdón.

Ambas se alejaron de mí. Comenzaron a hablar se otros asuntos, como si mi presencia allí no les importara en absoluto. Recordé entonces que llevaba bastante tiempo sin ver a Elaine, así que dije:

—Hace mucho que no veo a Elaine.

Las dos giraron sus cabezas hacia mí.

—Y no la volverás a ver —dijo Hera—. Ha demostrado ser lo que siempre intentó esconder. Es una traidora y una mestiza que ha osado reírse en mi cara y mentirme.

Mestiza. Yo también lo era.

—¿La habéis matado?

—¿Matarla? —Agatha soltó una risa seca—. Eso habría sido un castigo demasiado dulce. Elaine se merece un dolor fuerte, un dolor que le perfore el asqueroso corazón de ángel que le late en el pecho.

Entonces no, no la habían matado. A la mente me vino la imagen de un hombre con la que muchas veces la había visto. Decidí no preguntar más sobre eso, mi insistencia y mi curiosidad no les sería de su agrado. No debían verme interesado en ella. Pese a eso, lamenté lo que sea que le hubieran hecho. Siempre le había tenido a Elaine una especie de respeto que no había tenido con nadie más, ni con Hera ni con Agatha. Al fin y al cabo, Elaine era otro mártir más.

—Y ahora...¿puedes irte? Necesito hablar con Agatha a solas.

—Pero llevo media esperándote para hablar contigo.

—Entonces si llevas media hora, podrás esperar un poco más.

Ni siquiera me dejó hablar más, se dio la vuelta y comenzó a hablar con su mano derecha. La rabia me recorrió el cuerpo entero cuando salí de allí. En vez de ir a mi cuarto, bajé a la planta más baja donde se encontraban las celdas y seguí el camino hasta la que yo quería. La mata de pelo rubio alzó la cabeza cuando me escuchó acercarme. No dije nada por unos segundos, sólo analicé su rostro. No había podido dormir. Estaba algo sucio, sus manos estaban teñidas de sangre. Me había asegurado de que no estuviese herido.

—Eres un chico estúpido —solté. Él me miró con sorpresa—. No te das cuenta de la tontería que has cometido.

—Lo dices como si fuese mi culpa —por primera vez habló.

—¿Es que acaso no lo es? —ladeé la cabeza—. Natalie es inteligente, dudo que te haya dejado ir con ese grupo de incompetentes. ¿O acaso me equivoco? —no obtuve respuesta—. ¿Te ha dejado?

—Ni siquiera sabe que me fui.

¿Natalie no lo sabía? Genial, era peor de lo que creía.

—Entonces me equivocaba contigo, eres el doble de estúpido.

—¡Eh! —exclamó molesto, levantándose del suelo—. No sienta bien estar encerrado y que un tío te esté insultando como si fueras un inútil. Strich me dijo que donde íbamos habría una cura para Natalie, por eso fui.

—Así que Strich —sonreí al recordar a ese cabrón embustero.

—Sí —murmuró de mala gana—. Pero no había ninguna cura. Me mintió y yo le creí.

Lo observé con una curiosidad latente. Quizá había sido estúpido al creer en las palabras de un cualquiera, pero sin duda había sido valiente.

—Vais a matarme, ¿verdad?

—¿Por qué piensas eso?

—¿Aparte de porque soy vuestro enemigo? Supongo que mi relación con Natalie lo empeora todo.

El chico pensaba que iba a morir, y pese que parecía calmado, sabía que estaba muerto de miedo.

—No vas a morir.

—¿Por qué?

—Porque yo no voy a permitir que eso pase.

La confusión tiñó por completo sus facciones. Se acercó a los barrotes y me miró.

—¿Por qué parece que quieres ayudarme?

—Porque los niños en las guerras son intocables.

Rodó los ojos y golpeó su frente de una cómica manera contra los barrotes.

—Que no soy un niño.

—Además, se lo debo a Johnson.

Un rato más tarde, cuando le ofrecí agua y comida, decidí dejarlo otra vez solo. Que me sintiera bien hablando con un niño, en especial ese, confirmaba lo solo que estaba.

Estaba por entrar al comedor para cenar algo cuando Hera se interpuso en mi camino.

—Espero que seas rápido.

—¿Cómo?

—¿No tenías que hablar conmigo?

Y así era siempre, si querías algo, sería cuando ella quisiera. Pesé a que mi humor era pésimo, decidí enseñarle aquello que más nervioso me tenía. Sólo esperaba que fuera compasiva. La llevé hasta las celdas, en especial hasta la del niño.

—¿Qué es esto? —inquirió ella, observando al chico como si fuese un animal extraño.

—Estaba en la última misión a la que fuimos. Tal y como se nos dijo, fueron al punto y allí los masacramos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.