El legado 2: Tinieblas

44. Adiós

Narrador omnisciente 

 

 

 

Dos días después de que Natalie hablara con Adey, la impaciencia y el nerviosismo estalló entre los dos. A Adey le estaba suponiendo todo un rato encontrar a un grupo de brujas, debía buscar bien. Era algo arriesgado, pues si se encontraba con unas que realmente estuvieran de parte de Hera, entonces el plan habría fallado. 

Mientras tanto, Natalie se aferraba a la idea de que Alex estaría bien. Si no lo hacía iba a derrumbarse en cualquier momento. Sus entrenamientos habían acabado, su cuerpo ya no resistía más. Su estado físico era deplorable, y eso a ella la atormentaba. No le quedaba otra alternativa que sentarse a ver a los chicos entrenar y aconsejarles de vez en cuando. 

Sin embargo, todo este calvario, o al menos parte de él terminó cuando, al tercer día, el ángel de ojos grises le comunicó a Natalie que ya tenía preparado al grupo de brujas. Aquel día él apareció con cinco de ellas,  todas practicantes de la magia negra. Para hacer el ritual correspondiente el ángel, Elaine, Natalie y las brujas salieron de Fénix. Natalie no quería que ninguno de los chicos se enteraran. 

 —Les matarás del disgusto. Lo sabes, ¿no? —Adey la observó de reojo—. Vas a destrozarles. 

—Esto lo hago por ellos. Por Nesha y por Coe. Lo hago por esas miles de personas controladas. Lo hago por los niños. Por Axel. Lo hago por mi madre —respiró hondo—. Y lo hago por mí.

Adey sintió cada mención, cada palabra. No dejó de mirarla, ni a ella, ni a la tristeza que empezaba a aflorar en sus ojos.

—Gracias por mencionarme a mí también —ironizó, con la intención de cambiar aquel sentimiento—. ¿Sabes? Me siento un ser desdichado, tu amor, tu preocupación por mí casi me hacen ponerme a llorar. 

—No seas tonto —Natalie rodó los ojos.

—En realidad —comenzó diciendo el ángel—, me duele no ser parte de tu importante circulo. 

Las brujas y Elaine caminaban unos metros por delante de ellos. 

—Lo siento si no puedo considerarte como un amigo.

—Así que lo decías en serio. No somos amigos. 

—Somos dos extraños conocidos con intereses comunes. 

Adey sopesó sus palabras. Natalie tenía razón, no eran amigos, no de la forma correcta al menos. La importancia que había tenido ella en su vida se había basado en lo que significaba para el mundo entero. Adey la había conocido gracias a su trabajo, ¿pero lo demás? 

—Sin embargo —habló la pelinegra—, creo que en otra vida podríamos haber sido grandes amigos.

Adey sonrió, más feliz de lo que le habría gustado. Los ojos de Natalie le escrutaron, y entonces dijo él:

—Pues te esperaré en esa otra vida. 

Cuando las brujas eligieron el sitio idóneo, colocaron piedras en diferentes puntos con unos símbolos que para Natalie eran extraños, pero para Elaine no. Había estado presentes en tanto rituales de magia negra que inconscientemente su mente había grabado muchos de los símbolos que se solían usar. 

—Colócate en medio —ordenó la bruja más vieja.

Natalie obedeció, colocándose en el medio del círculo que entre las cinco habían creado. 

—¿Has estado presente en alguna situación donde se haya practicado la magia negra? —preguntó otra.

—¿Cuenta como válido haber sido hechizada por medio de magia negra?

—Depende. ¿Estuviste presente en el ritual?

—No.

—¿Sentiste al menos el dolor?

—Sí, sentí dolor cuando me apareció la mancha. 

—Bien, entonces hazte a la idea de que vas a pasar por un dolor mayor.

Eso Natalie no lo sabía, aunque tampoco le importó. Le daba igual cuál fuera el dolor, si tenía que sentirlo, que así fuera. Cuando otra bruja preguntó por el ancla, Elaine, que se hallaba apartada de las demás, todavía con las manos esposadas, se acercó. 

—Entonces cualquier persona podría haber hecho esto, ¿no? —inquirí—. Es más, ¿para qué tengo que ir hacia Agatha si puedo matarme aquí mismo y arrastrarla conmigo?

—En realidad no es así como funciona —dijo Elaine—. En primer lugar necesitas brujas poderosas. También un ancla, alguien que haya tenido algún tipo de relación o de contacto con esa persona. 

—Eso lo sé.

—Para lo que buscamos hacer, el primer daño físico te lo debe hacer la persona con la que has fusionado tu vida. Sino sería demasiado fácil. 

—Es decir, ¿que hasta que Agatha no me hiera o bien me mate, yo no podré matarla a ella?

Elaine asintió.

—Eso no lo sabía.

—Sino este tipo de cosas serían demasiado fáciles, y la magia negra es de todo excepto fácil. 

—¿Podemos comenzar ya? —preguntó la bruja más joven. 

Natalie y Elaine asintieron y Adey se alejó lo más posible. La magia negra le daba cierto respeto, por lo que no quería acercarse mucho. Mientras cuatro de las brujas cerraban los ojos, la más vieja entre ellas agarró la mano de Elaine. Las palabras en latín que comenzaron a pronunciar confundieron a Natalie. Sentía oscuridad y pesadez en esas palabras, y sobre todo mucho poder. 

De repente, los símbolos de las piedras comenzaron a brillar. Natalie observó a Adey a lo lejos. Sentía como si aquel poder que salía de cada bruja, aquel tan oscuro, se enroscara por sus extremidades, rodeando todo su cuerpo. Los cánticos sonaron cada vez más profundos y fuertes.

Cuando el primer estallido de dolor azotó a Natalie, sus piernas cedieron ante él y cayó al suelo. No fue tan fuerte, pero su cuerpo cada vez aguantaba menos el dolor, la mancha que se extendía por su cuerpo la hacía cada vez más débil. 

Soltó un gruñido cuando la piel de su clavícula se sintió escocer, como si miles de dagas se estuviesen clavando en ese mismo sitio. Los canticos retumbaban en su cabeza. El poder, que se sentía libre como el humo pero pesado como el hierro se enroscaba cada vez más en ella. 




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