El legado 2: Tinieblas

Epílogo

Cuando Natalie abrió los ojos, una intensa luz la cegó por unos segundos. Esa luz se fue aclarando conforme los volvió a abrir, mostrándole un sitio extrañamente conocido pero desconocido al mismo tiempo. Sus ojos divagaron por los columpios oxidados  y llenos de suciedad. Estaba en un parque, el sitio parecía estar abandonado. ¿Dónde estaba?

—Así que tú eres la gran Natalie Johnson —dijo una voz a sus espaldas que le erizó la piel. 

Natalie se giró, sus ojos se abrieron en una expresión de sorpresa. La sonrisa que formaron sus labios iluminó completamente su rostro. Sus piernas reaccionaron con prisa, ella quiso abrazarla, pero mucho antes de que pudiera tocarla, paró en seco. Volvió a analizar el espacio que la rodeaba. Luz. Paz. Silencio. 

—Estoy muerta, ¿verdad?

Frida le regaló una triste sonrisa.

—Eso parece. 

La expresión de Natalie decayó. Volvió a mirar el pequeño escenario en el que se hallaban, más allá de aquel parque no había nada, pero al mismo tiempo sentía que había todo un mundo que explorar. 

—Entonces tú...¿también estás muerta?

—Cariño, llevo mucho tiempo muerta.

Así que Adey tenía razón, ¿pero cómo?

—Pero yo te conocí. Me acogiste en tu cabaña y...

—Digamos que un ancla me ayudó en ese aspecto. 

—¿Un qué...?

Al lado de Frida, Natalie vio como un cuerpo aparecía. Fue como ver millones y millones de partículas de polvo juntarse hasta formar un perfecto cuerpo. El chico la analizó con detenimiento. Había visto a aquel hombre antes. Había visto antes aquellos ojos mieles, aquel pelo negro, aquella escasa barba que decoraba su mandíbula cuadrada y firme.

—Hay muchos tipos de anclas. Él es un ancla entre el mundo terrenal y este. Él fue quien me ayudó a dar contigo. Natalie —me sonrió—. Te presento a Shaid —pasó a mirar al chico—. Shaid Johnson. 

El cuerpo de Natalie se quedó rígido en cuando volvió a conectar sus ojos con los de él. Ambos idénticos. Shaid sonrió, dio un par de pasos hasta que se acercó a ella. Natalie no apartó su mirada de él mientras Shaid le agarraba la muñeca y observaba en ella la pulsera que la adornaba.

—Veo que la llevas puesta —musitó.

Pero Natalie seguía sin reaccionar. ¿Shaid era su padre? ¿Ese era el hombre del que su madre le había hablado?

—Estás muerto —fue lo único que pudo decir. No lograba procesar la información. 

Shaid soltó una risa, aquello hizo que unas curiosas arrugas aparecieran al lado de sus ojos. Natalie, al ver que él parecía no tener la intención de soltar su mano, la apartó. Los ojos verdes de Frida le sonrieron. 

—¿Por qué estoy en este lugar? —inquirió. No sabía cómo reaccionar. 

—No lo sé —respondió la anciana—. Este sitio lo has escogido tú. 

Natalie frunció el ceño. Ella no había escogido nada.

—Jamás he estado aquí.

—Eso es lo que tú crees —habló Shaid—. Cuando morimos, nuestras mentes eligen un sitio de comienzo. Suele ser un sitio que nos traiga buenos recuerdos, paz y tranquilidad.

Por mucho que Natalie observara aquellos columpios, aquel parque, no lograba saber su significado. Quizá pasó mucho tiempo allí cuando era pequeña. Sus dedos acariciaron el hierro oxidado de los columpios. 

—Me alegra verte bien  —dijo Frida, colocándose a su lado. 

—Frida, estoy muerta. No creo que estar bien sea lo que describa mi situación.

Pese a su comentario sarcástico, la anciana sonrió. 

—No me refiero a eso. Cuando te conocí eras una niña, sola y rota. Se veía en tus ojos todo el dolor. Así te conocí.

—Mataron a mi única familia.

—Lo sé. Pero ahora no te ves como aquella niña, Natalie —observó los ojos verdes de Frida—. Ahora te miro y sólo veo a una mujer. A la mujer que has luchado por ser durante todo este tiempo. 

Sus palabras le hicieron pensar. ¿Realmente era la mujer que Frida decía que era? Natalie había cambiado, evolucionado. Había pasado por muchas etapas, diferentes dolores, diferentes sensaciones. Se había roto y reconstruido tantas veces que ya había perdido la cuenta. 

—¿Sabes por qué chocamos en un principio tú y yo?

—¿Por qué?

—Porque somos iguales, con un carácter bastante bruto y con un corazón bastante frágil. 

Natalie sonrió. Ser parecida a Frida era algo que le gustaba, veía a la anciana como una persona fuerte y valiente. 

—Frida —Shaid carraspeó—. Debemos irnos ya. 

Natalie y Frida se giraron hacia él justo en el momento en el que una fuerte e intensa luz blanca aparecía en su campo de visión. Natalie vio como una gigantesca puerta comenzaba a formarse de la nada. Al otro lado no vio más que luz. 

—¿Qué es eso?

—Esa puerta conduce a lo que todos llaman cielo —respondió.

—¿No estoy en el cielo?

Él negó.

—Estás en la fina línea que separa ambos mundos. 

—¿Por qué? Yo morí.

—Y estás muerta, pero tu alma todavía no ha abandonado el mundo terrenal. 

Natalie cerró sus ojos y apretó sus sienes. Estaba confundida.

—¿Qué significa eso? —observó a ambos. Frida y Shaid se miraron entre si—. ¿Puedo volver?

—Sólo si así lo deseas con todo tu ser —dijo Frida—. Es tu decisión escoger. ¿Qué quieres hacer, Natalie?

¿Que qué quería hacer? Ni siquiera ella lo sabía del todo. Observó la puerta, la intensa luz que salía de ella. Pensó en qué pasaría si cruzaba. ¿Vería a su madre? ¿A Ámbar? ¿A Cloe? ¿Aquella sensación de paz que la rodeaba continuaría junto a ella si cruzaba?

Ella quería que las cosas dejaran de doler. Había pasado por mucho, por incontables dolores, por pérdidas. Sin embargo, una parte de ella no quería esa luz que parecía aliviar todos los dolores. Natalie quería sentir. 

—¿A qué precio? ¿Cuál es el precio de volver?

Shaid sonrió.

—Eso tendrás que descubrirlo tú misma. Sólo recuerda de quién eres hija. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.