El legado 3: El resplandor

1. Entre desconocidos

Mis ojos escanearon a los siete chicos que tenía al rededor. No tenía ni idea de quiénes eran pero por cómo me miraban, intuí que sabían algo de mí. Cuando uno de ellos se acercó a mí, todas mis alarmas saltaron.

—Natalie —sus brazos rodearon mi cuerpo, tensándolo más de lo que ya estaba—. No sabes lo que ha sido para mí. Cuando me dijeron que quizá tú...Que podrías volver...

No le di tiempo a terminar. Me removí agobiada y lo empujé por el pecho lejos de mí. El chico tenía el pelo castaño, despeinado. La barba de pocos días lo hacía lucir más mayor de lo que al parecer era.

—¿Estás bien? —sus ojos verdes me escrutaron con una extraña preocupación. 

—Nolan —un chico de cabello castaño más oscuro y ojos del mismo color se acercó a él—. Acaba de volver, debe estar confundida. 

¿Acababa de volver? ¿De dónde había vuelto? ¿Dónde me había ido?

—¿Confundida de qué? —inquirí. ¿Por qué no entendía nada de lo que estaba pasando? —. ¿Dónde estoy?

—Estás en Fénix —respondió el primer chico. 

¿Fénix? ¿Qué era Fénix? Por mucho que pensé en aquella palabra, nada se me venía a la cabeza, sólo un intenso dolor de cabeza.  ¿Y por qué esos siete chicos no dejaban de mirarme de aquella forma? Los analicé a todos, hasta que vi como el más joven buscaba acercarse a mí. Sin embargo, mucho antes de que se acercase demasiado, una mano lo paró. A su lado, el chico pelinegro que lo había detenido me observaba de una forma que hizo que mis piernas temblasen. Su manera de mirarme era distante, neutral, pero sus ojos grises... enseñaban algo muy diferente.

—Espera —le dijo al rubio.

—¿Qué haces?

—Natalie —dijo el pelinegro—. ¿Cómo se llama este chico rubio?

Dirigí mi mirada al más joven. Su pregunta me puso nerviosa por qué no tenía ni idea de quién era él, ni de quiénes eran ellos. ¿Por qué no sabía dónde estaba? ¿Ni por qué estaba allí? ¿Qué había pasado?

—No sé cómo se llama —dije finalmente. Me levanté de mi cama, haciendo fuerza, sentía mis piernas dormidas—. No os conozco a ninguno de vosotros.

La mayoría de rostros sonrientes cambiaron su expresión. 

—¿Tampoco sabes mi nombre?

Volví a mirar al pelinegro. 

—¿Debería saberlo?

No pasé por alto el silencio incómodo que se creó, ni las miradas que todos se lanzaron entre sí. ¿Es que acaso debía conocerlos?

El chico castaño, el que segundos antes me había abrazado, dio un paso hacia mí tan bruscamente que tuve que echarme hacia atrás, chocando contra la pared. Había elevado la mano hacia mí, y se había quedado así, congelado, con la mano suspendida en el aire, como si quisiera agarrarme y acercarme a él. 

—¿Por qué te alejas?

—Apártate de mí —pedí desesperada por que no me tocara. 

—Natalie, soy Nolan —su voz estaba teñida de dolor—. Soy tu hermano.

—No te conozco de nada.

—Te estoy diciendo que soy tu hermano —mi pecho subía y bajaba. 

—Apártate —supliqué.

—Natalie...

—¡Quiero que te alejes! —exclamé. 

No supe por qué mis manos comenzaron a temblar, pero sentía que la situación me estaba superando. Acababa de despertar en un sitio que no conocía, rodeada de siete chicos que tampoco conocía, pero que se suponía que debía conocer. ¿De qué? ¿Y por qué sentía mi mente en blanco? ¿Por qué no podía pensar en nada?

La puerta de la habitación de abrió y un octavo chico entró por ella. Su cabello era castaño, decorado por unos rizos. Sus ojos grises brillaron en cuanto me vieron.

—Natalie.

—Dile a este chico que se aleje de mí. 

Sus ojos grises dieron con el supuesto Nolan.

—¿Quieres que Nolan se aleje de ti? —frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Quiero que todos vosotros os alejéis y que me digáis por qué mierdas no recuerdo nada.

Aquello hizo que algo en el rostro del chico cambiara. Su forma de mirarme me incomodó, era demasiado intensa. 

—¿No sabes quién soy?

No respondí, estaba demasiado agobiada en aquella habitación como para hacerlo. El pelinegro de antes respondió por mí:

—Dice que no sabe quiénes somos. 

La mandíbula del chico de los rizos castaños se tensó. Y no supe por qué me hizo sentir como un cervatillo.

—Nolan, aléjate de ella.

—Es mi hermana, Adey.

—Pero no tiene ni puta idea de quién eres tú. ¿No ves que la estás asustando?

Los hombros de Nolan se hundieron y, finalmente, pude respirar cuando se alejó de mí. 

—¿Por qué dice que no nos recuerda? —inquirió el más joven. 

—Pérdida de memoria —respondió un chico pelirrojo. 

—Eso suena jodido —murmuró con el ceño fruncido otro pelinegro.

El chico que si no recordaba mal habían dicho que se llamaba Adey, caminó lentamente hacia mí. Yo me mantuve pegada a la pared en todo momento. Cuando quedó delante de mí, me tendió su mano.

—¿Puedo?

Algo dudosa, le di mi mano. Cuando vi como con la otra sacaba un cuchillo, quise apartarla, pero me agarró con fuerza. Comencé a hiperventilar. 

—¿Qué estás haciendo?

Obtuve como respuesta un leve corte en la palma de mi mano y junto a ello, un gemido de dolor. Apenas me duró el escozor de la herida, porque segundos más tarde, la piel volvió a juntarse y la herida despareció. 

—¿Es lo que creo que es? —dijo una voz que no había escuchado antes—. ¿Es un ángel?

—Así es, James —respondió el chico, soltando mi mano—. Ahora Natalie es inmortal. 

Todos esos pares de ojos, esos chicos, toda la atención. No me sentía ni cómoda ni segura, y mucho menos con la forma de mirarme que tenía el pelinegro de los ojos grises. 

—Es decir, tenías razón —dijo un chico rubio—. Ha podido volver sólo porque tenía sangre de ángel en sus venas.

—No estaba seguro de si eso le permitiría volver, pero ya veo que sí. 

Y yo seguía allí, parada frente a ocho chicos. Me sentía perdida. 



#8231 en Fantasía
#18736 en Novela romántica

En el texto hay: profecia, magia, ellegado

Editado: 07.03.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.