El legado 3: El resplandor

3. Un deber desconocido

NATALIE

 

Adey colocó mis brazos bien, lo suficientemente tensos como para que sufriera con aquello. Me dio un suave golpe en la espalda para que también mejorará mi postura.

—Esto es una tortura —gimoteé.

—Pero es necesaria.

—¿Desde cuándo las torturas son necesarias?

—Desde que esas torturas pueden ayudar a salvarte la vida. Baja el arco.

Tal y como me dijo, bajé el arco y relajé mi cuerpo. Fue todo un alivio.

—Bien. Otra vez. Tú sola.

—Adey...—supliqué.

—Otra vez —repitió serio.

A regañadientes, volví a elevar el arco. Me coloqué apuntando a la diana que había a unos diez metros de distancia.

—Los dedos, Natalie. Cierra los dedos con los que coges el arco, si los abres la flecha te hará daño.

—¿Por eso se utiliza esta especie de guante de cuero? —pregunté, colocando mis dedos mejor.

—Exacto. Mis arqueros siempre están preparados, siempre los verás con lo necesario. Es muy difícil saber en qué situación deberemos usar el arco, por eso debes acostumbrarte también a hacerlo sin nada que te proteja.

Yo asentí.

—Coloca bien los pies. Sí, así, muy bien. ¿Ves la pluma de esta flecha que es de un color diferente? Sirve para diferenciarla y para colocarla hacia el otro lado, donde no pueda chocar con el arco a la hora de disparar. Así, bien, colócala bien. Perfecto.

Adey se posicionó a mi lado, observándome con total atención. Mientras tanto, yo intentaba que el temblor de mis brazos no se notara.

—Tener esto en tensión cuesta, ¿sabes?

—Así te entrenas al mismo tiempo. Todos son ventajas.

Tidis sin vintijis.

—Tienes un anclaje natural, me gusta.

—¿Un qué?

—La forma de tensar el arco, de colocar, de apuntar. Es natural, lo dejas fluir. Me gusta.

—Menos mal, por fin hago algo bueno.

Su expresión seria, por fin, después de la media hora que llevábamos ahí, flaqueó.

—No soy tan malo contigo.

—Un tanto estricto.

—Sólo quiero enseñarte —hizo un movimiento con la barbilla hacia la diana—. Dispara.

Inflé el pecho, subí el mentón y tras apuntar bien, disparé la flecha. Volví a relajar mis brazos después de eso.

—No está mal.

Observé la flecha incrustada en la zona roja de la diana, la más cercana al centro.

—Una vez me dijiste que el arco se le daba realmente bien a Ámbar —dijo una segunda voz a nuestras espaldas. Tras una semana después de mi despertar, ya me era fácil distinguir sus voces sin tener que mirarlos—. Me habría gustado ver su habilidad con él.

—¿Ámbar? —me giré hacia James—. No había escuchado ese nombre. 

—Ámbar y Cloe fueron tu familia durante la mayoría de años de tu vida.

—¿Por qué fueron? ¿No son...?

—Ellas murieron hace un año.

Murieron.

Dos pérdidas más. Vi un extraño sentimiento en los ojos de James que me fue totalmente desconocido.

—Os dejo a solas —murmuró Adey antes de irse.

—¿Cómo murieron? —dije, acercándome al rubio.

—Asesinadas. Elaine las mandó matar en cuanto os escapasteis de la central. ¿Recuerdas ese lugar donde te hemos dicho que creciste? ¿El lugar donde se te entrenó? Ellas convivieron junto a ti todos esos años.

No sé por qué motivo me invadió una pequeña chispa de rabia. Sólo de pensar lo que según ellos había pasado en aquel lugar, me hizo sentirme enfadada y apenada por dos chicas que ni siquiera conocía.

—¿Y qué es de esa tal Elaine?

—Estate tranquila, se está pudriendo en las mazmorras. 

¿En las mazmorras? Hacía una semana que no había vuelto allí abajo pese a que mi curiosidad no me pedía más que volver a hablar con aquellos dos que decían conocerme. ¿Sería aquella mujer aquella tal Elaine?

—¿Tenía el pelo blanco?

Con esa pregunta los ojos de James se iluminaron.

—Sí, ¿la recuerdas?

No, pensé.

—Algo recuerdo —mentí en un murmuro, mi cabeza sólo divagaba en bajar a hablar con aquella mujer.

—¿En serio? ¡Eso es fantástico! —James se acercó a mí, me agarró de los hombros y me abrazó. Fue tan repentino que no me dio tiempo a reaccionar—. ¡Ya verás qué contentos se van a poner los chicos!

El resto de la mañana seguí con mi entrenamiento junto a Adey. Según él no iba por mal camino si seguía entrenando así, a esta misma intensidad. Incluso dijo que quizá, pronto podría entrenar con Nesha y los demás chicos. Para mi sorpresa, no me desilusionó la idea, quizá era porque en aquella semana me había ido acostumbrando a la presencia de estos por todas partes.

—Una pregunta, Adey —el ángel me miró—. ¿Tú y yo cómo nos conocimos?

Sus labios se abrieron y cerraron un par de veces, cual pez fuera del agua.

—¿Adey? —dije, frunciendo el ceño a la espera de su respuesta—. ¿Cómo nos conocimos?

Me cedió el paso para que entrara antes al edificio, él me siguió.

—Hacemos una carrera —dijo entonces—. Si llegas tú antes al comedor, te diré cómo nos conocimos. Y si llego yo antes, entonces podré seguir disfrutando de tu preciosa curiosidad. ¿Qué te parece?

Algo me decía que ahí había trampa. Sin embargo, mi lado competitivo sonrió de lado.

—Soy rápida.

—No lo dudo —su sonrisa fue igual o incluso más grande—. Te dejo que des tú la señal.

Nos preparamos el uno junto al otro. Comencé la cuenta atrás.

...3...

...2...

...1...

En cuanto di la señal, ambos iniciamos la carrera por lados distintos. Intentando no chocar con nadie, mis piernas se ponían de acuerdo con mi cerebro, que marcaba por qué pasillos debería ir. Fui rápida, más de lo que pensé, pero no lo suficiente. Cuando llegué a las puertas del comedor, me encontré al ángel apoyado en una de las paredes, mordiendo una manzana.

—Por fin.

—¿Cómo? —inquirí, apoyándome en las rodillas.



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En el texto hay: profecia, magia, ellegado

Editado: 07.03.2022

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