El legado 3: El resplandor

7. Deseos inalcanzables

NATALIE

 

Llevaba media hora en la habitación de Adey, donde Owen descansaba todavía. Había decidido quedarme junto a él hasta que despertara. Sentía que si se despertaba sólo en aquel lugar enloquecería, y más después de haberle dormido sin previo aviso.

Contra más lo observaba, más ansiosa me sentía por que me explicara todo acerca de la relación que tuvimos. Tenía curiosidad por saber cómo fue, por conocerlo a él, a nosotros. Quería saber qué cosas de él me habían atraído tanto para poder llegar a amarlo.

Me apoyé en el gran ventanal de la habitación, sintiendo el calor de los grandes rayos de sol que atravesaban el cristal. Unas sombras curiosas que vi reflejarse en el suelo de la habitación me obligaron a mirar al otro lado del cristal, donde unas exóticas mariposas azules revoloteaban. Sonreí ante la hermosura de sus alas y de ese color tan atrayente. Me habría gustado fotografiarlas.

De repente escuché una clase de jadeo, y tal como aparecieron, se fueron. Me moví rápidamente hacia Owen. Sus ojos estaban abiertos, mirando a todos los lados de la habitación. Cuando me vio allí, delante de él, pareció relajarse sólo un poco.

—¿Me han sedado?

Mi expresión fue tan fácil de descifrar que no hizo falta que le respondiera. Se levantó con rabia, como si quisiera matar a alguien. Reaccioné con rapidez, colocándome delante de él

—Para —dije colocando una mano en su pecho.

—¿Así hacen las cosas aquí? ¿Sedando a la gente? ¿Quién narices se ha creído ese tío?

No dije nada, me mantuve callada, esperaba a que así, al no darle más cuerda, se fuera relajando.

—¿Por qué parece no molestarte lo que han hecho?

—Ha sido por seguridad —expliqué con total calma.

—¿Seguridad?

—Podrías haber creado un incendio.

Sus facciones cambiaron en un abrir y cerrar de ojos. Owen se apartó de mí, negando con la cabeza.

—¿Por qué dices tú también eso de mí? ¿Es que os habéis vuelto locos?

—Owen, Adey nos ha dicho que quemaste tu casa.

Me miró como si estuviera loca.

—¿Es que no ves el disparate que estás diciendo? ¿Por qué iba a querer quemar mi casa? Ya le he dicho a ese loco...

—Owen, a las personas como tú, como nosotros, nos afectan los sentimientos intensos y las sensaciones abrumadoras.

—¿A las personas como nosotros? —sabía que no entendía nada, y no sabía qué hacer para hacerle comprender que él era mucho más de lo que pensaba—. ¿Qué estás diciendo, Nora?

Tragué saliva.

—No me llamo Nora.

—¿Pero qué estás diciendo?

—Me llamo Natalie.

Se quedó en completo silencio, analizándome de una forma que hizo querer encogerme. Dio un paso hacia mí, y acercando su mano, alzó mi rostro y lo acunó con su cálido tacto.

—¿Qué te han hecho? —preguntó en un tono de voz suave como el terciopelo—. ¿Cómo habéis parado todos en este lugar? ¿Os han hecho algo esa secta de locos?

—No, Owen.

Pero por su forma de mirarme, parecía no creerme.

—No debí haberme ido de Mynster.

—¿Qué?

—No debí haberme alejado de ti. No hubo día que no lo pasara pensando en ti, Nora. Me he estado arrepintiendo todo este tiempo de no haberme quedado. Ha sido el mayor error de mi vida.

Con su pulgar acarició mi mejilla mientras sus ojos se veían cada vez más brillantes. Su forma de mirarme...No, aquello no podía ser. Con suma delicadeza, rechacé aquel tacto que me ofreció.

—Lo siento —murmuré al ver el dolor en su mirada—. Pero no te recuerdo del todo, Owen.

—¿No me recuerdas? —frunció el ceño—. ¿A qué te refieres?

—A que no soy la chica que conociste hace un año.

Antes de que ninguno de los dos dijera algo más, la puerta de la habitación de Adey se abrió, dando paso al ángel.

—¿Has dormido bien? —inquirió serio, pero con la mirada jocosa.

—Tú...—Owen lo señaló con el dedo—. Voy a llamar a la policía y haré que toda esta panda de locos os vayáis donde merecéis.

Adey no pudo evitar sonreír.

—Adelante.

Owen no se lo pensó dos veces. Con la mirada embravecida, hurgó en los bolsillos de sus pantalones sin dar con lo que buscaba.

—¿Qué...? ¿Y mi móvil?

—Ah. ¿Ese cacharro molesto? No lo vas a necesitar aquí dentro.

—Devuélveme mi móvil —ordenó, dando un peligroso paso hacia Adey.

El castaño, sin embargo, ni se inmutó. No cambió ni su expresión, ni su postura. 

—Hace un día me rogabas por ayuda.

—Hace un día no sabía ni lo que decía —espetó.

—¿Estás seguro? Porque recuerdo muy bien que estabas en aquel local con aquella panda de...

—Eran amigos —siseó Owen tenso.

—Amigos —repitió Adey—. Ya. Una forma curiosa de etiquetarlos.

—¿Qué quieres de mí?

—Me pediste ayuda. ¿Lo recuerdas? Lo que pasó en tu casa no fue un accidente, y tú mismo me lo dijiste. Me contaste aterrorizado que el fuego salió de tus manos y no pudiste controlarlo.

—Estaba borracho, no sabía ni lo que decía.

—¿Sólo borracho?

Al instante en el que Adey dijo eso miré a Owen, quien no tuvo el suficiente valor y apartó la mirada, avergonzado.

—Lo que viste no fue una alucinación, y por eso estás aquí. 

—Estáis locos. ¿Cómo pretendéis que me crea que...lancé fuego por mis manos? —su forma de preguntarlo fue como si el simple hecho de pensar en eso ya fuera todo un disparate.

Adey me miró, requería de mi ayuda para hacerle entrar en razón. Yo miré a Owen.

—¿En serio, Nora? ¿Tú también le crees?

—Te he dicho que no me llamo Nora.

No sabía cuántas veces le había dicho ya que aquel no era mi hombre, pero aquella vez, sin duda, con la presencia de Adey fue la que peor reacción tuvo. Decidido, caminó con las manos hechas puños hacia el castaño.

—Como le hayas tocado o hecho daño, voy a matarte.



#8223 en Fantasía
#18704 en Novela romántica

En el texto hay: profecia, magia, ellegado

Editado: 07.03.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.