El legado 3: El resplandor

12. Un milagro

NATALIE

 

Llevábamos una semana metidos en la mansión. Una semana larga y agotadora. Por las mañanas, Elaine venía para mis entrenamientos, los cuales no tuvieron ninguna mejora visible, y eso me enfurecía a mí misma. Las tardes las utilizábamos para buscar el dichoso libro, cuatro de los chicos me acompañaban mientras otros tres se quedaban con Nesha, Coe y Amed, quiénes no sabían el porqué de nuestras salidas. Pese a todos nuestros esfuerzos, no encontramos nada. Era como buscar una aguja en un pajar.

Aquella tarde llegamos antes a casa, todos cansados, pues los chicos debían prepararse para la luna llena. Me dejé caer en mi cama, boca abajo, para seguidamente soltar un gruñido. Las voces de los chicos sonaban tras la puerta, hasta que de un momento a otro sentí que subían de volumen, como si alguien hubiese abierto la puerta. Y efectivamente. Jaden me miraba desde el umbral con una diminuta sonrisa.

—No te veo muy contenta.

—Déjame, Jaden —murmuré de mala gana.

Pero él no me hizo caso. Entró y cerró la puerta.

—Lo encontraremos —me animó, acercándose a mi cama.

No dije nada, sólo observé como se sentaba en el suelo, al lado del bordillo de la cama donde me hallaba tumbada. Me analizó, todavía curvando un poco una de sus comisuras.

—Estoy siendo inútil en todo —dije.

—Yo no opino lo mismo.

—Pues opinas mal. No logro avanzar con Elaine, no encuentro el dichoso...—solté un bufido—. ¿Siempre he sido tan sumamente inútil?

—No, pero cabezona sí.

Rodé los ojos. Todavía tumbada, con mi parte derecha del rostro apoyada en el colchón, no aparté la mirada de los ojos grises de Jaden.

—¿Tú vas a ir? Ya sabes...

—Iré yendo y viniendo, para vigilarlos.

Despegué mi pecho del colchón y me apoyé en mi brazo derecho. Nesha, Coe y Amed, al menos que nosotros no lo supiéramos, no sabían nada acerca del secreto de Jaden.

—Pero van a dudar.

—No tiene por qué.

—Pero...

Jaden entrecerró sus ojos.

—Si quieres encerrarme en una jaula por el resto de la noche sólo tienes que decírmelo. 

No pude evitar soltar una carcajada ante su inesperado comentario. Escuchamos Nolan llamar a Jaden, así que se levantó al instante.

—Alguien les tiene que cerrar las celdas —dijo él—. No tardaré en volver.

Tras escuchar como las voces de los chicos desaparecían, me quedé un rato más tirada en mi cama. Estaba desanimada, pensando e intentando entender cómo demonios íbamos a encontrar ese maldito libro. Era la única cosa que me había pedido Adey y ni siquiera podía ayudarle.

Cuando sentí mi estómago rugir de hambre, decidí despegarme de mi cama y bajar al salón. Sólo me encontré a Coe sentado en el sillón, viendo la televisión.

—¿Dónde están Nesha y Amed?

Pendiente de la película, señaló con su dedo índice hacia el techo, refiriéndose a que estaban en el piso superior. Preferí esperar a que bajaran, así que, tras coger algo para quitarme un poco el hambre, me senté en el otro sillón vacío. Durante aquella larga semana apenas había pasado tiempo con Nesha, y eso era algo que me entristecía un poco. Éramos las únicas mujeres de la casa, de vez en cuando estaba bien hacernos compañía.

Tras un rato, los escuché bajar por las escaleras hasta que aparecieron en el salón. Nesha se fue directa a la cocina, mientras que Amed, con una bolsa de sangre en la mano, se sentó al lado de Coe. Ni siquiera me miró, se mantuvo con la vista fija en la pantalla de la televisión. Por la tensión de sus facciones no parecía contento. 

Cuando Nesha se acercó, me regaló una sutil sonrisa antes de sentarse a mi lado. Subió sus pies al sillón y abrazó sus rodillas. Mis ojos se fijaron por unos segundos en sus manos temblorosas, hasta que las escondió.

—¿Estás bien? —cuestioné, preocupada.

—¿Qué?

—Te tiemblan las manos.

—No es nada —su sonrisa no me supo dulce—. Sólo tengo un poco de frío.

No sé por qué miré a Amed, como si este pudiera corroborar la verdad en las palabras de Nesha. Pero no me miró. Sus ojos ahora se mantenían negros mientras bebía de la bolsa de sangre. 

—¿Quieres que te traiga una manta?

Tardó unos segundos pero finalmente asintió. Todavía no me había familiarizado mucho con las estancias de la casa, así que me costó unos minutos encontrar alguna manta para Nesha. Cuando bajé, me hallé con un ambiente en tensión. En cuanto entré al salón, Amed, que hablaba algo tenso con Nesha, se sentó. No disimuló muy bien la furia de sus ojos.

—¿Va todo bien? —pregunté, acercándome con cautela a Nesha.

—Sí —murmuró ella, cogiendo la manta.

—No —espetó Amed—. No va todo bien, Nesha.

—¿Quieres callarte?

—¿Que me calle? —volvió a levantarse, parecía alterado—. ¿Quieres que haga como que no te está utilizando para su beneficio?

—¡Que no me está utilizando! —exclamó Nesha, con los ojos brillantes de lágrimas.

—¡Todos los hombres son así! ¡Y como a él se le ocurra tocarte un solo pelo...!

Coe se levantó, harto de los gritos, y empujó a Amed por el pecho, haciendo que volviera a sentarse. El pelinegro le dedicó una mirada no muy amistosa, pero la de Coe no se quedó atrás.

—No estoy entendiendo nada de lo que está pasando —dije, alternando mi mirada entre los hermanos y Amed.

—Olvídalo —dijo Nesha—. Ya sabes que a Amed le encanta ser el centro de atención de todo.

El comentario pareció herir el ego del susodicho, porque se echó hacia delante, apoyando uno de sus codos en la rodilla y apuntando con el dedo índice de su otra mano a la castaña.

—Como se acerque a ti lo mato —le advirtió.

—¿Puedes dejar de ser un cabrón? —estalló Nesha, sus lágrimas empezaban a surcar sus mejillas—. No eres quien para amenazarme ni para decidir sobre mi vida.



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En el texto hay: profecia, magia, ellegado

Editado: 07.03.2022

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