El legado 3: El resplandor

15. Miedo

JADEN

 

Sentía mi cuerpo paralizado. Aunque quise pedirle a Natalie que no se fuera, no lo hice. No podía pedirle en ese momento algo así después de lo que acababa de pasar. No estaba en posición de rogarle.

Me obligué a bloquear aquel recuerdo que ella misma acababa de devolverme. No quería revivirlo, pensarlo, ni siquiera visualizarlo. Mis manos temblaban cuando las cerré en puños a cada lado de mi cuerpo. Sentía que si seguía martirizándome de aquella manera, con aquellos pensamientos tan negativos y crueles, empezaría marearme en algún momento u otro.

—¿Qué acaba de pasar, Jaden?

Reese ahora estaba enfrente de mí, con sus pozos azules preocupados. Esperaba una respuesta por mi parte, pero yo no podía dársela.

—Jaden —hacía mucho que no se le veía tan serio—. Dime que lo que Natalie ha dicho no es del todo verdad, al menos.

Su respuesta vino en forma de una fría lágrima que se resbaló por mi mejilla. Reese negó, como si no creyera que yo, su hermanastro, pudiese hacerle algo así a ella.

—Eso no es verdad —dijo—. Tú jamás le harías eso. Tú la amas.

El sonido del ruidoso viento acompañó sus palabras. Los demás comenzaron a pasar por nuestro lado, alejándose hacia la casa. La mayoría me echaron un vistazo antes de seguir su trayecto, lejos de mí. Reese parecía no querer dejarme solo. Una vez más volví a compararnos a ambos. Al chico de las malas decisiones y de las acciones crueles, y al chico que siempre buscaba dar su hombro de apoyo.

A ojos de todos éramos como dos gotas de agua. Pero a mis ojos éramos realmente diferentes.

—Jaden.

Colocó su mano en mi nuca, para mirarme, pero yo se la aparté al instante.

—No.

—No lo hagas una vez más, Jaden —su mirada era intensa y profunda—. No te alejes.

—¿Que no me aleje? Te haría un gran favor si realmente me alejara de tu vida.

—No digas eso.

—¿Que no diga eso? —inquirí con una confusión molesta—. ¿Cómo quieres que no diga eso después de lo que ahora todo el mundo sabe?

Reese cerró los ojos por unos segundos, rogando paciencia.

—Tienes miedo, Jaden.

No quería seguir escuchándolo. Miré la mansión, y tras apenas pensármelo, me di la vuelta y comencé a alejarme.

—¿Adónde mierdas vas, Jaden?

Caminó a mi mismo paso hasta colocarse a mi lado.

—Déjame en paz, Reese.

—Detente y hablemos.

—No quiero hablar.

El nudo de mi garganta era demasiado doloroso. Aquel molesto picor de nariz, tras mucho tiempo, volvió a acudir a mí. Iba a estallar. Quería estallar. Sólo, como siempre. Porque el que siempre había sido mi hogar, en ese mismo instante no lo parecía.

Visto que no iba a parar cuando me adentré en el bosque, Reese se hartó y me agarró con brusquedad del brazo.

—¡Déjame en paz, Reese! —bramé, con los ojos llorosos. La presión en el pecho me robó la aspiración por unos segundos—. ¡Deja de insistir y lárgate!

—Sabes perfectamente que no me voy a ir —intentó decir de la manera más calmada posible.

—Ese es tu problema, que nunca te vas —le señalé—. Ya pueden estar pisoteándote, que nunca dejarás a nadie de lado, y eso te va a joder en momentos como este. Porque no quiero verte ni quiero escucharte —dije en un tono de clara advertencia—. Quiero que te largues y que me dejes solo.

Esperé. Cinco segundos. Tal vez diez. Él no se movió de su sitio.

—¿Crees que voy a mirarte de reojo e irme como han hecho los demás? Jaden, soy tu maldito hermano, no voy a hacer eso. No voy a juzgar algo que no sé cómo fue.

—¿Eso es lo que quieres? ¿Que te lo explique? —Reese tragó saliva, con algo de temor—. ¿Qué quieres que te explique exactamente? ¿Cómo la acorralé contra un acantilado? ¿O la parte en la que quité el seguro del arma?

—Jaden.

—¿Prefieres la parte en la que le disparé y la dejé caer? ¡Dime! —exclamé—. ¡¿Prefieres esa parte!?

Mi respiración estaba acelerada, rellenando el silencio entre nosotros. La mirada de Reese no se transformó en la de horror que esperé, sino que me miró con dolor.

—No hagas eso —le espeté—. No me mires cómo si fuera la víctima de esto.

—Sé que hubo algo más. Tú jamás harías algo así sin explicación.

Las palabras que lucharon por salir se atascaron en mi garganta. Mucho antes de que lo impidiera, lo dije.

—Maté a mi propio padre. ¿Qué te hace pensar que no la mataría a ella?

Tal y como supuse, la expresión de Reese cambió radicalmente. Dio un paso hacia atrás, mirándome como si yo fuera un desconocido.

—¿Qué estás diciendo? —apenas fue un hilo de voz.

Comencé a caminar hacia atrás.

—Por mucho que te esfuerces en ver lo contrario, no soy alguien bueno, Reese.

Con la seguridad de que no me seguiría, le di la espalda y seguí mi camino, lejos de casa. Me alejé lo suficiente como para, a sabiendas que mi voz se perdería en el bosque, soltar un grito que me rasgó la garganta. Me agarré el pelo con violencia, causándome dolor, pero sin importarme.

El llanto que comenzó a controlar mi cuerpo me hizo temblar y sentirme el niño que fui antes de que mi vida cambiara en un abrir y cerrar de ojos. Caí de rodillas al suelo, dejándome llevar por las lágrimas y el descontrol que me atizaban. Me tomé la libertad de llorar y de gritar todo lo que pude hasta que mi garganta no dio más de sí.

Cuando sentí que me quedaba sin lágrimas y que mis ojos no podían soportar el picor de estas, me levanté y, tras llegar a la trampilla que llevaba a las jaulas que utilizaban los chicos para la luna llena, seguí caminando hasta volver a la escena del casi crimen.

Me paré en seco cuando vi la piedra y recreé la escena en mi mente, imaginando a una Natalie un año más pequeña ante mí, con sus ojos fijos en mi pistola. Me sentí parte del recuerdo por un momento, pensando en todo lo que me había llevado a intentar matarla.



#8224 en Fantasía
#18708 en Novela romántica

En el texto hay: profecia, magia, ellegado

Editado: 07.03.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.