El legado 3: El resplandor

17. Miedo al destino

AMED

 

En cuanto un grupo médico se ocupó de curar las heridas de Adams y de asegurarse de que estaba bien, ellos volvieron a Mynster. Por mi parte, yo me quedé un rato más rondando por el nuevo edificio de Fénix que ahora usaba Adey como morada.

Acompañé a Elaine en silencio a una de las salas de armamento para guardar todo lo que todavía tenía equipado. Mover cada uno de mis músculos me parecía una tortura, sentía todo mi cuerpo dolorido. Elaine se desequipaba sus cosas con movimientos ágiles y rápidos, como si nadie le hubiese rozado ni golpeado.

—Te noto fatal —dijo sin mirarme.

—No es nada del otro mundo —dije, formando una mueca.

Entonces sus ojos grises me miraron de reojo, escaneándome.

—Hera te ha dejado una buena marca en el cuello.

No me había dado tiempo a mirar mi aspecto después de lo sucedido, pero estaba claro que tendría varias marcas.

—Al menos todo ha salido mejor de lo planeado.

Elaine asintió levemente.

—Si Hera hubiese terminado el ritual, no sólo nos enfrentaríamos a una de las brujas más poderosas, sino que lo haríamos con miles de bajas.

—Ella también habría sufrido bajas —dije, quitándome la última arma del cinturón y colocándola sobre la mesa—. Tiene incontables licántropos en su bando, aunque cada vez menos.

Se dio la vuelta hacia mí, mirándome esta vez con confusión.

—¿Cómo lo sabes si nadie te lo ha dicho?

Sonreí con egocentrismo.

—Siempre se me ha dado bien enterarme de las cosas por mí mismo. ¿Por qué te crees que Hera me mandaba a las bases donde más sublevaciones parecía haber? Era como su perro rastreador. Yo observaba, analizaba y escuchaba. Y después le mandaba la información de todo lo que sabía.

—¿Desde hace cuánto que lo sabes?

—Sospechaba que algo tenía Adams, algo diferente. Pero lo sé desde hace no mucho.

—Y sin embargo nunca le dijiste nada a Hera de sus sospechas.

Me quedé en silencio, sin negar ni afirmar nada. Por algo que desconocía nunca quise hablarle sobre lo que sospechaba de Jaden. Por muy mal que me llevara con él y Natalie comencé a pensar en cada una de mis decisiones mucho antes de hacerlas. Y al parecer acerté al no contar nada.

Cuando nos deshicimos de todo salimos de la sala. Se me hacía difícil no rememorar todo lo ocurrido y la gran noticia que todos habrían sabido ya. Natalie había recordado.

—Tus entrenamientos le han servido de mucho —Elaine supo al instante de quién le hablaba.

—Todavía debe perfeccionar lo aprendido.

Rodé los ojos. Como siempre, a Elaine le costaba felicitar los logros de las personas.

—Admite que ninguno de nosotros teníamos nada que hacer contra Hera. Natalie ha estado impecable.

—Lo sé.

—Lo sabes pero no confiabas en ella.

Esta vez una de sus comisuras se curvó un poco, y sus ojos brillaron con cierta diversión.

—¿Eso crees?

—¿Acaso no fue eso lo que le dijiste? —cuestioné, enarcando una ceja.

—Johnson funciona de otra forma. Necesita que alguien le rete y que le diga que no puede hacer algo para que le demuestre lo contrario. Es algo triste pero necesita ser pisoteada para demostrar que se puede levantar y hacer grandes cosas. Así funciona ella —por un momento, vi la sonrisa de una mujer que estaba orgullosa—. Yo me encargo de arrinconarla, de retarla, de infravalolarla en muchas ocasiones, de llevarla al límite.

—Suena algo cruel.

—Lo sé, pero así ha sido siempre. A veces ha cedido y se ha rendido, pero no tarda en volver a intentarlo. Ella es así. Es más, tú también actúas de la misma manera. Hera hacía lo mismo contigo.

El sabor amargo subió por mi garganta. Por mucho que mi fe ciega me hubiese nublado la mente, sabía que nunca había legado a querer a Hera como una verdadera madre. La idolatré, la vi durante mucho tiempo como un ser superior a mí a quien le debía devolver un gran y valioso favor. Ella trabajó en mí, en hacerme poderoso como ella, y por eso sentía que le debía ser fiel.

Pero ella nunca me quiso. Me usó.

Elaine me llevó a una sala que desconocía. Caminó hacia un mueble y hurgó en este mientras yo husmeaba por los diferentes mueves, llenos de botellas de vino y licores.

—¿Sabes? Tu madre fue una mujer excepcional.

Sus palabras tuvieron el poder suficiente de hacerme titubear cuando quise decir algo pero no me salieron las palabras. Sabía que no se estaba refiriendo a Hera.

—¿Cómo dices?

Sacó dos vasos y los llenó de vino. Me tendió uno.

—Me sentaría bien un poco de sangre en vez de vino —dije, olisqueándolo.

—Cállate y bebe, Amed.

Elaine se paseó por la sala como si fuese sólo suya. Era una característica que tenía, a veces parecía la reina de todo, mostrándose firme y segura.

—¿Nunca has querido saber nada de tu madre?

—Yo no tengo madre —dije con simpleza y seguidamente probé el vino.

—Pero una mujer te trajo a la vida, ¿nunca has querido saber nada de ella?

Me mantuve dubitativo, rememorando recuerdos de niño.

—Hera me dijo que mi madre no fue más que una fulana. No me dejó saber nada de ella, cada vez que quise preguntarle se mostraba ofendida.

—Te manipulaba psicológicamente.

—Lo sé —dije moviendo el vaso, y con ello el vino—. Ahora lo sé.

Elaine bebió un gran tragó de su vaso. Sus labios quedaron levemente teñidos de un suave color rojo que pronto limpió con su lengua.

—Yo la conocí. Era una mujer fuerte y decidida. Era de las mejores de Scorpion, allá donde iba siempre se notaba su presencia.

—Pero murió —quise dejar claro.

—Quedarse embarazada de ti nunca estuvo dentro de sus planes, Amed.

—Así que encima soy un error —reí, con cierta gracia—. Esto se vuelve cada vez más divertido.

—Y nunca mejor dicho.



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En el texto hay: profecia, magia, ellegado

Editado: 07.03.2022

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