El legado 3: El resplandor

20. Los besos, la forma más bonita de decir las cosas

JADEN

 

Otra vez la misma pesadilla. Otra vez el mismo temblor. Y otra vez el mismo miedo.

Me erguí en la cama y me quedé sentado en el bordillo. Mi corazón latía tanto que tenía la sensación de que se saldría de mi pecho. Me pasé una mano por el pelo y seguidamente miré sobre mi hombro para confirmar que Natalie seguía durmiendo a mi lado.

Viva.

Estaba viva.

Solté un suspiro de alivio. Me mantuve en aquella posición durante minutos, necesitaba que mis pensamientos se alejaran todo lo posible de aquella pesadilla. Volví a mirarla, ahora más tranquilo, pero con el mismo miedo.

—Joder —murmuré con la voz ronca.

Escuché como se removía en su sitio, quizá cambiando de posición. Me tensé cuando escuché su voz.

—¿Jaden?

No me giré.

—Duérmete.

—¿Estás bien? —agradecí escuchar su voz un día más, pero mi miedo creció cuando la pesadilla que acababa de tener se sacudió en mi cabeza.

—Sí —respondí secamente—. Duérmete, Natalie.

Sus dedos acariciaron mi brazo y no pude hacer otra cosa más que levantarme. Sin siquiera mirarla supe que mi reacción la confundió.

—¿Jaden?

—Duérmete, por favor.

—Pero…

—Ahora vuelvo.

Cogí las llaves y salí de nuestra habitación sin darle tiempo a volver a hablar. Caminé tan lejos como pude de ella hasta llegar al vestíbulo. Allí me quedé parado, pensativo. Me dejé caer en un sillón de espera bajo la atenta mirada de algunas personas que tenían la guardia de noche.

Siempre había sido un chico desconfiado, y lo reconocía. Incluso con Reese empecé con mala pata, evitando cualquier contacto con él, pero como era de esperar, su forma de ser y todo lo que hizo por mí terminó haciendo que él fuera, después de tanto tiempo, la primera persona con la que me sentí seguro.

Con Helen fue parecido. Ella siempre fue amable conmigo, siempre quiso ayudarme pese a mis constantes palabras cortantes y a mi indiferencia. Le costó, pero finalmente logró hacerme sentir parte de su vida. Ella fue como una madre.

Con los chicos fue algo diferente. Poco a poco me acostumbré a sus gritos, a sus discusiones tontas y a sus bromas, así que puedo decir que les cogí cariño mucho antes de sentir que podía confiar en ellos. Pese a eso, pese a que sintiera que tenía su confianza, nunca me mostré abierto respecto a mi vida. Pero no era culpa suya, sino mía.

Y por último…Por último estaba Natalie. Me había jodido desde el primer momento en que la vi con sus amigas saliendo de casa, no sabía por qué, pero su presencia nunca me supo de agrado. Pero allí estaba ella, siempre dónde menos quería y hablando más de la cuenta. Desconfié de ella hasta tal punto que…

No.

Negué con la cabeza cuando aquel recuerdo se incrustó en mi cabeza.

Pero a pesar de la mucha confianza que me había transmitido y a lo poco que parecía soportarla, todo terminó cambiando. Y de un momento a otro, había pasado a sentir por ella todo lo contrario. No había persona en la que más confianza tuviera que ella. Era un sentimiento algo extraño para mí, pero ahí estaba.

Aún así había cosas que estaban fuera de mi alcance, y es que aunque confiara en ella, siempre estaba el miedo. Porque la conocía, y sabía las muchas cosas que ella estaba dispuesta hacer. Y es que la última locura que hizo, me rompió y me enfureció al mismo tiempo, sólo que todavía no habíamos hablado de ello.

No quería echarle en cara mi miedo por perderla, porque no era culpa suya. Muy en el fondo sabía que no me podía enfadar con ella, pero aún así… Aún así estaba molesto y aterrado a partes iguales. Me volvería loco si ella volviese a cometer una gran estupidez que la pusiese en peligro.

Volví al cuarto pasada una hora y me tumbé en la cama con todo el sigilo que pude. Me coloqué de lado pese a que mi mano picara por tocarla y acercarla a mí. Ella estaba de lado también pero mirando al lado contrario, y aunque no pude ver bien su rostro debido a la oscuridad, supe que seguía despierta.

 

 

(...)

 

 

Aquella mañana me desperté mucho antes que Natalie. Apenas pude dormir. Mis pensamientos no me dejaron descansar en ningún momento.

Cuando bajé al vestíbulo visualicé a Amed observando desde la entrada el exterior. A su lado un grupo de chicos hacían lo mismo. El frío que acarició mi piel mucho antes de acercarme hizo que supiera a qué se debía tantas miradas.

—Ha nevado —dije más para mí mismo.

—Bravo, Adams. Eres un genio. ¿Has pensado alguna vez en ser meteorólogo?

Apreté mi mandíbula cuando escuché a Amed, pero no dije nada más.

—No quieren entrenar fuera —dijo al rato.

—Puedo llegar a comprenderlos.

—No me extrañaría —comentó con aquel tono de superioridad—. La nieve no tendría que serles un impedimento. ¿Hace frío? La guerra no entiende de temperaturas, uno tiene que saber defenderse sea dónde sea, con el frío que haya.

—Pero esto no es la guerra. Estamos en un maldito hotel rural. No es el fin del mundo —palmeé su hombro.

Amed miró mi mano y después a mí. Curvé una pequeña sonrisa antes de apartar la mano. Él se sacudió el hombro como si le hubiese manchado.

—Sé de alguien que no va a dudar en salir allí afuera —dije. Me di la vuelta y sentí a Amed siguiéndome.

—¿El pelirrojo?

—Landon. Sí. Le chifla la nieve.

Elegimos nuestro respectivo desayuno y nos sentamos en una mesa, el uno frente al otro. Quizá si se mantenía con la boca cerrada y con su prepotencia escondida podría soportarlo.

—Es muy raro que estés aquí sin Johnson.

No le di importancia a su comentario, ni a su mirada curiosa.

—Déjame adivinar. ¿Problemas en el paraíso? —su sonrisa burlona activó mi mal humor.



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En el texto hay: profecia, magia, ellegado

Editado: 07.03.2022

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