El legado: A oscuras

Prólogo

Unos golpes en los barrotes me hicieron despertar de mi agradable sueño. 
Soñaba con la blanca nieve. Con el primer día que vi los pequeños copos caer del cielo, y aunque desde ese día ya habían pasado muchos años, ese recuerdo seguía intacto en mi mente. Y lo echaba de menos.

Abrí los ojos y me incorporé para ver al guardia que me escrutaba con la mirada. Volvió a golpear los barrotes pero esta vez más fuerte, a lo que yo respondí gruñendo. Él sonrió. 

—¿Tanta gracia te hace? —escupí.

—Deja de hablar y vístete. Tus compañeras ya han ido a entrenar. 

—¿Y no nos vais a dar de comer?

—Cuando os lo ganéis, así que espabila, porque llevas una semana pésima.

Me levanté de la cama y me puse tras la gruesa tela para que no me mirara mientras me cambiaba. Cuando estuve lista me coloqué de espaldas a los barrotes y llevé mis muñecas a la espalda. El guardia abrió la celda y me puso las esposas. Salimos de allí y caminamos por los infinitos pasillos hasta una gran puerta de metal. El guardia colocó su mano en un escáner y la puerta se abrió dando paso a una gigantesca sala. Me quitó las esposas y se aseguró de que llevara el chip en el cuello. Cuando dio el visto bueno salió de la sala y las puertas se cerraron. 

Observé a los cinco guardias que se encontraban allí para vigilarnos a mi y a mis compañeras. 

Sin mirar a nadie caminé a hasta una pequeña sala de cristal y puse la huella de mi mano en el escáner para abrir la puerta. Tras entrar la cerré y cogí una pistola. El entrenamiento en esta sala (la número 3), se basaba en entrenar nuestra puntería, y eso estaba haciendo. 

Comencé a disparar una y otra vez, con la mala suerte de que no le daba en el centro. 

—Joder. 

Dejé la pistola y salí del pequeño cubículo de cristal, encontrándome de frente con mis compañeras. 

—Parece que no aciertas ni una —dijo la pelirroja.

—Supongo que sólo tengo un mal día.

Las esquivé para evitar hablar con ellas pero una me puso su mano en mi hombro, cosa que me hizo parar en seco.

—Yo también llevaba un mal día cuando me pegaste aquella paliza, ¿recuerdas? 

Mi cuerpo se tenso y cuando me di la vuelta todo pasó a cámara lenta.

Ámbar, la pelirroja, dirigió su puño hacia mí pero fui más rápida y lo esquivé, y hubiese seguido en pie si Cloe no me hubiera tirado al suelo. Caí de espaldas y mi visión se nubló durante unos segundos. Un guardia se acercó rápidamente para intentar separarnos pero Cloe le pegó una patada en la entrepierna y le hizo caer al suelo. Me intenté levantar pero Ámbar me golpeó en la cara. La primera vez dolió, y luego vinieron más golpes pero menos dolorosos. Su rabia era incalculable. Los demás guardias corrieron hacia nosotras para separarnos pero ellas fueron más rápidas. Cloe se impulsó y rodeó el cuello de uno de los guardias con sus piernas, para finalizar con un movimiento seco rompiéndole así el cuello al hombre. Ámbar aprovechó y cogió la pistola del cuerpo que yacía en el suelo y sonrió con malicia a los guardias. Con cuatro disparos en la cabeza terminó con todos. Todo esto había pasado en menos de diez segundos. 

Sentí un dolor en el cuello, o mejor dicho, lo sentimos todas. Las descargas eléctricas que impulsaba el chip ya no servían para pararnos, pues después de años una se acostumbra a este dolor. 

Me levanté, cogí un arma de uno de los guardias y disparé a las teclas y al escáner de la puerta haciendo que empezará a salir humo.

—Pues parece que no es un mal día, ¿Verdad chicas? —ambas sonrieron. 

En cuanto la alarma comenzó a sonar nuestras sonrisas desaparecieron y nos miramos las unas a las otras.

—Esta bien chicas, este es nuestro día —comenzó a decir Ámbar—. Es nuestra gran oportunidad para ser libres. 

Cloe asintió emocionada y yo sonreí. Corrimos hacia los cubículos de cristal y puse las manos para que ambas saltarán. Cuando ya estuvieron en el techo escuchamos los gritos de los guardias que se encontraban en el pasillo. Estaban intentando derribar la puerta. 

—¡Corre! —gritó Cloe.

Rápidamente disparé a las cuatro cámaras de vigilancia que había en la sala haciendolas añicos, antes de apuntar a mi objetivo: un cuadro. Dispare pero no pasó nada.

Vamos...

Al segundo disparo el cuadro se movió como si se tratara de la portada de un libro, pero no se cayó.

Sonreí y en ese momento los guardias volvieron a golpear la puerta. 

—¡Vamos, la van a derribar! —gritó Ámbar angustiada. 

Corrí hacia el cubículo de cristal y me prepare para subir. Mis amigas me ofrecieron sus manos. Cogí aire y me impulsé hasta agarrarlas. Ya en el techo apuntamos al cristal que el cuadro había estado ocultando. Era un conducto de ventilación, y estaba a unos seis metros de distancia, en la pared. Cloe apuntó y disparó para romper el cristal pero no lo consiguió.

—Mierda, antibalas —susurró. 

Ámbar empezó a disparar a el mismo punto junto con Cloe hasta que el cristal terminó cayendo al suelo. Nos quedamos mirando el conducto preparadas para saltar.

—Recordad —las miré— somos especiales.

Sonrieron y se prepararon para saltar. Cloe fue la primera, se agarró al suelo del conducto y se metió dentro. Después hizo lo mismo Ámbar y por último yo. 
Cerramos el conducto tapándolo con el cuadro y suspiramos cansadas. En ese instante escuchamos la puerta caer.

—¡No están! —gritaron varios guardias a la vez.

—Debemos seguir —ordené con voz firme.

Fuimos gateando por los conductos a ciegas, guiándonos por el olor y los sonidos del exterior. Después de unos minutos vimos una intensa luz al final del conducto. Cloe golpeó con fuerza las barras para finalmente romperla. 

—No me lo puedo creer —susurró Ámbar.

Vimos el sol, y el cielo azul. Los rayos de este nos cegaron por lo que tuvimos que pestañear unas cuantas veces hasta acostumbrarnos. A lo lejos vimos la nada extenderse por el horizonte. Se escuchaba el cantar de los pájaros como una hermosa sinfonía. Era agradable, tranquilizante. 



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En el texto hay: adolescentes, hombre lobo, brujas

Editado: 15.05.2021

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