El legado: A oscuras

Capítulo 6

No sé cuánto tiempo llevaba allí, acariciando el rostro pálido de Cloe y agarrando la mano de Ámbar. No sé si mi llanto se podía escuchar más allá del bosque. En aquel momento no sabía absolutamente nada.

Mis perezosas lágrimas huían de mis ojos lagrimosos. Mi pecho empezó escociendo, luego pasó a doler de una manera cruel y finalmente, comenzó a arder descontroladamente. Cada vez se me dificultaba más el respirar, las bocanadas de aire que debía coger eran cada vez más grandes, más pesadas, más dolorosas.

En un momento, no sé cuál, puse a Ámbar y a Cloe sentadas, con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Sus cabezas caían derrotadas hacia delante. Las miré de pie, a un metro de distancia de sus cuerpos.

Ellas no se merecían eso, no después del infierno que pasaron. Se merecían ser libres y felices, ser dueñas de su propia vida. Se merecían vivir en vez de sobrevivir. Ellas no se merecían el infierno creado por Elaine.

Respira

No se merecían ser esclavas de los deseos de Elaine.

Respira, mantén la calma

No merecían sufrir. No merecían llorar. No merecían perder su infancia. No merecían pagar las injusticias ni los caprichos de Elaine.

Elaine

Elaine

Elaine

A la mierda mi calma. En un arrebato de ira vi mi puño clavado en el tronco del árbol, no sentí dolor, pero tampoco sentí paz. Mi puño impactó una segunda vez contra la corteza, incluso una tercera vez, cada vez más fuerte. Perdí la cuenta de las veces que golpeaba el árbol cuando mis nudillos comenzaron a sangrar. Sólo cuando descubrí que el dolor del pecho no se me iría ni se disiparía golpeando algo, me rendí y me dejé caer al suelo. Me arrastré hasta el tronco más cercano y me apoyé en él. 

Las volví a mirar, con más dolor. Lo único que podía hacer era pensar en sus sonrisas, en los momentos más felices que habíamos vivido juntas, en sus ojos llenos de vida Todos aquellos momentos llenaron mi mente de diversos colores hasta que volví a la realidad y las vi allí, a tan sólo unos metros, llenas de sangre y heridas.

Sí, debía afrontarlo. Mis únicas amigas habían muerto.

Me levanté sin fuerzas y caminé lentamente hacia sus cuerpos. Me dejé caer débil al suelo y sollocé. 

Estaban muertas. ¿Habían dejado de existir? ¿Qué pasa cuándo mueres? ¿Te reduces a polvo o la vida te espera en algún otro lado del universo? ¿Estarían ellas allí, mirándome? 

—Perdón —negué con la cabeza—, sé sé que podía haber hecho algo —limpié mis lágrimas—. Quizá, si hubiese estado más atenta podría haber hecho algo útil. Pero ahora por mi culpa estáisestáis 

Antes de que terminara la frase escuché una rama ser pisada. Me giré hacia el lado de donde provenía el ruido y achiné mis ojos. ¿Qué había sido eso? Me levanté cuidadosamente y miré a lo lejos, pero no había absolutamente nadie. Agudicé mi oído haciendo así que escuchara unas pisadas que se acercaban justo por detrás mía. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca me giré de golpe y dirigí mi puño hacia la persona que había aparecido en el bosque. Para mi sorpresa, una mujer mayor se hayaba a unos centímetros de distancia. Sus ojos verdes me observaron con curiosidad desde una altura un poco más baja que la mía. 

Lo único raro que no encajaba en aquella situación era mi puño suspendido en el aire, a unos centímetros del rostro de la señora, como si una fuerza invisible me retuviera. 

—¿Quién diablos es usted? 

Su ceño se frunció mientras me seguía observando detenidamente. Su cabeza giró y miró los cuerpos inertes de mis amigas, mi cuerpo se tensó. Volvió a mirarme y suspiró. 

—Lo siento. 

Sus disculpas me confundieron y me hicieron bajar la guardia. De repente, aquella fuerza invisible que había parado mi puño segundos atrás desapareció, y mi cuerpo cayó al suelo. 

—Debemos llevarnos los cuerpos. 

La señora se dirigió hacia los cuerpos de mis amigas. Espera, ¿qué pretendía? 

A trompicones logré levantarme y caminé hacia ella. Cuando la fui a agarrar de la muñeca para pararla, una sensación abrasadora me quemó. 

—¡Mierda! 

Se giró lentamente y me asesinó con la mirada. 

—¿No te ha quedado lo suficientemente claro el tema de las distancias, jovencita? —enarcó una ceja y colocó su mano en la cadera, en una postura retadora. 

Soplé mi mano y la agité en el aire. 

Como ardía 

—No sé quién carajos es usted, o mejor dicho, qué. 

La señora me miró con sus ojos verdes unos segundos, sin ningún tipo de expresión, hasta que su boca se curvó un poco formando una sonrisa. 

—Lo mismo debería decirte a ti. 

Fruncí el ceño. 

¿Ella sabía lo que era? No, imposible. ¿Y si pensaba que era una asesina? 

—Sé que no eres una asesina —dijo como si me hubiese leído la mente. 

Un momento, y si

—¿Usted me ha le? —mi pregunta se vio interrumpida por su voz. 

—¿Y si sacamos estos cuerpos de aquí y después respondo a las preguntas que tú quieras? —dijo agarrando a Cloe. 

Me quedé estática por un momento, pensando en si eso era lo mejor en aquel momento, pero cuando vi por millonésima vez a mis amigas muertas pensé que no tenía nada más que perder. 

Ya no me quedaba nada.


 


Abrió la puerta de madera dándome unas vistas de su pequeña casa. Era una cabaña de madera, pequeña y humilde. En cuanto puse un pie dentro, el suelo crujió bajo mis pies. Tenía todo perfectamente ordenado, cosa que era difícil porque tenía un montón de trastos. Nada más entrar, a la derecha tenía la cocina, pequeña pero acogedora. Ese quizá era el sitio que menos tratos tenía. En frente, a unos pasos de distancia, había tres puertas en las cuales desconocía lo que podría encontrar ya que se encontraban cerradas. Y a mi izquierda estaba el pequeño salón. Un sofá, una mesa pequeña y una enorme estantería eran las únicas cosas que llenaban aquella zona. La estantería estaba llena de libros de todos los tipos: libros finos, libros gordos, libros pequeños, libros grandes e incluso gigantescos, y lo único que los hacía iguales a todos era el hecho de que tenían toda la pinta de ser viejos. 



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En el texto hay: adolescentes, hombre lobo, brujas

Editado: 15.05.2021

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