El legado: A oscuras

Capítulo 7

—¿Sabes lo que soy? 

—Por supuesto que sé lo que eres —rió—, que diera contigo en el bosque no fue una casualidad, yo te estaba buscando. 

¿Me estaba buscando? Que yo sepa, los únicos que me estaban buscando en esos momentos eran los hombres de Elaine. A no ser que...

—Yo no formo parte del bando de Elaine. 

Fruncí el ceño. 

—¿Me acabas de leer la mente? 

—¡Gritas mucho! Debes acallar las vocecitas —dijo dando un leve golpecito con su dedo en mi frente—, o en algún futuro te traerán problemas. 

Arrugué la nariz. 

—Está bien, ¿pero por qué me estabas buscando? ¿Acaso me conoces? 

Me miró dudosa. Seguramente estaba pensando si sería lo mejor decírmelo o callarselo. Al final habló. 

—No, no te conozco. Te buscaba porque le estaba haciendo un favor a un viejo amigo —sonrió. 

—¿A un viejo amigo? ¿Quién? ¿Lo conozco? 

—Lo siento jovencita, pero no puedo decirte más. Con el tiempo irás descubriendo muchas cosas, sólo necesitas paciencia. 

Paciencia. Había tenido paciencia durante toda mi vida. Paciencia para salir de aquel sitio, e incluso paciencia para vivir. 

—Esta bien —dije—. Tú sabes lo que soy, pero yo no sé qué eres tú. 

—¿Qué crees que soy, Natalie? 

Me quedé en silencio, pensando. Estaba claro que no era de mi especie. Horas atrás había parado mi mano en el aire, me había quemado, me había leído la mente, me había estampado contra una pared y había puesto y quitado un muro de ladrillos por arte de magia. 

Magia. 

—Eres ¿Eres magia? 

No sabía que estaba diciendo, ni siquiera sabía qué era eso. ¿La magia podía ser una persona? Su risa me dio a entender que acababa de decir una estupidez. 

—La magia no es una persona, o Quizá puede que sí —sonrió de medio lado, con cierto brillo en los ojos. 

—¿No es una persona pero sí que lo puede ser? 

—Cuando sea la hora lo entenderás. 

Se levantó tranquilamente del sillón y empezó a caminar por el salón. 

—Tú, por ejemplo, estás compuesta de magia al igual que yo, sólo que en mi caso yo puedo manipularla. 

—¿Qué? 

Sonrió divertida a la vez que abría la palma de su mano. En ella apareció el capullo de una flor, el cual flotaba sin ningún tipo de dificultad. A pesar de todo lo que había hecho anteriormente, me levanté atónita. La flor se abrió, dándonos la bienvenida. Era violeta, y tan hermosa que parecía hasta poderosa. 

—¿Te gusta? —me miró. 

Asentí mientras me acercaba y la tocaba. Era suave. 

—Esta flor no existía, hasta ahora —la miré. Ella siguió hablando—. He creado esta flor pensando en ti. Es

como si fueras tú, sólo que en forma de flor. 

Ella esperaba a que dijera algo. Su mirada divertida había pasado a ser tierna. Fije mi vista en la flor. 

—Gracias —susurré, y mis labios se torcieron en una patosa y débil sonrisa.

—Antes de seguir contándote cosas voy a hacer una cosa —empezó a explicar—, voy a darte la flor. 

—¿Me vas a dar la flor? —alcé las cejas. 

No estaba en mi mejor momento como para cuidar una flor. 

—Tú sólo debes quedarte quieta un momento, ¿vale? —asentí con la cabeza un poco confusa—. Y cierra los ojos. 

Antes de cerrarlos vi su mirada verde muy cerca de mi rostro. Puso su mano derecha en mi frente y, de repente, pude ver la flor una milésima de segundo. Abrí los ojos asustada. 

—Debes cuidar la flor, vigila que esté bien. Si alguna vez la ves mal significará que se ha creado una cuenta atrás. 

No entendí del todo lo que me dijo, y tampoco quise saberlo. Cada palabra que salía de su boca estaba impregnada de misterio. 

—Y ahora...

Pasó por al lado mío y se acercó a la puerta que daba al pequeño cuarto donde yacían mis amigas. 

—...no te asustes, sólo confía en mí. 

Confía en mí... 

¿Podía confiar en ella? ¿Podía confiar en alguien? 

Con cierto temor me puse a su lado, miré su mano que agarraba el pomo y después la miré a ella. Asentí. Abrió la puerta y, para mi sorpresa, una habitación llena de vidrios con líquidos y muchos más libros nos dio la bienvenida. 

Me paseé mirando todo aquello con lo que me encontraba. Había una mesa gigantesca con un montón de libros abiertos por aquí y por allá. Estaba un poco desordenado, y entre todo ese desorden pude apreciar cierta belleza. 

—Resumiendo todo este caos; soy una hechicera.

Mi boca formó una o. Era magnífico lo que Frida podía hacer, era mágico. 

Sacudí levemente mi cabeza para despejar mis pensamientos. 

—No sabía de la existencia de tu especie. 

—Así que Elaine te habla de tu especie pero no de las especies primas... Bastante habitual en ella. 

—¿Especies primas? 

Me iba a estallar la cabeza, no podía con tantos nombres raros, con tantas especies y con tantos misterios. 

—Verás, el comienzo de todo esto se sitúa hace cientos de años atrás, en una aldea. Para aquel entonces sólo existían las brujas —en cuanto vio mi cara de desconcierto lo aclaró—, las brujas son algo así como los hechiceros. En aquella aldea vivían cuatro grandes y poderosas familias; una de ellas era la de las brujas —a paso lento se acercó a mí—. Hubo un tiempo en el que se empezó a hablar de un poder desconocido, lo que llamamos magia, tres de esas familias culparon a la cuarta, la de las brujas. La cuarta familia negó rotundamente el poder del que hablaban, pero las otras familias no la creyeron. Los hombres de cada familia se reunieron para tramar algo, y a la noche siguiente apareció el cadáver de una niña a orillas del río que pasaba cerca de la aldea. La habían matado aplastandole la cabeza con una roca del tamaño de su cabeza. Los padres de la niña avisaron a toda la familia, y con el odio, el rencor y la sed de venganza que sintieron, hicieron un hechizo de magia negra que requería una gran cantidad de magia y poder. Maldijeron a las tres familias con los peores castigos; a una la convirtieron en licántropos, bestias que se entregaban en cuerpo y alma cada noche de luna llena, a la segunda familia les concedieron la inmortalidad y la desaparición con el paso de los años de la humanidad, y a la tercera les hizo esclavos de la sangre humana. 



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En el texto hay: adolescentes, hombre lobo, brujas

Editado: 15.05.2021

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