El legado: A oscuras

Capítulo 8

Hubo una temporada en la central, en la que estuve sin ver a Cloe y a Ámbar, todo formó parte del plan que nos ayudó a escapar. Aquellos días en los que no pude tener ningún tipo de contacto con ellas fueron los más largos de mi vida, pero lo único que me mantuvo cuerda fue saber que todo eso serviría para, en un futuro, escapar y estar con ellas todo el tiempo posible. Sin embargo, todo cambió cuando supe que no las iba a volver a ver.

Llevaba viviendo con Frida aproximadamente tres semanas. Los días eran —para mí— tristes y sin vida. Pasaba todo el tiempo con Frida, cosa que me ayudaba a conocerla más. Me había prohibido salir por si a Elaine se le ocurría mandarme otro aviso, cosa con la que estaba completamente de acuerdo, no me quejaba. Todos los días, desde que me levantaba hasta que me acostaba en el aquel colchón tan cómodo, solían cambiar. Los primeros días me los pasé en el cuarto, sin ganas de ver a nadie, estuve sola conmigo misma. Los siguientes días empecé a volver a hablar con Frida, está me enseñó algunos trucos más y algún libro de magia. Los días en aquella cabaña eran casi sedentarios, yo estaba acostumbrada a una rutina llena de ejercicios físicos, sin embargo,vivir allí era igual a no moverse casi nada. A la segunda semana empecé con unos insignificantes ejercicios para matar el tiempo; las flexiones, sentadillas y abdominales se convirtieron en mis mejores amigas. E incluso cuando me despertaba a las siete de la mañana mi energía era la suficiente como para dar vueltas a la caseta corriendo, por lo menos hasta las ocho. Fue a la tercera semana cuando empecé a agradecer la ayuda de Frida y quise acercarme más a ella. Cuando me habló de su vida me fue imposible dejar de escucharla. 

Al parecer, Frida no era lo que aparentaba. No era una anciana de unos sesenta años con un alto nivel en la manipulación de la magia, no era lo que yo me había imaginado. Frida había nacido en el año mil novecientos dos, lo que quería decir que tenía nada más y nada menos que ciento diecisiete años. 

—Pero... eso es imposible —había dicho atónita. 

—Lo dice una licántropo —dijo con cierta diversión. Yo seguía con la boca abierta de par en par sin creermelo—. Anda hija, cierra la boca que te van a entrar moscas —la cerré al instante. 

Cuando le pregunté cómo podía seguir viva después de ciento diecisiete años y, además, aparentar sesenta, me contó lo que significaba ser una hechicera. Al parecer, cien años después de lo ocurrido con las familias de aquella aldea, hubo una bruja que estaba en contra de todo aquello, y como no coincidía con el pensamiento de las demás, pasó a llamarse hechicera. Un día, aquella hechicera hizo un conjuro, el cual produciría el nacimiento de una nueva hechicera cada cien años, la cual o el cual seguiría con su legado, es decir, acabar con la guerra de ambas especies y llevarlas a una paz conjunta. 

—Pero no lo has conseguido —le había dicho, interrumpiendo su historia. 

—Lo sé, por eso cada cien años nace una nueva oportunidad con el fin de que esa sea la definitiva. 

—Frida —me miró—. ¿Crees que terminará pronto? 

Dio un gran suspiro. Colocó su mano en mi hombro y me miró a los ojos. 

—Creo que terminará cuando tenga que terminar. 

Las hechiceras nacían con el poder de hacer magia —entre eso, podían tener diferentes dones— Frida me había dicho que podía ver algún fragmento del pasado, presente y futuro. Además, podían vivir mucho tiempo y envejecían a un ritmo más lento. Según lo que me había contado, las hechiceras para mí eran los seres más puros. Después de todo lo que me contó me picó la curiosidad de saber cómo fue su vida, así que le pregunté. Al parecer Frida habría sido una humana si no fuese porque nació como la siguiente hechicera. Cuando tenía más o menos mi edad un hombre la introdujo en aquel mundo que ella desconocía y le contó cuál era su legado. El hombre llamado Axel fue el último hechicero que nació hasta que llegó ella. Este le habló sobre la historia de las tres familias y le ayudó con su magia. Mientras Frida crecía apenas tenía tiempo de hacer amigos o conocer chicos, pero cuando se unió a una manada de licántropos para crear un plan, se enamoró locamente. Pasaron los años perfeccionando el plan y antes de atacar quiso confesarle su amor a Rachel, pero por miedo no lo hizo. A Frida le dio un vuelco al corazón cuando escaparon de las brujas tras el ataque, toda la manada había muerto, excepto Rachel. Frida la había salvado. Después de eso no se andó con rodeos y le declaró su amor, el cual fue correspondido. A pesar de todo lo que le había enseñado aquel hombre y de cuál debía ser su camino, decidió dejar todo de lado y empezar una vida normal y corriente —dentro de lo posible— junto al amor de su vida. Adoptaron a una niña, a la cual cuidaron y criaron con todo el amor que tenían. Tuvieron una única nieta y años después Rachel murió. 

Mientras me contaba aquello acaricié con cariño el pijama que me había dejado de su nieta. 

—¿Tu hija y tu nieta sabían lo que eras? 

—No, por eso hice lo que hice. 

Al parecer, años después simuló su muerte y se vino a vivir a este pequeño pueblo. Frida nunca había querido meter a su hija Elena ni a su nieta en el mundo sobrenatural. 

—¿Supiste algo más de ellas? —asintió lentamente. 

—Mi hija Elena murió cuando tenía setenta años por un ataque al corazón —en aquel instante sacó un pañuelo y limpió sus ojos lagrimosos—, y mi nieta por suerte sigue viva. 

—¿Cuántos años debe de tener ahora? 

—Sesenta y cuatro. 

Wow. 

Con cierta timidez le cogí de la mano y le apreté dándole mi apoyo. 

—Frida, yo de mayor quiero ser como tú. 

Y era verdad. Yo de mayor quería ser como ella, una mujer fuerte, valiente y poderosa. Lo que había hecho y lo que había sufrido por su familia no se podía medir. 

—No, Natalie —sonrió—. Tú de mayor serás mejor —acarició mi mejilla—, mucho mejor. 



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En el texto hay: adolescentes, hombre lobo, brujas

Editado: 15.05.2021

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