El legado: A oscuras

Capítulo 14

—¿Es muy agobiante?

—¿Qué exactamente? —sus ojos estaban fijos en la carretera.

—Ser directora.

Se quedó en silencio unos segundos, pensativa.

—Al principio sí, pero luego ya le vas pillando el tranquillo. He de decir que mal no se me da —sonrió de medio lado.

Volví a dirigir mi vista a la ventanilla para poder ver los árboles pasar. Helen me preguntó ayer que si hoy me apetecería ir con ella al instituto para poder enseñarme cosas. No dudé en responderle que sí, necesitaba salir de casa y hacer algo distinto, aunque la curiosidad de lo que podría haber sido mi instituto si fuera una adolescente normal y corriente era muy grande y quizá lo que más me empujó a venir con ella. 

Por fin llegamos a la ciudad, o al pueblo, no sé qué era exactamente. Vi a bastantes adolescentes caminando por las calles con sus mochilas y con unas caras adormecidas.

—Ahora conocerás a la madre de Alex. Somos muy amigas, nos conocimos en el trabajo —dirigí mi vista hacia ella—. Da clases de historia, es muy buena en su profesión.

Helen siguió conduciendo hasta llegar a una casa de dos plantas. Aparcó, y al minuto pude ver una cabellera rubia asomarse por la puerta de su casa que en ese momento se había abierto. Alex salía con el ceño fruncido escuchando lo que su madre, la cual le seguía, le estaba diciendo. Alex alzó la mirada del suelo y en cuanto me vio a mi dentro sonrió y vino corriendo dejando a su madre atrás.

—Hola, Nora —dijo abriendo la puerta del coche.

—Hola Alex, ¿qué tal? —me giré sonriente.

—Bien, aunque sigo dormido, así que no sé muy bien lo que digo —casi lo murmuró mientras se ataba el cinturón.

La puerta del otro lado se abrió y se volvió a cerrar. Su madre miró a Helen en forma de saludo, y cuando su mirada se posó en mí sonrió aún más. Tenía una melena rubia preciosa, y unos ojos verdes como los de su hijo. Sus labios finos estaban curvados en una media sonrisa. No aparentaba más de cuarenta años.

—Hola, Nora —tenía un tono de voz tranquilo y agradable— por fin te conozco, Helen me ha hablado mucho de ti.

—Oh —miré a Helen que me dedicó una sonrisa, me sonrojé—, un placer conocerte...

—Naya, me llamo Naya.

Asentí con la cabeza y le dediqué una sonrisa.

—Bueno, ¿preparados? —Helen volvió a agarrar el volante.

—No —Alex puso una mueca—, tengo sueño. ¿Mamá, puedo...?

—No, y ahora a callar.

Helen rió y arrancó.

A los cinco minutos ya estábamos saliendo del coche. El instituto se alzaba ante mí, y una muchedumbre de gente caminaba mientras hablaban con amigos. La mayoría de sus pasos eran pesados y cansados.

—¿Qué curso haces? —le pregunté a Alex justo cuando se posicionó a mi lado.

—Cuarto, estoy en mi antepenúltimo año. Sólo de pensar que me quedan aún tres años me dan ganas de ahorcarme con el papel higiénico de los baños —lo miré de reojo con una media sonrisa— Aunque pensándolo bien, es irónico que el papel higiénico del instituto no sea muy higiénico que se diga...

—Vamos, chicos —Naya junto con Helen empezaron a caminar hacia la entrada.

Vi como algunos alumnos saludaban a Naya y como otros tan solo las miraban a ambas. La madre de Alex parecía una profesora muy agradable.

—¿Helen te va a enseñar el instituto? —dijo mientras esquivábamos a alumnos entre la multitud.

—Eso espero, tengo curiosidad.

—Te lo enseñaría yo, pero como comprenderás, no puedo llegar tarde a la clase de mi propia madre —hizo una mueca pero igualmente me sonrió.

Se despidió con un movimiento de mano antes de que alguien me agarrara del brazo y me guiara por otro pasillo.

—Vamos primero a mi despacho.

Caminamos por un pasillo en el que apenas había gente y nos metimos en una de las puertas que había allí. El despacho de Helen era normal, eso sí, estaba realmente ordenado, cosa que me inspiraba cierta paz.

—Miro unos papeles y te enseño el instituto. De mientras siéntate.

Helen se sentó delante de su mesa y abrió una carpeta que había en ella sacando unos cuantos papales. Mientras los miraba tecleaba en el ordenador. Su ceño fruncido me mostraba lo concentrada que estaba en ese momento. Yo, de mientras la observaba desde una de las sillas que había delante de ella. Suponía que era para las visitas. Tenía unas cuantas plantas por el despecho para darle color y un toque diferente, además de una estantería llena de carpetas perfectas apiladas y un mini sillón en una esquina.

—Bueno, ¿te lo enseño?

Helen me enseñó cada una de las clases, aprovechando los cambios para ver aquellas que al principio estaban ocupadas. Me guió por los pasillos e incluso me contó anécdotas que habían pasado en estos, algunas eran muy graciosas. Por último me guió hacia el exterior para llevarme al campo, donde en ese instante una clase de alumnos estaban entrenando.

—Si no me equivoco, por edad, este sería tu curso.

Me fije en cómo corrían dando vueltas al campo. Los primeros eran los que mejor iban, adelantando por vueltas a los demás. Sin embargo, a los últimos les pesaban los pies y les faltaba el aire. Muchos de aquellos rostros de cansancio me parecieron graciosos.

—¿Te apetece quedarte aquí? —asentí enseguida, la verdad es que no me apetecía estar dentro de un despacho lo que quedaba de clases— pues sígueme un momento.

Hice lo que me pidió y la seguí hacia un hombre que miraba a los alumnos correr. Este llevaba una gorra e iba vestido en chandal. Su ceño estaba notablemente fruncido.

—Hola Bob —el hombre se giró hacia Helen y le regaló una amable mirada— te voy a dejar aquí a esta chica para que haga de oyente en tu clase, ¿te parece bien?

—Por supuesto, descuida —dijo su voz gruesa.

—¿Sabrás volver cuando termine esta clase?

—Sí, tú tranquila.

Asintió con la cabeza y me regaló una última sonrisa antes de irse. Volví a dirigir mi vista a los chicos y chicas que aún seguían corriendo.



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En el texto hay: adolescentes, hombre lobo, brujas

Editado: 15.05.2021

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